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La insignia
17 de abril del 2007


Reflexiones peruanas

Los peligros del trabajo informal


Wilfredo Ardito Vega
La Insignia. Perú, abril del 2007.


«Amigo, ¿moto?» Estaba yo en Piura, saliendo de Plaza del Sol, el centro comercial con escalera automática, Saga Falabella, multicine, Pardo's Chicken y otros íconos de modernidad, cuando la voz de un conductor de «moto lineal» me devolvió a la realidad de la cálida ciudad norteña.

Para quienes no conocen Piura, las motos lineales llevan pasajeros en la parte de atrás. Como si combis, Ticos, mototaxis y peatones díscolos no fueran suficientes para garantizar la inseguridad en el transporte, estas motos circulan por millares en Piura, sin autorización legal ni SOAT.

Como ha sucedido con otras manifestaciones de informalidad, las autoridades pensaron, cuando las motos lineales aparecieron, que serían un fenómeno reducido y temporal. Ocurrió esto después de las inundaciones del año 1998, cuando muchas zonas de Piura estaban intransitables para automóviles y, como medida excepcional, se permitió que circularan motos para transporte de pasajeros.

Luego, cuando se reconstruyeron las calles, quienes manejaban las motos lineales exigieron seguir circulando, con el argumento de que era su única alternativa para afrontar el empobrecimiento ocasionado por las inundaciones.

Ahora las motos lineales son un fenómeno masivo y descontrolado, que genera frecuentes accidentes. Al no contar con SOAT, las víctimas o los deudos se las arreglan como pueden. Desde hace varios años, la Municipalidad de Piura pretende evitar que circulen, pero son perfectamente visibles los numerosos "paraderos" de motos lineales en toda la ciudad. Aunque este peligroso servicio no existe en otras ciudades piuranas como Paita o Sullana, sí están comenzando a aparecer en las zonas rurales.

Personalmente, debo reconocer que, si no fuera por la informalidad, sería imposible satisfacer numerosas necesidades en el Perú. Muchos refinados amigos cinéfilos, por ejemplo, deben recurrir a las copias piratas para poder ver películas europeas que a las distribuidoras y los multicines no les interesa exhibir (*). Otro gran impulso al consumo de piratería fue el cierre de la Filmoteca del Museo de Arte, que la convirtió en la única forma de disfrutar de películas clásicas con Greta Garbo o Humprey Bogart.

En mi caso, después de que mi celular quedara averiado durante el "Operativo empleada audaz", hice cola durante hora y media en una sucursal de Claro, donde una empleada altanera me indicó que cobrarían 40 soles sólo por revisar el aparato. Recién al día siguiente, después de otra larga cola, me dirían si podían repararlo y ella no sabía si costaría 100 o 500 soles más. Felizmente, al otro lado de la calle un técnico informal reparó el celular por 30 soles, sin colas ni altanería (puedo dar el dato a cualquier sufrido usuario de Claro o Telefónica).

En materias como el transporte, la venta de alimentos o medicinas, sin embargo, la informalidad puede generar grave peligro para los ciudadanos. El problema es que cuando es un fenómeno incipiente y podría ser controlado, las autoridades no le dan importancia. Luego, cuando se vuelve mucha gente se pasa a una actividad informal para sobrevivir, todo intento por regularla genera un "problema social".

Los involucrados pueden llegar inclusive a la violencia para defender lo que consideran su fuente de ingresos. En Piura, los regidores que pretenden enfrentar el problema de las motos lineales se exponen a que sus viviendas sean apedreadas por los choferes. En Puno, Tacna, Arequipa y Tumbes, quienes se dedican al contrabando han enfrentado los operativos de decomiso incendiando comisarías y patrulleros. En Lima, con una violencia similar, los ambulantes de Mesa Redonda impidieron el último intento de la Municipalidad para reubicarlos a fines del año 2001. Días después, muchos de ellos perecerían calcinados en el trágico incendio.

Con frecuencia, dentro de la informalidad existen serios niveles de inseguridad y explotación, que terminan beneficiando a verdaderos emporios económicos. Se ha descubierto que muchas motos lineales pertenecen a las mismas personas, que ganan mucho dinero alquilándolas, sin pagar un sol de impuestos. Sucede lo mismo con taxis y mototaxis.

Ante los niveles de desempleo existentes en nuestro país, de seguro tendremos que convivir mucho tiempo con la informalidad, pero a la sociedad civil corresponde exigir que las autoridades persigan las prácticas que atentan contra los derechos fundamentales. Es un error asumir a priori que se trata de una tarea imposible: ha habido innegables avances en el transporte interprovincial y el servicio de taxis en Lima y otras ciudades.

Otra tarea pendiente, sin embargo, es educar a la población. Las motos lineales, como la venta de medicinas adulteradas en los mercados no existirían si no tuvieran público. Un amigo abogado que trabaja para una ONG de Piura me confiesa: "A pesar del peligro, me gusta viajar en motos lineales porque son más rápidas y más baratas".

Un requisito fundamental para que una sociedad se desarrolle es que los ciudadanos aprecien su propia vida. Aunque parezca curioso, es algo que todavía se debe enseñar en el Perú.


(*) Ver Derechos de propiedad y derechos humanos, 24 de noviembre del 2005).



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