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27 de septiembre del 2006 |
Un país dinamitado
Alberto Acosta
Histeria. Si, ese es el concepto más apropiado para
definir el momento que atravieza la campana de los
candidatos que se oponen a Rafael Correa. Incluso
algunos medios de comunicación, aunque sería
preferible identificar a los periodistas que se han
embarcado en un golpismo anticipado en contra del
candidato de Alianza País, apuestan desde ya por su
fracaso cuando sea presidente. Algún analista, que se
precia de democrático, llamó a los militares para que
intervengan. Y no faltan conservadores de derecha e
incluso de "izquierda", sirvientes de la dinerocracia,
que demuestran su preocupación si gana Correa; los
unos, los segundos, se rasgan las vestiduras por
"nuestra frágil democracia", mientras que los
primeros, desesperados, acusan de cuenteros a quienes
como Correa alientan el cambio en serio, anunciando el
dinamitazo que se le avecina al país si se
intenta.
La angustia compite con la sinvergüencería, no hay duda. En un país dinamitado y depredado hasta en sus cimientos, tratar de mantener el status quo a cuenta de no alterar la estabilidad resulta un insulto a la inteligencia y a la justicia. En el ámbito económico, recordémoslo, se dinamitó hasta la moneda nacional por salvar al sistema financiero. En el campo social, la masiva depredación de la mano de obra se refleja día a día en la imparable emigración de compatriotas. Desde los destrozados manglares de la costa hasta el reciente crimen ecológico del Cuyabeno sobran los ejemplos del sistemático deterioro ambiental. A la Constitución se la viola con las leyes e inclusive con simples reglamentos. La recientemente parchada Corte Suprema de Justicia está embarrada en actos de corrupción. La institucionalidad política implosiona por la complicidad de la partidocracia con las oligarquias. El que piense que se puede luchar contra estas mafias sin confrontarlas, no sólo está equivocado: resulta, en realidad, un cómplice de las mismas. Esperar a que el poder ceda sin presión social sus prebendas, es propio de ingenuos. Los verdaderos cuenteros son aquellas personas que, de tanto ser comensales del palacio presidencial, no están en capacidad de enfrentar la rapacidad local y transnacional. Ofrecer cambios en serio sin correr riesgos constituye una mentira. El reto del momento es convertir la actual elección presidencial y la convocatoria a una Asamblea Nacional Constituyente en una oportunidad para que la ciudadanía dispute democráticamente el poder, que en la actualidad está orientado a mantener el status quo, fuente de la casi crónica inestabilidad económica y política que aqueja al Ecuador; situación que limita la formulación y ejecución de una verdadera estrategia de desarrollo. Esta oportunidad no se cristalizará, sin embargo, por una acción quijotesca, solitaria e individual. La aspiración de una vida mejor, más digna, más libre, justa e igualitaria, exige una actividad política colectiva sostenida: única forma para afrentar los riesgos y superar los obstáculos que haya que asumir. |
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