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La insignia
10 de octubre del 2006


¿Quo vadis FMI?


Jürgen Schuldt
La Insignia. Perú, octubre de 2006.


Con motivo de la reciente reunión conjunta del FMI y del Banco Mundial en Singapur (el 19 y 20 de este mes), vino a mi memoria un hecho anecdótico de hace ya un cuarto de siglo atrás, cuando un célebre premier y ministro de Economía, 'ilustró' a la nación señalando que el FMI no era otra cosa que una 'cooperativa', en que cada miembro dispondría de un voto y acceso pleno a las cuentas y decisiones del organismo. Respondía así a algunos economistas 'desinformados y radicales' que afirmaban que el FMI era una institución que ni era democrática ni transparente, por decir lo menos, cuestionamiento que recién es aceptado desde hace pocos años gracias a la labor de zapa de economistas del establishment como Joseph Stiglitz y Jeffrey Sachs, entre muchos otros.

Y es que, en efecto, la distribución de votos en los organismos decisorios del FMI, tanto en la Asamblea de Gobernadores, como en el Directorio Ejecutivo, está extremamente sesgada a favor de los países más poderosos políticamente, fundamentalmente de los 'occidentales del hemisferio norte'. EEUU cuenta con el 17,1% de los votos, con lo que tiene poder de veto, ya que se requiere contar con el 85% de la votación para cambiar los artículos del Estatuto Constitutivo de la institución. Le siguen, redondeando cifras: Japón (6,1%), Alemania (6%), Francia (5%), Gran Bretaña (5%), Italia (3,3%), Arabia Saudí (3,2%), Canadá (2,9%), China (2,9%), Rusia (2,7%), Holanda (2,4%), India (1,9%), Suiza (1,6%), España (1,4%), Venezuela (1,2%) y así sucesivamente (Perú: 0,3%).

Ese poder de voto se establece según la 'cuota' que cada uno de los 184 gobiernos miembros han contribuido para constituir el 'capital social' del FMI, que actualmente asciende a 213.500 millones de Derechos Especiales de Giro (DEG). La contabilidad del FMI, así como los montos de préstamos que otorgan a los gobiernos necesitados (que se deciden en función a las cuotas de los países), están denominadas en DEG, que son activos incondicionales de reserva creados por el Fondo en 1969. Si bien aún no se han convertido en el principal activo de reserva del sistema monetario internacional, son más y más las transacciones que se realizan con él. Su tipo de cambio con el resto de monedas, así como las tasas de interés que rinde su tenencia, se determina por un promedio ponderado de las cuatro monedas supuestamente más sólidas (dólar, euro, libra esterlina y yen).

Esa especie de 'fondo revolvente' del FMI equivale aproximadamente a 316.000 millones de dólares (a un tipo de cambio de 1,48 dólares por DEG), que no es precisamente un monto abultado, especialmente cuando se desata una crisis relativamente generalizada como la que se vivió durante el último trienio del siglo pasado. Por lo que su importancia radica más bien en el hecho de que los países que tienen problemas de balanza de pagos y acceden a un acuerdo con el FMI, consiguen así el 'aval de confianza' que requieren para que otras instituciones financieras -básicamente privadas- les abran las puertas para un financiamiento más sustantivo que les permita sanear paulatinamente sus cuentas externas.

El número de votos que tiene cada país está en función a la cuota, que supuestamente se establece en base al PIB, las RIN y algunas otras variables vagamente establecidas; es decir, se trata de una designación fundamentalmente política. Por ser miembros del FMI a cada país le corresponden 250 votos 'básicos', a los que se añade uno más por cada 100.000 DEG que constituyen su cuota. En el caso peruano, tenemos los 250 votos 'básicos', más 6.384 por nuestra cuota (que es de 638,4 millones de DEG o 945 de dólares), lo que da un total de 6.634 votos o 0,3% del total. Lo que nos obliga a establecer alianzas con otros países, para poder tener representación (un asiento de un total de 24) en el Directorio Ejecutivo. Solo siete países tienen un asiento propio y exclusivo (EEUU, Japón, Alemania, Francia, Reino Unido, Arabia Saudí y China) y los restantes tienen que formar grupos. En nuestro caso estamos aliados a Argentina, Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay, con lo que conseguimos un 1,99% (sic) de los votos totales en el Directorio Ejecutivo (el grupo más débil después de uno conformado por el de las dos docenas de naciones del África).

En la reciente reunión singapuriana se decidió ampliar levemente las cuotas de cuatro países subrepresentados (México, Corea del Sur, China y Turquía), manteniéndose los desequilibrios fundamentales (también se piensa duplicar los votos 'básicos' para -dizque- favorecer a los países pobres). Pensemos solo en el caso de China que produce el 15% del Producto Mundial Bruto (a precios de paridad), pero que solo tendría un 3% de los votos cuando se implemente la propuesta. Respecto a este país, de paso sea dicho, el director ejecutivo del FMI le instó a 'liberalizar' aún más su tipo de cambio (que estaba fijo en 9,25 yuanes por dólar hasta julio del año pasado y que ahora se encuentra en 7,92), así como se lo planteara también el secretario del Tesoro estadounidense, como si esa medida resolviera los desequilibrios fundamentales de la economía mundial, tarea a la que debería estar abocado el FMI. Nada se habló del carnaval estadounidense, cuyo 7% de déficit externo es la fuente básica del desequilibrio mundial (¿se imagina usted el ajuste-garrote que nos obligarían a adoptar si tuviéramos un déficit de esa magnitud?), y que afortunadamente aún financia en gran parte China... pero seguramente no por mucho tiempo más. Y, ahí sí, agárrese quien pueda.

En pocas palabras, es una pena que después de sesenta años de funcionamiento -creado en 1944, inició sus actividades en julio de 1946- el FMI, que se pensaba iría a convertirse en el Banco Central Mundial, se haya mutado en un pordiosero (¡revise usted sus cuentas oficiales!) y sus reuniones anuales en meros eventos sociales. Y, para colmo, con los países emergentes en apuros se comporta como Procusto, ese personaje mitológico que poseía una posada en un lejano paraje y ofrecía humildemente su cama a cualquier viajero que se aproximara. Luego de unas buenas copas, lo ataba y, si su estatura desbordaba el largo de la cama, le amputaba las piernas para ajustarlas a ella. En cambio, si la litera era más larga que el invitado, le amarraba pesos y cadenas para estirarlo, ajustándolo al tamaño de la litera. Posteriormente desmembraba e ingería a sus huéspedes.



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