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La insignia
23 de noviembre del 2005


A fuego lento

El neoliberalismo no es liberal


Mario Roberto Morales
La Insignia. Guatemala, noviembre del 2005.


Para el liberalismo, la justicia social consiste en garantizar la fehaciente igualdad de oportunidades en lo referido al ejercicio de la libertad económica. No se trata de un igualitarismo instaurado por decreto autoritario, sino del establecimiento legal de un mismo punto de partida para todos, el cual, gracias a que posibilita la libre y limpia competencia, culmina en una necesaria desigualdad democrática que resulta de las distintas capacidades de cada uno; de modo que el punto de llegada de la justicia social no es nunca -como sí lo es su punto de partida- el mismo para todos.

La desigualdad entendida como resultado de la competencia limpia, es la que el liberalismo postula como producto de la libertad. Y nada tiene que ver con la desigualdad producida por las dominaciones oligárquicas de ancestro precapitalista, que se han alargado en el tiempo instaurando una inercia de atraso que se disfraza de liberal en lo ideológico para mantener privilegios en lo práctico.

El derecho a la propiedad privada como resultado de la libertad, nace, en la teoría liberal, del proceso que va de la justicia social entendida como igualdad de oportunidades, a la libre competencia y a la natural desigualdad de los puntos de llegada. El principio de propiedad privada como libertad, de ninguna manera defiende la concentración oligárquica de la propiedad en pocas manos. Al contrario, busca expandirla estimulando el acceso colectivo al ejercicio de la libertad económica, para que cada vez haya más y más propietarios.

El liberalismo que va a la raíz de los problemas, es decir, el liberalismo radical, busca la expansión (y no la concentración) de la justicia social, la libre competencia, la propiedad privada y la libertad económica mediante el imperio de la ley, es decir, mediante la intervención del Estado para garantizar la igualdad de oportunidades. Por ello, destruir el poder del Estado, como pretende la ideología empresarial ultraderechista llamada neoliberalismo, implica contradecir lo que desde J. Stuart Mill y Adam Smith hasta Raymond Aron, se postula como la condición legal imprescindible para que funcione la libertad económica. La cual no significa, como gusta repetir Vargas Llosa citando a Isaiah Berlin, aceptar que los lobos tienen derecho de comerse a los corderos. La ley está para impedirlo, mediante la justicia social que genera la libre competencia, y las desigualdades democráticas.

El neoliberalismo no es liberal porque al anular el poder del Estado destruye la única garantía de la libertad económica que proclama cuando usurpa el ideario liberal. Con su reclamo de tener el monopolio de la verdad frente a legiones de "equivocados", traiciona el principio liberal de la verdad relativa, laica y científica. Y, debido a que provienen de capas medias asalariadas, sus intelectuales orgánicos acaban trabajando para las oligarquías, las cuales, junto al capital corporativo transnacional del que se hacen socias minoritarias para no ser pulverizadas por la globalización, de hecho terminan impidiendo que se cumplan los "libertarios" sueños de nuevo rico que seducen a los cándidos cerebros neoliberales.

En tanto que se trata de una ideología prooligárquica, el neoliberalismo es también un neoconservadurismo suicida, pues, al oponerse en la práctica a los principios liberales de justicia social, libre competencia, libertad económica, desigualdad democrática, libertad individual y democracia efectiva, no le queda sino convertirse en un perro de presa "académico" que acaba defendiendo los intereses de los amos que con tanto ardor asegura combatir.



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