Mapa del sitio Portada Redacción Colabora Enlaces Buscador Correo
La insignia
28 de mayo del 2007


Perú

¿Qué sabe la televisión de conflictos sociales?


Rocío Silva Santisteban
La Insignia. Perú, mayo del 2007.


Al escribir estas líneas aún no se ha realizado el desalojo anunciado del mercado de Santa Anita. La opinión pública no comprende del todo por qué los persistentes "invasores" siguen alegando un derecho si, por lo expuesto en todos los programas de televisión vespertinos y nocturnos, no son más que delincuentes que usan a sus hijos como escudos humanos. Eso es lo que ha declarado, entre otros, el periodista de Canal 7 César Campos con un énfasis digno de causas como la extradición del dictador. Con la autoridad de ser una voz con parlantes amplificados por la señal del canal del Estado, ha repetido dos veces la palabra "delincuentes", e invitado a un abogado, que ha leído en voz alta los artículos pertinentes del entrevesadísimo Código de Procedimientos Civiles, para que todo quede como el agua cristalina. Dura lex, sed lex. Y sanseacabó.

Pero la vida es más dura que la ley, desgraciadamente. Los agazapados en los inmensos terrenos de Santa Anita son, en primer lugar, estafados; y si permanecen ahí, no es porque ejerzan la delincuencia y quieran matar a sus hijos, sino porque el Estado pretende primero resolver el problema jurídico y luego apagar el incendio social con un desalojo de miles de policías y, esperamos, pocos muertos. Es cierto que no se trata de un conflicto que aparezca de repente; por el contrario, los propios comerciantes bajo la lógica de la invasión -que reconózcalo o no el Estado ha constituido la forma de acceder a la propiedad privada de millones de personas desde hace cincuenta años- ingresaron a un terreno que pertenecía a la Municipalidad de Lima y desde el año 2002 están exponiéndose. ¿Pensaron realmente que esos terrenos se podían tomar? ¿cuál es la diferencia entre los abuelos de las reporteras de televisión que invadieron San Martín de Porras y estos desaforados comerciantes? Las hay, por supuesto, porque no es lo mismo allanar para poder vivir que hacerlo para tener un negocio. Pero las diferencias también tienen nombre propio.

Herminio Porras, el estafador, ex congresista, mafioso de las invasiones y demás adminículos de la vileza criolla, se encuentra a buen recaudo y fuera de los muros del mercado. Sus tentáculos han podido funcionar de tal manera que, aún ahora a punto de la batalla campal, los comerciantes persisten en creerle. Un recurso desesperado de los inmigrantes se convirtió, para Porras, en la manera de hacerse de poder, dinero y cargos públicos. Si el Ministerio Público registra una decena de denuncias contra Porras desde estafa hasta homicidio, ¿qué hace cosechando nabos en las afueras de Lima? Existe una gran diferencia entre la viveza criolla y la vileza criolla: si los comerciantes atrincherados en el mercado han apostado por la alegalidad en un país de retruécanos legales; Herminio Porras ha apostado por aprovechar todos estos retruécanos en beneficio propio. Pero asimismo entre viveza y vileza sólo hay grados que pueden recorrerse a la velocidad de la luz y al compás de decisiones erradas, culposas o dolosas.

La televisión, una vez más, ha azuzado el combustible con su propia presencia y su poco tino para diferenciar un conflicto social de un talk-show. Según me comentan algunos colegas que han estado haciendo guardia en las puertas del mercado, la propia idea de "usar a los hijos como escudos humanos" les surgió a los insensatos e irresponsables dirigentes de ver, uno de los primeros días del conflicto, un microondas donde los periodistas reclamaban por los niños. Dicho sea de paso, los colegas en la puerta del mercado están también esperando el espectáculo, porque hoy una noticia poco espectacular no es noticia, ¡hasta intentaron poner andamios cerca del muro perimetral para poder visualizar el campo de batalla con mejores ángulos! Caín, Caín, ¿qué has hecho de tu hermano?

¿Cuál es el papel que cumple la televisión en el análisis de los conflictos sociales para orientar al espectador hacia una idea más o menos clara de las razones de éste y otros conflictos? Con dos excepciones que confirman la regla, la actuación de los reporteros y directores de noticieros peca de ignorancia, de pereza analítica, de homogenización y esencialización de los actores de las noticias, de frivolización del escenario, de banalización de los problemas agudos por los cuales atraviesan los pobres de nuestro país. No hay pensamiento crítico, sólo ideas fijas vinculadas con su propia supervivencia mediática, ganas de captar el golpe en el ángulo más cercano al lente para que le duela al espectador. Los micrófonos de las reporteras son como los palos de guachimanes: sirven para enrostrar el precario poder que tienen contra todo ser humano. ¿A título de qué libertad de prensa es posible asediar, tratar de imponer una opinión, y pretender que el entrevistado -intentando librarse del micro- sólo confirme lo que se da por supuesto?

La televisión no refleja la realidad: es obvio que en esta historia no hay ni buenos ni malos, ni héroes ni víctimas, sino un complejo entramado basado en lógicas perversas. Desgraciadamente la única certeza en el horizonte es la de una batalla campal.


También publicado en el diario La República, de Perú.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción | Proyecto