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La insignia
18 de octubre del 2006


La muerte de Valentín Paniagua


Rocío Silva Santisteban
La Insignia. Perú, octubre del 2006.

Fotografía de Giancarlo Tejeda.


El coche fúnebre se trasladaba desde la Clínica San Felipe hasta el centro de la ciudad, y durante el largo recorrido, el ciudadano de a pie que lo veía pasar, las madres con sus hijos en brazos, las señoras que salían del mercado y los adolescentes esquineros, consternados, aplaudían. La cola que se formó en el atrio de la catedral de Lima no permitió que se cerrarán las puertas a la hora programada: todos querían acercarse y reclinarse frente al féretro. Hasta los niños asistieron a la misa de cuerpo presente. El mensaje es claro: ha muerto el mejor presidente que tuvo el Perú en los últimos 50 años.

Debido a una complicación post-operatoria luego de una delicada operación al corazón, el ex presidente Valentín Paniagua Corazao, a los 70 años de edad, moría el lunes 16 de octubre a las cinco de la mañana. Un despistado congresista de su partido, Acción Popular, hace dos meses dio la falsa noticia de su muerte en medio de la Sesión Plenaria. Hubo consternación y luego arrepentimientos varios; pero quedó en claro que la salud del ex mandatario se debilitaba. Sin duda, como lo afirman algunos de sus allegados, la intensa campaña presidencial desplegada antes de abril, en la que no obtuvo sino el 8% de los votos, perjudicó su delicada salud.

Durante el homenaje que se le rindió ayer en el local central de Acción Popular, en el Paseo Colón, el ex ministro de Trabajo, Alfonso Grados Bertorini, siempre tan franco aún en momentos duros, dejó expresar un sentimiento que comparto: "recién ahora se dan cuenta de la clase de demócrata que era". En efecto, Paniagua, en apenas ocho meses de gobierno transitorio, dejó una lección clara: es posible que la política y la dignidad vayan de la mano.

Luego de la crisis ética y moral en la que se sumió el Perú durante el fujimorato; luego de la profilaxis de choque que significó el visionado de los "vladivideos"; luego de las marchas de "manos blancas" contra el gobierno de Fujimori, las acciones políticas de este cuzqueño dejaron vislumbrar entre los peruanos que sí es posible gobernar sin ser corrupto. Que la política es una entrega, una pasión, una vocación de servicio; que es posible tener un perfil bajo y ser grande; que se puede ser demócrata y tener la mano firme.

Uno de los grandes aportes a la nación de Valentín Paniagua es la decisión política de constituir la Comisión de la Verdad. Es cierto que finalmente no estuvo de acuerdo con la forma como se había involucrado al ex presidente Fernando Belaúnde en el propio informe, pero precisamente esta desavenencia habla de sus propias convicciones: se puede discrepar, pero se debe defender el derecho del otro. En este caso de todos los otros que fueron las principales víctimas de los años de la violencia: los campesinos quechuahablantes.

Hace más de veinte años conocí a Valentín Paniagua en los pasillos de la Facultad de Derecho de la Universidad de Lima, y por eso mismo sé que era correcto como profesor pero también ciertamente distante. Serio y jovial: una mezcla extraña. Sin embargo, durante el ejercicio de su presidencia, se ganó entre los jóvenes e incluso los niños, un aprecio especial que sienten por pocos adultos. Llamado popularmente "Chaparrón" -que es una especie de oximorón de "chaparrito"- los muchachos lo apreciaban precisamente por esa extraña bohomía andina que emanaba de su parsimonia y de su firmeza.

Valentín Paniagua era un hombre lúcido y modesto que sabía perfectamente la responsabilidad de haberse convertido en la reserva moral del país. Precisamente en el homenaje que la Universidad Católica le hizo en el año 2001 dijo: "Abrumado por tanto elogio, yo quiero decir con toda franqueza que he sentido un poco de pena. La pena de no haber sido a lo largo de mi vida eso que algunos han dicho que he sido. Desde luego que hoy podría ser candidato a cualquier cargo público, pero nunca imaginé que podría ser candidato a una suerte de canonización y eso, naturalmente, me pone nervioso".

No hay palabras mejores para recordarlo.



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