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La insignia
17 de abril del 2007


Atardecer birmano


Rafael Poch de Feliu
La Insignia*. España, abril del 2007.


Dicen que el antiguo imperio de Bagán, orgullo de Birmania, sucumbió por causa de la "payataga". El término describe la frenética actividad constructora de templos y pagodas. Consistía en que el rey, cuyo poder se basaba en la acumulación de meritos de pasadas existencias, construía sin cesar monumentos religiosos para, como reza una antigua inscripción, "escapar a las miserias del circulo de reencarnaciones y alcanzar el nirvana", la salvación. Los notables seguían el ejemplo del monarca para acumular puntos hacia una mejor reencarnación y lograr reconocimiento social. El resultado es el mar de templos y pagodas cuya espectacularidad sobrecoge al visitante que acude aquí y se sube a uno de ellos para contemplar el atardecer.

Las nubes de polvo que levantan los rebaños en retirada dibujan alargadas estelas en un horizonte grandioso, dominado por la serenidad y las siluetas de cientos de templos color tierra, algunos con sus cúpulas doradas brillando a la luz del ocaso. Cada templo consagrado a Buda suponía servidores y tierras liberadas de impuestos para mantenerlo, y, llevada hasta el absurdo, aquella actividad, que, 800 años después hace posible este espectáculo inolvidable, desangró al reino que había sido la potencia dominante de la región entre los siglos XI y XIII.

A la actual junta militar birmana, la dictadura militar más longeva del siglo (gobierna desde 1962) le ocurre algo parecido. Como el antiguo reino de Bagán, está enferma por estancamiento de un modelo sin aparente alternativa que sigue reproduciendo. En el pasado, su papel histórico fue claro y meritorio. Sin el "Tatmadaw", las fuerzas armadas, Birmania simplemente no habría sobrevivido como estado unitario y soberano a la independencia alcanzada en 1948 en condiciones muy desfavorables y dramáticas.

A diferencia de sus vecinos, Laos, Vietnam y Camboya, el país no sufrió la calamidad de la "guerra americana" de Indochina en los sesenta y setenta, pero durante la Segunda Guerra Mundial fue más destruida que cualquier otra nación del Pacífico a excepción de Japón. Birmania fue zona de combate a lo largo de toda la guerra. Su pequeña base industrial, incluida la infraestructura petrolera, fue arrasada. Una tercera parte de su superficie cultivada fue abandonada a la jungla, a causa de los movimientos de población.

Aquella calamidad se intensificó inmediatamente después de la independencia con la plaga de insurrecciones a cargo de un ejercito nacionalista chino apoyado por la CIA, de una guerrilla comunista apoyada por China, y de todo un rosario de ejércitos étnicos, algunos con apoyo tailandés, cuya resistencia armada no se aplacó hasta los años noventa, consumiendo las energías y los exiguos recursos del país y militarizando su política hasta el día de hoy. Por si fuera poco, en los sesenta los militares expulsaron a la minoría india, lo que privó a Birmania del grueso de la clase urbana y funcionarial de la época colonial. Por todas esas razones, Birmania no alcanzó el nivel de vida de 1940 hasta1976, y hoy, apenas recién salida de la guerra civil más larga del siglo XX, es un país por concluir, cuya principal tarea de estado es la consolidación e integridad territorial.

Hasta, quizá, principios de los años ochenta, el papel de los militares fue razonablemente positivo y funcional desde el punto de vista de la construcción de la nación. David Steinberg, un especialista estadounidense, glosa así los logros del gobierno militar en los años setenta; "mejoraron los servicios sociales, se redujo la mortalidad infantil y se realizaron esfuerzos en sanidad y educación". Todo eso, mientras la mitad de los recursos se dedicaban a una cruda guerra de contrainsurgencia.

"Birmania, tiene la distribución de ingresos más favorable de cualquier país no comunista de Asia, aunque la mayoría de la población es pobre, la miseria extrema es rara y la elite vive de forma modesta, comparada con la de muchos países en desarrollo", escribía Steinberg en los ochenta. Hoy, aunque el país respira estabilidad -por lo menos fuera de su periferia de minorías-, todo eso lleva veinte años caducado. La casta militar dirigente ha dejado de ser motor para convertirse más bien en freno e impedimento de mejoras sociales urgentes. Su degeneración, en las condiciones "de mercado" de los noventa, se ha comido el inmenso prestigio que el ejercito tuvo aquí, y hoy todo el mundo la detesta, por lo menos en la capital, Rangún.


Militares, desprestigiados e imprescindibles

"…Y esto es del cuñado", dice con una mueca de desprecio y desagrado el taxista, al pasar de buena mañana frente a un enorme hotel de reciente construcción. Se trata del cuñado del número uno del país, el General Than Shwe. A las pocas horas de llegar a esta ciudad, que conserva intacto su aspecto colonial-indio de la época del imperio británico, al visitante ya no le queda duda: sus habitantes expresan una hostilidad abierta hacia los gobernantes, y nadie se acuerda de la época en la que las fuerzas armadas eran la institución más respetada del país.

Más que la política, la preocupación general en la ciudad es la supervivencia. Los sueldos de los funcionarios (tres veces superiores a los de muchos empleos comunes) apenas alcanzan para la subsistencia. Un saco de arroz de 45 kilos cuesta unos 50 dólares. Dependiendo de su tamaño, una familia necesita mensualmente uno o dos de esos sacos, pero el sueldo de un empleado de la limpieza en un ministerio roza los 30 dólares. El resto se consigue a base de pluriempleo, solidaridades familiares y pequeña corrupción.

El cartero pide 500 kyats, cerca de medio dólar, por entregar a su destinatario una carta que llega del extranjero, el empleado de la compañía eléctrica solicita propina para entregar el recibo del pago de la luz, sin el cual pueden cortar el suministro. Todos intentan redondear la subsistencia a base de este dinero informal, que va en aumento. Cruzar en ámbar un semáforo cuesta una multa de 50.000 kyats (casi 50 dólares), cuando hace pocos años sólo eran 2000. Si el infractor se molesta en ir a pagar la multa a comisaría, su importe se reduce a 10.000 kyats. En las altas esferas, la economía depende de los contactos con la administración militar, que un observador extranjero caracteriza como, "arrogante, ineficaz y xenófoba". En Rangún este invierno ha sido muy popular un video de la boda de Thandar Shwe, hija del "número uno" de la junta. La novia iba ataviada con todo tipo de piedras preciosas en su tocado y sus cabellos. En una versión, las imágenes de lujo y los regalos de la boda, se alternan con otras de pobreza en el país. Muy pocos han visto ese CD, pero casi todos conocen su existencia.

Las especulaciones sobre la salud de los dirigentes son crónicas. En Bangkok, la capital tailandesa, se dice que el General Than Shwe está aquejado de un cáncer de páncreas terminal, porque en su última visita anual a su hospital de Singapur se detuvo siete días en lugar de las 24 horas de años anteriores. También se dice que la junta está atravesada por profundas divisiones políticas. Fuentes birmanas vinculadas a las fuerzas armadas consultadas aquí, ofrecen otro panorama, seguramente mucho más real.

La salud del general es razonablemente buena para sus 75 años de edad, dicen. Es verdad que hay divisiones en la junta. El "número dos" (general Maung Aye) lleva esperando el retiro del "número uno" desde 1992, y naturalmente, no se lleva bien con el "número tres" (general Thura Shwe Mann), que tiene 25 años de edad menos y es el delfín propuesto por el "numero uno".

"Hay rivalidades de poder, pero no grandes disensiones políticas en el seno del ejército, que está fundamentalmente unido en la cuestión esencial que es el mantenimiento de la independencia, la prevención hacia las potencias extranjeras, y la mentalidad de sitio", que la política de sanciones de la Unión Europea no hace sino incrementar, señala la fuente.

"No hay más de tres o cuatro generales abiertos y con visión de la crisis, en un colectivo de más de 2000, y no estoy muy seguro de que no puedan saltar en cualquier momento de sus puestos", dice otra fuente próxima al "Tatmadaw", que describe la razón de la destitución de un primer ministro aperturista, el general Khin Nyunt, en octubre del 2004, así; "era una flor que destacaba demasiado en el campo de margaritas y era objeto de comentario en el extranjero, así que decidieron cortarla".

Desde 1998, una directiva de la junta obliga a los distritos y regiones a ser autosuficientes económicamente, lo que ha generalizado el abuso local en condiciones parecidas a los de un reino de taifas. Los jefes locales están poco controlados por la administración central y no informan de las malas noticias a sus superiores jerárquicos. De esta forma, el gobierno militar está perdiendo conciencia de las realidades básicas de la calle, se dice.

Hasta los años noventa, servir en el ejército tenía prestigio entre las familias campesinas pobres. A cambio del reclutamiento recibían arroz o aceite de cocinar. Hoy es más atractivo emigrar a Malasia y el ejército se encuentra con dificultades para enrolar mensualmente a los 7000 jóvenes que necesita para nutrir sus filas, señalan documentos oficiales que han sido filtrados. Según un informe de gente que ha salido recientemente de la cárcel, el grueso de los presos actualmente encarcelados son soldados desertores, que huyen de remotas y miserables guarniciones de provincias, un signo preocupante de descomposición que se combate con reclutamientos forzosos de adolescentes, tema que las organizaciones de derechos humanos vienen denunciando desde hace años.

Al mismo tiempo, sin el ejército no hay solución posible en Birmania, porque aquí fueron las fuerzas armadas las que "hicieron" el país, a diferencia de Vietnam, Camboya o Tailandia, en la que esa labor de construcción del estado y adquisición/preservación de la independencia recayó sobre partidos políticos o monarquías tradicionales. La construcción de instituciones nacionales que desempeñen las funciones vitales de gobierno y dirección de la economía, hoy en manos de las fuerzas armadas, es el verdadero reto del país. Sin un acuerdo nacional entre la junta y la oposición, será muy difícil afirmar tales instituciones.


Una oposición digna pero hostil al compromiso

La sufrida oposición, la Liga Nacional para la Democracia (LND) y su líder la carismática Aung San Suu Kyi, hija de la principal figura del movimiento por la independencia y héroe nacional, Aung San, merece todo el respeto. Aung San Suu Kyi es una gran personalidad política y moral. Algunas de sus acciones y actitudes recuerdan a las de Ghandi. En abril de 1989, en la localidad de Danubyu, en el sur del país, marchó al frente de una manifestación pacífica que fue cortada en una calle por una brigada de soldados formados con la bayoneta calada y las armas apuntando a la gente. En medio de una enorme tensión, la líder apeló a la gente a seguir caminando y, con voz calmada pidió paso libre a los soldados, que acabaron abriendo sus filas. Desde entonces ha llovido mucho, 18 años de líderes de la oposición maltratados y encarcelados, pero eso no quiere decir que el programa birmano deba reducirse a los tres puntos habituales; 1) el régimen es malo, 2) Aung San Suu Kyi es buena y 3) las potencias occidentales deben incrementar el aislamiento del régimen hasta que caiga. La experiencia de veinte años sugiere que ese esquema no funciona y hay que preguntarse por qué.

Dice el brillante historiador Thant Myint-U, nieto de uno de los raros birmanos del siglo XX mundialmente conocidos por el gran publico, el ex Secretario General de la ONU, U-Thant, que, "para muchos el problema de Birmania es la actual junta militar y su fracaso por avanzar hacia una reforma democrática. Se cree que todo iría bien sólo con que los militares se hicieran a un lado, para lo que hay que presionar -se dice- con sanciones y boicots. Todo eso se basa en una visión ahistórica de la situación actual, de la pobreza del país, de la guerra y de la dictadura".

En mayo de 1990, el partido de Aung San Suu Kyi ganó unas elecciones razonablemente limpias que la junta consintió. La LND obtuvo casi el 60% de los votos, mientras el partido de los militares, el "Partido de la Unidad Nacional", solo alcanzó el 21%. Los militares no se esperaban un resultado así. Estaban alarmados por los contactos entre la opositora LND y algunas de las guerrillas étnicas. Declaraciones de miembros de la LND de que con la democracia habría "juicios por crímenes contra la humanidad" extendieron una sensación de inseguridad, corporativa y personal, en el ejército. Así que los militares dieron un nuevo golpe y no reconocieron aquellas elecciones. Hoy la LND y su líder consideran un sacrilegio cualquier contacto o pacto con los militares, lo que es comprensible teniendo en cuenta aquel precedente, pero quizá no muy razonable políticamente. La razón es que en Birmania no hay instituciones fuera del ejército. El poco terreno existente se evidencia en el propio campo de la oposición, donde gran parte de los dirigentes del partido de la Señora Aung San Suu Kyi, son ex militares que tuvieron grandes responsabilidades en la junta.

El brazo derecho del general Ne Win en el golpe militar de 1962, el brigadier general Aung Gyi, fue el primer presidente de la LND. Otros miembros de la presidencia o la vicepresidencia del partido opositor han sido; su compañero del "Consejo Revolucionario" de 1962, Kyi Maung, el general Tin Oo, que saltó de la junta en 1975 acusado de complicidad en una intentona golpista de oficiales, y el coronel Aung Shwe. Todos estos "líderes de la oposición democrática" pertenecen a la misma generación de militares. Por otro lado, el programa oficial y declarado de la junta es una democratización del sistema con un horizonte de elecciones, lo que, técnicamente, facilita algún tipo de componenda nacional.

Evidentemente, el contenido de tal "democratización" no es otro que un proceso constitucional que conserve un papel predominante del ejército en la vida política del país, por ejemplo mediante escaños reservados en el parlamento y una autonomía que permita de alguna manera al ejército mantenerse por encima de otras instituciones. Obviamente no es un escenario de genuina e inmediata democracia, pero podría ser una salida al presente atolladero.

"Incluso si el gobierno que salga de esas elecciones está fuertemente controlado por los militares, será una mejora, por lo que la LND debería reflexionar sobre las consecuencias de mantener su rechazo total de los planes del gobierno y sobre su no participación en ellos", dice Peter Christian Hauswedell, ex director general del departamento Asia/Pacífico del Ministerio de Exteriores alemán.


Ambigüedad hacia las nacionalidades

Con más de diez años de arresto domiciliario a sus espaldas, premiada con todos los premios occidentales posibles, incluido el Nobel de la paz en 1991, y adorada por la población, la digna Aung San Suu Kyi y su partido parecen manifiestamente inútiles e incapaces para la labor de un pacto de Estado que saque al país de la crisis. La inmadurez, la ausencia de un proyecto nacional de gobierno y su ambigüedad hacia las nacionalidades, que representan un tercio de la población, son su sello de marca, señalan aquí observadores cualificados.

Los birmanos manifiestan hacia las minorías étnicas una insensibilidad muy parecida a la que ellos recibieron en su día de los colonialistas. Se ven poseedores de una cultura más sofisticada y desprecian a muchas de ellas como "salvajes". Es muy sintomático que Aung San Suu Kyi casi nunca se refiera a la cuestión nacional. La oposición no tiene una política clara en eso, y "eso" es fundamental para la paz, el desarrollo y la democracia, porque ha determinado la más larga guerra civil del siglo XX, que aun colea. Seguramente es también lo más fundamental para toda la región, porque Birmania es un país que aún "se está haciendo", desde el punto de vista de su unidad interna e integridad territorial.

Con entre 40 y 140 grupos étnicos, según la clasificación (70% de la población, birmanos), si el país entra en un proceso desintegrador, de el pueden salir fácilmente media docena de conflictos armados. Con gran probabilidad, la disolución del país en varios estados llevaría a las grandes potencias a subvertir la independencia y usar a esos estados para otros propósitos. Teniendo en cuenta las riquezas naturales que el país contiene (10% de las reservas mundiales de gas, pesquerías intactas, 70% de la producción mundial de teca, piedras preciosas, una agricultura muy bien dotada por la naturaleza), así como su posición vecina a China (un "rival estratégico" y la "próxima amenaza" para algunos), esos propósitos son aun más fáciles de imaginar que en el caso yugoslavo. No hay duda de que en medio del caos de una descomposición birmana, se podrán encontrar argumentos "humanitarios" para crear nuevos Estados, solícitos y a la medida, del tipo de Kosovo, Bosnia o Macedonia.


Una joya tradicional

Para comprender Birmania y su crisis es imposible, como dice, Thant Myint-U, eludir el pasado. El primer movimiento de ese intento requiere enviar a paseo a los jovencitos de Oklahoma, autores de las guías del turismo gregario, que reducen este prodigioso país a su régimen militar y comienzan su ejercicio de ignorancia con la pregunta de si es "éticamente correcto" visitarlo, repitiendo las peregrinas ideas de la LND y su líder, que piden un boicot del turismo y de la inversión extranjera.

El factor militar es importante, pero es solo un aspecto de la situación. Para el observador despierto e independiente, el centro de la observación debe ser la idea de la preservación del "Suvarnabhumi", el "reino dorado". Al final, esa idea podrá mucho más que todos los argumentos del jovencito de Oklahoma, los informes de "Amnesty International" sobre la triste suerte del millar de presos políticos (absolutamente reales), o que la larga lista de miserias asociadas al país y desprendidas de cifras e índices que no siempre explican lo principal.

Birmania es una nación "única", en un grado comparable al de Mongolia, el único Estado nómada del mundo. El gran concierto birmano de tranquila belleza que desprende el atardecer en Bagán, continua un poco por todo el país. Porque Birmania es una sociedad tradicional, agrícola y budista, sin parangón. Un escenario de gente digna, tranquila, sonriente y orgullosa de sus raíces. Sus riquezas naturales son extraordinarias, su relación entre población y tierra cultivable, la mejor del sudeste asiático, su tradición cultural es de las mas democráticas de Asia en aspectos como; movilidad social, ausencia de castas, papel de la mujer, sentido de la dignidad y una posición de las elites locales que estuvo basada más en el consenso que en la imposición.

Sin apenas teléfonos, ni Internet (el poco que hay, censurado), ni coches o carreteras asfaltadas -la primera tele entro aquí en los ochenta-, se diría un país que ha "perdido el tren de la historia". Desde todos estos puntos de vista, Camboya sería "superior", pero esta nación de gente pobre, pero no miserable, cuya devoción mantiene a un respetado ejercito de medio millón de monjes (10% de los recursos de los exiguos recursos familiares se dedican a su mantenimiento y alimentación), es más "ordenada" que Camboya, y muchos de los trenes que ha perdido, no valían la pena ser tomados, o por lo menos así parece creerlo la idiosincracia local.

En 1992, la junta obligó a los vecinos de Bagán a abandonar la localidad e instalarse en un "nuevo Bagán" a pocos kilómetros de distancia. El motivo era proteger la zona de los templos y los desplazados fueron echados sin contemplaciones. Actualmente la zona de los templos es visitada por miles de turistas y pregunto a un vecino donde preferíría vivir. "El antiguo asentamiento era mejor", responde. No por la proximidad a los turistas, que son una fuente de ingresos, sino por los templos, por devoción; "estábamos más cerca de ellos", dice.

Desde mediados del XIX, Birmania ha sobrevivido, espléndida, milagrosa y dramáticamente, a una catástrofe colonial que decapitó su sistema sociopolítico secular, y también al arrollador embate modernizador de la civilización occidental, sin perder el sueño. Siendo este país, por una mezcla de virtud, accidente y desgracia, un verdadero "reino dorado de la antiglobalización", la pregunta de si sus habitantes están bien situados para el más actual de los proyectos sociales; una modernización sin industrialización ni "crecimiento" (del consumo de recursos fósiles, del estrés y la deshumanización y del tráfico privado de automóviles), parece muy pertinente. El verdadero dilema existencial del país es la preservación de esta sociedad tradicional en condiciones de libertad, soberanía, unidad e independencia nacional. Sin duda, esta es la razón de la mutua sinergia y admiración existente entre japoneses y birmanos.

Como los japoneses, los birmanos han demostrado una voluntad y un empeño muy admirables por mantener su tradición cultural en la operación de lograr la mejora de su vida. El reto birmano es lograr mejoras esenciales en sanidad y educación, el genuino "progreso" y "crecimiento", crear modernas redes sociales de asistencia que combatan la baja esperanza media de vida, las enfermedades, el Sida, la tuberculosis, la malaria y toda la larga lista de problemas, sin caer en esa degradación de los valores tradicionales que los birmanos advierten en la vecina Tailandia, que es otro de sus referentes.

La frase, "Birmania es como Tailandia hace 50 años", que formulan todos los conocedores de esta región, evoca no sólo retraso, sino también ausencia de defectos y degradaciones del medio ambiente humano y físico, que son un precioso tesoro de futuro. Por lo demás, Tailandia también es, desde el pasado septiembre, una dictadura militar coronada por un monarca, objeto de un culto popular no menos ridículo que el del Caudillo norcoreano, Kim Jong Il… Para preservar ese ideal "Suvarnabhumi", es necesario muchas cosas más que la democracia. Desde luego, la creación de instituciones nacionales que aparten a los militares de las riendas de la economía y de la política es urgente y necesaria, pero de momento, lo que se constata es que esas instituciones no existen, y ni el mero "cambio de régimen" ni las sanciones internacionales las harán aparecer.


Colapso colonial

Cuando los ingleses llegaron a Birmania en el XIX, se encontraron con una sociedad convencida de su propia superioridad y muy mal preparada para inclinarse ante ellos y reconocerles como superiores portadores de "la civilización". En aquella época el reino birmano, el "Reino de Ava", estaba en su esplendor y en plena experiencia de 25 años de expansión militar sin tropiezos. Muchas regiones de minorías étnicas, acababan de ser conquistadas por los birmanos. "Nunca hemos encontrado a un pueblo que pueda vencernos", le dijo un noble de Ava a un observador inglés en 1826.

A los ingleses, con sus ridículos atuendos, se les llamaba, "los extranjeros de lana" y se les contemplaba como algo bajo en la jerarquía de los "kala" ("extranjeros"). Eran además, unos manifiestos groseros y arrogantes, que, al negarse a descalzarse en los templos y palacios del poder birmano, demostraban una actitud despreciable e injuriosa hacia la más elemental tradición local. Los británicos necesitaron tres guerras para robarles por completo el país en tres etapas;1824-1825, 1851-1852, y 1885. Una vez consumado su delito, no encontraron apoyos en la élite local para organizar una administración colaboracionista, la formula ensayada en India, ni para crear la ficción de un estado independiente bajo la "protección" de su majestad británica, como en Nepal y tantos otros lugares. Birmania era, "incapaz de acomodarse a los intereses comerciales y estratégicos del imperio", se quejaba un funcionario imperial. Eso determinó el desmantelamiento completo de todo el sistema birmano.

El último rey, Thibaw, fue enviado al exilio a Madrás. En la sala del trono de su palacio, en Mandalay, la soldadesca organizó el bar de oficiales. Los archivos de la corte, escritos en hojas de palma, fueron quemados en una gran hoguera que consumió los registros genealógicos de la aristocracia. En aquella hoguera sucumbió todo el sistema sociopolítico local: una tradición de 800 años, anterior a las grandes monarquías europeas, con importantes resortes religiosos. El rey era la piedra angular del orden social birmano. Era patrón de toda una red de monasterios e instituciones budistas encargadas de la educación, por lo que su marcha no solo dejó huérfano a todo un ejército de monjes, sino que privó al país de su sistema educativo tradicional. La elite perdió su lugar y sus referencias existenciales. Antiguas genealogías de militares y funcionarios perdieron la posibilidad de servir en la administración y el ejército reales, pero la gente continuó siendo brava e indómita. Para sofocar su rebelión, después de la rendición de Mandalay y del exilio real aún hizo falta destacar un ejército de 40.000 soldados, dos años de ejecuciones sumarias y traslados forzosos en masa de comunidades enteras. La rebelión se extendió a las zonas del sur del país que habían sido anexionadas en 1853, con la policía y el ejército colonial local pasándose a los rebeldes, e implicó no solo a birmanos, sino también a las etnias shan, kachin, y chin. Para 1890, la sociedad birmana había sido puesta boca abajo y violentada de una forma sin precedentes en el imperio británico. "Los birmanos estamos acabados y será mejor morir que ser sus esclavos", dijo Bo Cho, el ex funcionario que mantuvo una de las insurgencias más tenaces en el curso alto del río Irrawaddy, cuando lo llevaban a la horca, en 1896.

El vacío creado por el colapso colonial obligó a importar de India no sólo instituciones de gobierno ajenas, sino también todo un ejército de decenas de miles de funcionarios indios que gobernaran el día a día. Rangún fue una ciudad india, dominada por funcionarios y odiados prestamistas indios (chettiars), así como mercaderes chinos, que eran los intermediarios del saqueo colonial británico. La mitad de la población de la capital era extranjera. Birmania, un país que se consideraba sublime, fue gobernado como una dependencia de Calcuta, lo que añadió escarnio al robo y dominio extranjeros.

Para Inglaterra, los birmanos fueron "gente difícil", los "irlandeses de Asia". En los años veinte, siguieron las rebeliones. Algunos monjes budistas murieron en prisión. En los treinta, la revuelta incluyó un acuerdo entre birmanos para tratarse mutua y públicamente con el título reservado a aquellos "seres superiores": "thakin", el equivalente birmano al "sahib" de la India. La zona Wa aun conoció una revuelta armada en 1930-1931… Los birmanos, simplemente, nunca aceptaron el dominio extranjero.


Amarga independencia

En 1942, a los 57 años del colapso nacional de Mandalay, los ingleses huyeron de Birmania ante el avance japonés. Los soldados nipones fueron recibidos con flores en las calles de Rangún, una ciudad que les había perdonado los crueles bombardeos aéreos. Los birmanos organizaron un ejército para luchar junto con los japoneses, en el que sirvieron los padres de la independencia birmana, pero pronto se dieron cuenta de que aquellos libertadores no eran mejores que los británicos, así que dijeron de nuevo "no" y volvieron sus armas contra ellos en la última etapa de la guerra. En 1948, los ingleses no tuvieron más remedio que irse definitivamente de Birmania, porque Nheru les dijo que no contaran con el ejército indio para volver a imponerse, y porque la propia independencia de India así como la situación en Palestina mermaban sus fuerzas. U-Nu el místico budista y primer ministro que fue uno de los líderes de la independencia, resumió así el nuevo comienzo de 1948:

"Perdimos nuestra anterior independencia sin perder nuestra autoestima y respeto, ahora nos apegamos a nuestra cultura y tradiciones y las mantenemos para desarrollarlas de acuerdo con el genio de nuestro pueblo". Por desgracia, los ingleses habían dejado en Birmania un legado catastrófico y todo estaba en contra de la estabilidad.

Nada de lo que ocurrió después de la independencia resulta sorprendente. Con los británicos, el ejército colonial local se había formado sin birmanos, usando a las minorías étnicas (karen, kachin y chin), con las que estos tenían relaciones complicadas como principal fuerza militar. Hubo que esperar hasta 1920 para que el primer birmano accediera al cuerpo colonial de funcionarios, y a 1940 para que los birmanos representaran un poco más del 10% de los soldados del ejercito colonial. Esa política es clave para entender no sólo la guerra civil y el desmantelamiento del país, sino también el resentimiento antioccidental, la xenofobia y la militarización de la política birmana que siguió a la independencia de 1948 y se mantiene hasta nuestros días como sello de marca del régimen. En el orgulloso ideario birmano, la concepción de la importancia de disponer de un ejército nacional para recuperar la gloria pasada adquirió entonces un gran peso.

El colonialismo desmanteló institucionalmente Birmania y cuando se retiró, dejó un vacío y un caos étnico que sólo el ejército pudo llenar. Aung San, el líder nacional, y otros seis dirigentes clave fueron asesinados en un complot interno en julio de 1947, seis meses antes de la independencia de enero de 1948. Los comunistas y algunas de las principales minorías étnicas se rebelaron. Al poco tiempo, los estadounidenses apoyaban a los restos de un ejército nacionalista chino contra Mao que se dedicaba al narcotráfico en el noreste, los tailandeses apoyaban a los separatistas karen (cristianos y los más colaboracionistas con los británicos) a lo largo de su frontera, y los chinos casi llegaron a invadir el país para ayudar a sus protegidos comunistas. Tras unos años de inestable gobierno civil en los que la unidad del país fue seriamente amenazada, los militares tomaron el poder con un golpe en 1962 cuyo primer movimiento fue expulsar a la "Imperial Chemical Industries" y a la "Burma Oil Company". El segundo fue la expulsión, con lo puesto, de 400.000 indios que dominaban desde varias generaciones el comercio, la función pública y el grueso de las profesiones urbanas modernas. Aquella expulsión convirtió a Birmania en algo parecido a una aldea. Con su tradición secular de gobierno desmantelada y decapitada, en medio del caos, y carente de una clase urbana, el ejército asumió el papel y la función del estado. Las fuerzas armadas se centraron en un peculiar "socialismo a la birmana" sin colectivización agraria y se dedicaron a la contrainsurgencia. En 1988 aun estaban en eso, cuando estalló una revuelta, primero estudiantil, luego nacional, a favor de la democracia.


El trauma de 1988

En Birmania, la zona central, étnicamente birmana y que considera "inferior" al resto, es la segura y estable. El ejército se encontraba en la periferia librando una guerra dura y sucia cuando, por primera vez, sintió el peligro en su retaguardia. La oposición que pedía democracia, mantenía contactos con las guerrillas secesionistas. En Occidente se condenaba a la junta y estaban encantados con la perspectiva de un cambio de régimen que abriera el gas, el petróleo, las piedras preciosas, la riqueza maderera y las prácticamente intactas pesquerías birmanas a empresas americanas y europeas. La respuesta fue enviar al ejército antiinsurgente a reprimir a los estudiantes, lo que dejó un balance de, quizá, 2000 muertos, que traumatizó a la nación, e incluso a los propios militares, según algunos observadores.

Desde aquel "restablecimiento del orden" hasta el día de hoy, el gobierno militar ha firmado 28 acuerdos de rendición, paz, o alto el fuego, con otros tantos ejércitos rebeldes de la periferia. Cada acuerdo ha sido diferente. En la zona Wa, por ejemplo hay una virtual independencia, a cargo de un tolerado ejército narco de varios miles de hombres, que usa la hora de Pekín (una hora y media más que en Rangún) y el yuan chino como moneda.

"No es una paz real, pero la situación es mucho mejor que la guerra de antes", señala un observador bien informado, que desmiente como "completamente absurda" la información difundida en febrero por la agencia AP, según la cual el 60% del estado Shan (el más extenso del país) está "controlado" por los independentistas locales.

"Para el ejército el fin de la guerra civil y el desarrollo económico deben preceder a cualquier cambio político, concebido como un proceso lento y gradual que debe llevarse a cabo sin interferencias externas", explica el historiador Thant Myint-U. "Para la oposición", continua, "el cambio de régimen y la democracia es lo primero". Es un diálogo de sordos.

En Rangún, una ciudad destartalada y sabrosa, algo dejada y anclada en los años setenta a efectos de su tráfico rodado y decoración urbana, no se ven escenas de pobreza extrema como las de Manila o Katmandú. La clara división entre "ellos" (los gobernantes) y "nosotros", que tanto recuerda a la de los antiguos países del este de Europa en los ochenta, no lleva consigo ese ambiente de sospecha, delación y vigilancia, típico de los regimenes policiales como la ex RDA, la ex URSS pre Gorbachov, o la Rumania de Ceaucescu.

Almuerzo con un individuo que reúne todas las características del típico agente de la CIA; estadounidense, fluido en lengua birmana, tailandés y con pinitos en mandarín, interesado en "relaciones chino-birmanas", y sin medios de subsistencia comprensibles. "Supongo que les resulto sospechoso", reconoce, pero no se siente vigilado y ni siquiera está seguro de que su teléfono esté pinchado.

En la parte del país abierta al visitante, la sociedad respira una atmósfera de paz y estabilidad admirable. "No he presenciado ni un solo altercado o disputa callejera desde que estoy aquí", explica un profesor canadiense que lleva seis meses residiendo en Birmania. El país, que recibía 42.000 turistas en 1994, recibe 600.000 actualmente.

Todo eso contrasta con el historial del régimen, cuya guerra de contrainsurgencia provocó un millón de refugiados e incendió 3000 aldeas en los últimos diez años, según organizaciones de defensa de los derechos humanos. En la propia zona étnica birmana, ese mismo régimen masacró en diversas ocasiones a su propia población étnica cuando ésta se levantó en protestas no armadas.

En política, como en vulcanología, hay diferentes tipos de erupciones, y el potencial de caos de Birmania se desprende de la combinación de esos precedentes, con el total desprestigio de la junta y la inmadurez de la oposición. En 1988, una chispa tan anodina como una disputa de bar entre estudiantes y soldados, degeneró en la masacre de 2000 ciudadanos. En Rangún, la protesta contra los militares prendió incluso entre la burocracia del gobierno. En previsión de una repetición de algo parecido y para aislar los órganos vitales del régimen de eventuales turbulencias, la junta ha trasladado la capital desde Rangún (aquella ciudad colonial indio-británica, cuyo aspecto nunca gustó a los militares nacionalistas) hasta Naypydaw, en el centro geográfico del país, a unos 400 kilómetros al noreste de la antigua capital. El traslado es una empresa costosa que la gente tiende a atribuir a la paranoia de los militares, pero en Rangún todas las casas tienen puertas enrejadas, pese a que no hay problemas serios de delincuencia, me dicen los vecinos. Es como si todos hubieran colocado las rejas en previsión de una posibilidad que está en la memoria. En ese sentido, la paranoia parece general.

Una sociedad con una personalidad a la vez fuerte y amable, que siempre navegó por rutas muy propias, debe encontrar su propia receta para desmontar esas rejas. Lo ideal sería que en esa operación se preservara el valioso estilo de vida birmano. En condiciones de democracia podría ser una preciosa contribución a un orden armonioso con el medio ambiente físico y humano. ¿Un sueño del atardecer birmano?. En cualquier caso, el compromiso hipocrático de no empeorar la situación aun más con sanciones inútiles que solo sirven para enrocar a los militares en el aislamiento que defendieron durante décadas, y que podrían mantener mucho tiempo más, debería guiar la política de la Unión Europea hacia Birmania. Mientras tanto, pocos países hay en el mundo más agradables a la vista, el olfato (este es un país que huele bien), y el sentido común del viajero que aprecie las buenas maneras.


Publicado originalmente en el diario La Vanguardia, de España.



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