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La insignia
10 de marzo del 2006


Una guerra secreta


Irene Khan (*)
Amnistía Internacional, marzo del 2006.



«Sobrevivir a una relación de malos tratos es como sobrevivir a la tortura: el futuro se reduce a superar las próximas horas, el día siguiente.»
-Orientador familiar, hablando de la violencia contra las mujeres en el ámbito de la familia-

En enero, Ellen Sirleaf-Johnson, de Liberia, se convirtió en la primera jefa del Estado de África, y Michele Bachelet en la primera presidenta de Chile elegida en las urnas. Unos meses antes, Angela Merkel fue elegida como primera canciller federal de Alemania.

Durante dos años consecutivos, en el 2003 y el 2004, se ha concedido el Premio Nobel de la Paz a una mujer: Shirin Abadi, abogada de Irán, y Wangari Matthai, activista medioambiental de Kenia. La Bolsa de Nueva York está dirigida por una mujer, igual que la London Business School… y que la misma Amnistía Internacional.

Mujeres de todo el mundo están rompiendo barreras sociales y económicas. Pero pese a estos notables logros, mujeres y niñas siguen siendo sometidas a niveles terribles de violencia.

A diferencia de lo que se conoce como "guerra contra el terrorismo", la "guerra contra las mujeres y las niñas" no está en la agenda política mundial. Se cobra sus víctimas en campos de batalla, alcobas y barrios pobres; es el mayor escándalo oculto de derechos humanos de nuestra época, y es más escandaloso aún porque está presente en todas las partes del mundo y en casi todos los aspectos de la vida.

Comienza antes del nacimiento, con la práctica de abortos selectivos, que ha alcanzado proporciones preocupantes en países como la India. Sigue tras el nacimiento con el infanticidio femenino y los abusos sexuales, emocionales y malos tratos físicos de niñas, que incluyen la prostitución infantil, el matrimonio forzado y la mutilación genital femenina.

En la edad adulta, la violencia adopta la forma de acoso, violación, violencia a manos de la pareja, abusos y acoso sexuales por parte de compañeros de trabajo y familiares, homicidios en nombre del "honor" y abusos relacionados con la dote y el precio de la novia. Ni en el hogar ni en el trabajo están a salvo las mujeres.

En algunas comunidades, el "honor" de la mujer se considera un bien que se utiliza para saldar deudas familiares o como medio para castigar a una familia. En Afganistán, por ejemplo, es habitual el recurso a la violación y a los matrimonios forzados para resolver disputas entre familias y tribus.

Tradicionalmente, el discurso de los derechos humanos se viene centrando en cómo proteger a las personas frente al uso poco razonable e ilegal de la violencia y la coacción por parte del Estado, y no en qué puede o debe hacer el Estado para prevenir la violencia que cometen agentes privados. El ámbito privado, especialmente la familia, quedaba excluido, por considerarse que estaba fuera del alcance del Estado.

En realidad, los tipos de confinamiento y regímenes de terror que hay tras las puertas de algunos hogares pueden ser tan terroríficos y destructivos como la tortura o los malos tratos que se aplican en las prisiones de los regímenes represivos.

La violencia en el ámbito familiar afecta a todos los países del mundo, incluidos los más desarrollados. En Suecia, las agresiones contra mujeres han aumentado en los últimos años, con 22.400 denuncias presentadas en el 2003. En España, el número de mujeres asesinadas por sus parejas o ex parejas sigue aumentando desde el 2001. En Francia, cada cuatro días muere una mujer a manos de su pareja. Lo irónico es que suelen ser las mujeres de las capas sociales más adineradas y más pobres las que tienen más dificultades para escapar de la violencia: las pobres porque no tienen medios para ello, y las ricas porque tienen demasiado que perder.

Sin embargo, la mayoría de las personas considera la familia un lugar seguro y un remanso de privacidad -y, por tanto, la familia ocupa un lugar privilegiado en el derecho nacional y el internacional-, a pesar de que para muchas mujeres y niñas, la familia puede ser un lugar sumamente peligroso si el Estado y la sociedad no las protegen de la violencia que ejercen sus miembros.

Las declaraciones internacionales siguen alimentando esta paradoja. Por una parte, reconocen la violencia contra la mujer en el ámbito familiar como una forma de discriminación basada en el sexo y de abuso contra los derechos humanos, y por otra, los documentos y tratados de la ONU piden una y otra vez que se fortalezca la familia como unidad básica de la sociedad.

¿La solución? Que la sociedad y el Estado creen un entorno en el que se respeten y defiendan los derechos humanos de las mujeres. Que se erradique la discriminación contra la mujer y se reconozca la igualdad de las mujeres. Estas son las máximas respuestas a la violencia contra las mujeres.

Lamentablemente, hay, por el contrario, una reacción violenta contra los derechos humanos de las mujeres, alimentada por las fuerzas conservadoras en todo el mundo. En Irak el gobierno ha hecho retroceder logros importantes que han obtenido las mujeres en las últimas décadas. En Estados Unidos se ha prohibido la financiación exterior de programas de control de la natalidad, poniendo en peligro los derechos de las mujeres, así como la labor contra la propagación del VIH/sida.

Los gobiernos no pueden eludir su responsabilidad sólo porque la violencia contra las mujeres suele ser perpetrada por agentes privados -como compañeros sentimentales- y no por funcionarios del Estado. La obligación del Estado de proteger los derechos humanos de las mujeres no desaparece cuando una mujer entra en su casa.

Esto no quiere decir que el gobierno sea responsable de todos los delitos violentos que se cometen contra las mujeres. Lo que significa es que el Estado tiene la obligación de adoptar todas las medidas razonables, por medio de la ley, la política y la práctica, para garantizar que las mujeres no están expuestas a la violencia y que pueden obtener protección si corren peligro y una reparación si sufren la violencia.

Significa no utilizar la cultura, las costumbres o la religión como excusa para mirar hacia otro lado cuando se cometen abusos contra los derechos humanos de las mujeres o para no protegerlas. Este mes se cumplen cuatro años del incendio de una escuela de Arabia Saudí en el que murieron catorce niñas y decenas más resultaron heridas. La policía religiosa les había impedido huir del edificio en llamas porque no llevaban la cabeza cubierta por el pañuelo y no había familiares varones que las acompañasen.

Significa hacer que la policía y el poder judicial rindan cuentas por tratar de resolver realmente la violencia en el ámbito familiar, en lugar de considerarla un asunto privado entre una mujer y su pareja. Incluso en los países occidentales, muchas autoridades locales, policías y jueces no suelen hacer lo suficiente para prevenir y hacer un seguimiento de los casos de violencia en la familia.

Significa reconocer la existencia de la violación conyugal y penalizarla. En el año 2000 había menos de 30 países que tenían leyes contra la violación conyugal. Más de 700 países siguen sin contar con leyes contra la violencia doméstica. Más de 120 países carecen de leyes contra el acoso sexual, y más de 50 países tienen leyes que discriminan activamente a la mujer.

Significa proporcionar a las sobrevivientes de la violencia un refugio suficiente y apropiado, apoyo y otros servicios.

La sociedad debe asumir también su responsabilidad y dejar de ser cómplice con su apatía, su tolerancia y su silencio. Los tabúes siguen teniendo fuerza. La tendencia de la familia, los amigos, los vecinos y los líderes religiosos es de tolerar, aprobar o mirar hacia otro lado.

En palabras de una sobreviviente de la violencia que vive en España: "Mi esposo intentó matarme dos veces […] Mi familia aún no lo ha entendido. Decían cosas como: 'en el fondo es buena persona, tienes que aprender a aguantarlo'."

Ante esta tolerancia hacia la violencia, las sobrevivientes han mostrado una valentía asombrosa al denunciarla públicamente. Rania Al-Baz, presentadora de televisión saudí, conmocionó a su país cuando hizo públicas unas fotos suyas tomadas después de haber recibido una paliza brutal de su esposo en abril de 2004. Esta sola mujer hizo más por poner la cuestión de la violencia doméstica en la esfera pública que ninguna otra persona.

Mukhtaran Mai se ha convertido en un símbolo de coraje y esperanza para las sobrevivientes de la violencia de todo el mundo. Formalizó una denuncia y declaró ante un tribunal contra seis hombres que la violaron en grupo en Pakistán en el 2002. Un consejo de aldea había ordenado a los hombres que cometieran la violación como castigo, después de que el hermano de Mukhtaran fuera acusado de tener relaciones con una mujer de una tribu de casta superior.

En México, las madres de Ciudad Juárez han llamado la atención sobre los homicidios de cientos de mujeres y niñas de su región y han reclamado justicia frente a la apatía y la inacción de las autoridades.

Las voces de mujeres como éstas constituyen imperiosos llamamientos para que el Estado y la sociedad pasen de la apatía a la conciencia; para que rompan las barreras sociales y culturales y generen la voluntad política de hacer cambios concretos.

Los enormes pasos hacia delante que han dado las mujeres en la esfera pública no deben adormecernos en la autocomplacencia sobre la lucha de las mujeres para vivir con seguridad y dignidad. No debemos permitir que el gran espacio que ha tomado la "guerra contra el terror" en la agenda política internacional nos distraiga de la violencia contra las mujeres que se cometen en nuestras casas y comunidades todos los días.

La violencia contra las mujeres es una amenaza para la seguridad humana y todos nosotros, seamos líderes políticos, policías, jueces, líderes religiosos y comunitarios, familiares, amigos o vecinos, debemos dar más prioridad a su erradicación.


(*) Irene Khan es secretaria general de Amnistía Internacional.



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