Mapa del sitio Portada Redacción Colabora Enlaces Buscador Correo
La insignia
21 de marzo del 2007


¿Arte transgresor?


Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan
La Insignia. España, marzo del 2007.


El interesado alboroto montado a raíz de las fotografías sacrílegas de JAM Montoya -cuatro años después de su publicación-, me picó en la curiosidad. Internet, que es como el gran bazar moderno, guardaba un espacio no sólo de las fotos de la polémica, sino también de la mayor parte de su obra. Con ganas, no lo voy a negar, pinché en Sanctorum con la esperanza de encontrar imágenes verdaderamente transgresoras. No se pueden imaginar cuál fue mi decepción al entrar en un espacio artístico religioso, idéntico a cualquiera de las iglesias que frecuentaba de pequeño. Aguanté poco, y como suele ser mi costumbre, busqué la salida sin esperar ninguna excusa.

Me dediqué a pasear por las otras colecciones, la de los perritos calientes, la de las luces, los claroscuros, la negrura y la obviedad de todas. Así es la vida; de vez en cuando y sin que medie aviso alguno, te llevas una decepción; otras veces recompensa y te regala alguna sorpresa inmerecida. Al cabo de los días, sintonicé por casualidad la COPE, y la tertuliana vespertina me reavivó las muertas ganas de ver las fotos del santuario. Qué quieren que les diga, un vistazo rapidito y de nuevo afuera. Lo religioso no es lo mío, lo aguanto poco y mal, y las fotos de Montoya son religiosas. No son católicas ni cristianas, ni musulmanas ni hebreas, tampoco budistas o de cualquier otra confesión, pero late en ellas el impulso religioso, inverso pero religioso, de toda la iconografía cristiana; eso sí, con poco ingenio y apenas gusto, y desde luego ajenas a lo más fructífero del arte contemporáneo. Son una colección de obviedades, repito. Está más cercano de las representaciones de la imaginería barroca de la Semana Santa sevillana que del arte transgresor de Bruce Labruce o Robert Mapplethorpe. En las líneas introductorias se dice, aparte de "trangresivas" (eso sí que es trangresión y no las fotos): "Exalta la sexualidad como faceta inherente al ser humano independiente de cualquier creencia o religión. El sexo es la vida y está inscrito en nuestra naturaleza, a pesar de que la religión católica esté obsesionada por negarlo", y ya aquí comete la primera equivocación. Si hubiera consultado la bibliografía sobre Juan de la Cruz se habría dado cuenta de que no es así, de que hay mucho y muy bien escrito sobre el tema, para aquel que quiera documentarse. Están además los libros de José Ángel Valente, poeta mayor español del siglo XX, quien en Variaciones sobre el pájaro y la red y La piedra y el centro, analizó con extrema agudeza las relaciones entre el catolicismo y la carne, el barroco y los poetas místicos.

Le sigue luego una cita de Otto Mühl, propia de los satánicos finiseculares: "El artista es el desgraciado que se ha vuelto perverso. En esta perversidad se halla el camino de la redención de la sociedad: las estéticas de la burla, la obscenidad y el pozo negro son los caminos morales contra la conformidad, el materialismo y la ignorancia". En Barbey D'Aurevilly quién sabe si Joris Karl-Huysmans también, el parrafito habría tenido sentido. Felicien Rops u otros artistas decadentes hab´rian logrado algo interesante por ese camino. A principios del siglo XXI, la frase no es exponente de ingenuidad ni ignorancia. Hay gente que sufre arterioscleriosis, que es una dolencia grave que sufren algunos artistas y que se caracteriza por el uso fosilizado que hacen de algunas corrientes artísticas. Suelen padecerla los de provincia.

En la historia del arte, y ahora me refiero a algunos de los modelos que usa, como Sebastián y Salomé, los artistas los han utilizado de manera transgresora de verdad. Casi cualquier representación de Sebastián nos ofrece un joven núbil y andrógino, ya sea en el Renacimiento o en el Barroco, por no hablar de la película de Derek Jarman. Al igual que las representaciones de Salomé, muy especialmente las de finales del siglo XIX, entre las que destaca la obra de teatro de Oscar Wilde Salomé, escrita en un principio en francés para eludir la censura inglesa. ¡Qué diferencia entre las dos, qué fuerza late en la de Wilde y que cúmulo de lugares comunes en la de Montoya. Podríamos traer a colación la obra de Velázquez y el modo de rebajar a los dioses y presentárnoslos como criaturas deformes, borrachillos o vagabundos. Creo, sin embargo, que dejando de lado el trabajo de los estetas, simbolistas y decadentes, lo mejor está en el Renacimiento. El paganismo recorre por los subterráneos la pintura y la escultura dejando la impronta para aquellos que quieran y sepan verlo. ¿Qué es El nacimiento de Venus sino una grandiosa apología del paganismo en una época religiosa?, y lo mismo podríamos decir de la Fábula de Polifemo y Galatea de Góngora. Consulten si les interesa El renacimiento del paganismo de Andy Warburg.

Algunos piensan que para combatir el cristianismo hay que colonizar sus espacios invirtiendo los significados. No dudo de que sean personas bienintencionadas, como tampoco me cabe la menor duda de que ese es el mejor modo de perpetuarlo. Si queremos una sociedad en la que la religión tenga una influencia mínima, al menos en la vida pública (lo mal que pintan los tiempos me vuelven pesimista en lo que se refiere a la posibilidad de conseguir una sociedad laica de verdad, así que habrá que trabajar para que al menos quede confinada al ámbito familiar), tenemos que elaborar unos valores que estén alejados de la religión, valores que, para entendernos, sean paganos, que exalten la vida y lo material, que entren en abierta contradicción con los enemigos del odioso materialismo que hoy nos gobierna (¡qué más quisiéramos algunos que esta sociedad fuera materialista de verdad, si cada vez es más religiosa!). Una sociedad que eliminara la providencia divina, la finalidad en la vida, la existencia de un alma eterna, una sociedad que realmente crea que el hombre es parte de la naturaleza, que no hay separación entre dios y naturaleza sino que es todo uno, o lo que es lo mismo, que dios no existe, que no es sino el nombre que se le dio a aquellas fuerzas naturales que no lográbamos comprender. En fin, todo aquello que Michel Onfray ensaya en sus libros y del cual me permito recomendarles, aunque nada más que sea porque sus ideas están en este artículo, Tratado de ateología.


Fotografía de Bruce Labruce.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción | Proyecto