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La insignia
23 de marzo del 2006


La defensa del agua


Andrés Barreda (*)
Convenio Rel-Uita / La Insignia. Uruguay, marzo del 2006.


El culpable de la crisis del agua es el capital. El patrón técnico con que aborda la relación general de todos nosotros con la naturaleza, es la causa principal de esta crisis. Es el saqueo, depredación y distorsión de los flujos de agua en todo el ámbito rural mediante agroindustrias, desvío de cuencas, presas y minas. El agua es hoy también un arma que el capital esgrime como instrumento para la expropiación terminal de la tierra de los campesinos que hoy sobreviven en el mundo.

En las ciudades el capital lo disloca todo. Lo fragmenta, lo separa. Abrir la llave del agua nos corta la conciencia de su ciclo, de su flujo. Ni siquiera conectamos bien a dónde van las alcantarillas. El agua en las urbes es bebida por las industrias, los servicios masivos y los grupos de control privilegiados, mientras se le niega a grandes grupos hacinados en zonas marginales. Quienes sí reciben agua, les llega cada vez menos, cada vez más sucia y más cara.

El agua que las ciudades roban a las montañas se canaliza o entuba, se la contamina de mil formas (muchas de ellas irreversibles), se la desperdicia o depreda para finalmente regresarla de forma inmunda a los campos. Es la civilización de escusados ingleses y consumo que hace crecer los basurales.

El capital confronta al campo con la ciudad. Los escinde. Provoca que la ciudad viva saqueando constantemente los recursos del campo mientras expulsa a millones que agravan, al migrar a los cinturones de miseria, la escasez del agua en las ciudades en un círculo vicioso imparable.

El problema de la relación entre campo y ciudad no es sólo un problema de relación injusta. Sus luchas son diferentes. No se puede incriminar a los campesinos por un uso depredador del agua porque esto es mentira y está manipulado. No se puede plantear que la gente de la ciudad es la que se roba este bien común porque en las ciudades hay una injusta distribución y existen numerosos pobres en las ciudades que ni siquiera tienen acceso al vital líquido.

Sí existe una crisis real. Los acuíferos y los ríos se están secando. Hay cada vez menos agua. Sistemáticamente el poder, el Estado y el capital utilizan este hecho para propiciar enfrentamientos entre las comunidades y confrontar a pobres y excluidos del campo y la ciudad. Cómo brincar esa confrontación, cómo hacer del agua un instrumento de vinculación y unión de todas nuestras luchas.

Debemos entender el carácter global del ataque. Ocurre en todas las regiones. Es un ataque puntual, sistemático. Sorprende el parecido entre el ataque en un lugar y otro. Sorprende la forma en que lo afinan y lo endurecen, lo perfeccionan y esconden conforme pasa de un país a otro. El ataque es global pero la gente lo sufrimos aislados, provincianamente. Esto tiene que terminar: tenemos que tener la visión global, completa, del ataque. Tenemos que socializar una visión integral de la lucha y la resistencia. Para aprender. Para inspirarnos unos en la lucha de los otros. Mirarnos como espejos, con nuestras experiencias mutuas. Las comunidades indígenas plantean la necesidad de enfocar el problema del agua con una visión integral, como una lucha territorial en donde concurra la totalidad de los problemas. Es la lucha por la vida, por la tierra, por el maíz, por los bosques, por una relación diferente con la ciudad, por la propia lengua, por las propias ideas, por la cosmovisión. Ese es realmente un espejo en que los citadinos deberíamos mirarnos.

Una respuesta de izquierda a la crisis capitalista del agua nos obliga a resolver los problemas generados por los lodos e inmundicias que el neoliberalismo sedimenta en todas partes. Fomentar las luchas por recuperar nuestras cuencas, emprender un equilibrio territorial que nos lleve al manejo colectivo de las microcuencas. Idear la descontaminación de nuestros ríos, crear micro infraestructuras para retener los flujos en las tierras de cultivo y en las ciudades, programas para recargar y proteger nuestros acuíferos. Recuperar nuestras tierras fértiles, limpiar las barrancas, crear -con inteligencia y sensatez- sistemas colectivos que limpien las aguas sucias. Y muchas otras medidas de restauración ambiental al alcance de las comunidades.

Estos trabajos de resistencia permiten escapar de la estrecha celda que intenta crear en las mentes el catecismo de las instituciones del Foro Mundial del Agua: ahorro del agua en el grifo, como también vociferan las empresas transnacionales responsables de las grandes depredaciones de fondo y sus "ecologistas y ONG corifeas", dedicadas a ocultar y maquillar el nocivo manejo capitalista del líquido.

No debemos hacer eco de la religiosa campaña de culpa y paranoia por la sed mundial del nuevo siglo. Contra estas trampas debemos promover la creatividad colectiva diseñando un mundo de nuevos valores de uso anticapitalistas. La actual sed mundial no es un destino inevitable para la humanidad. Tampoco es un destino el neoliberalismo, los gobiernos que entregan los recursos estratégicos nacionales, ni los gobiernos corruptos que toleran la destrucción ambiental de los ecosistemas.

La defensa anticapitalista del agua nos obliga a la comprensión crítica de su ciclo metabólico y sus problemas nodales. A defender, recuperar o a recrear (según sea el caso) la gestión comunitaria de los sistemas de riego, de los acuíferos y de la perforación de pozos, de los sistemas de almacenamiento y tratamiento de aguas. A desarrollar redes de distribución y a formas de consumo sensato del líquido. Una gestión colectiva nos empuja a recuperar o inventar instancias democráticas directas y nuevas en poblados, campos, municipios, barrios populares de las grandes ciudades, en las instituciones de manejo, en las grandes cuencas y los países.

Estamos obligados a recuperar nuestra memoria colectiva, a recuperar diversas formas indígenas y mestizas ancestrales, recientes o vivas de manejo colectivo ambiental del agua. Debemos gestionar integralmente los problemas de la tierra, las semillas tradicionales, los abonos, los saberes, el uso diverso de los bosques, el medio ambiente, la economía de traspatio y las relaciones comunitarias. No sólo es que las ciudades comiencen a pagar su deuda social y ambiental con las zonas rurales (reconociendo servicios ambientales, estableciendo mercados justos, etcétera), sino que promuevan lo antes posible formas modestas de agricultura urbana que minen desde abajo (y en la vida cotidiana misma) el abismo actual entre ciudad y campo.

Sin alternativas que paulatinamente comiencen a revertir el descomunal sometimiento del campo a las ciudades -lo que implica una crítica de la forma material en que el capital ha organizado los usos del campo y las ciudades- resultará imposible escapar de las formas autoritarias y catastróficas con que el capital mundial ordena el uso global del agua. Debemos buscar un manejo transparente de la información. Generar mecanismos democráticos directos de gestión desarrolla formas confiables de discusión e inteligencia colectiva. Hay que desmantelar los escenarios ideológicos y "científico-técnicos" de chantaje por la supuesta crisis y escasez mundial del agua: son escenarios montados para legitimar la expropiación mundial de las infraestructuras y servicios, imponer tarifas por consumo cada vez más elevadas y sacralizar las nuevas propuestas científico-técnicas de los grandes capitales.

Hay que reconstruir los tejidos sociales comunitarios de forma flexible y plural. No asumir colectivamente el punto ya obliga a las mayorías a tener que escoger entre volverse animales de megagranjas, hacinados en las nuevas micro casas de las megaurbes -alimentados por goteo privatizado-, o volverse animales libres, pero habitantes del desierto, confinados a vivir entre la sed y el sol, bajo las pocas piedras disponibles. Tal es el prometedor futuro que hoy venden las empresas transnacionales y sus instituciones globales, promotoras del Foro Mundial del Agua.


(*) Director del Centro de Análisis, Información y Formación Popular (Casifop).



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