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La insignia
26 de septiembre del 2006


¿Cuánto mide la realidad? (II)


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¿Cuánto mide la realidad? (I)
Jesús Gómez Gutiérrez
La Insignia. España, septiembre del 2006.



En el arte de titular, la palabra «entropía» todavía no ha alcanzado el éxito de la palabra «sexo»; es decir, no asegura que los ojos de cien de cada cien lectores dediquen su atención al título del que forme parte. Pero tampoco le anda tanto a la zaga. Descontando a los iluminados por la religión, algunos de los cuales berrean que la segunda ley de la termodinámica invalida la teoría evolucionista, hay muchos millones de seres humanos interesados en el concepto de Rudolf J. E. Clausius por motivos racionales.

Mi interés personal, por ejemplo, empezó a 36,9º S. 43,3º O. de la Luna, por el cráter del Lacus excellentiae que honraron con el apellido del físico y matemático. La anécdota no viene ahora al caso; lo menciono únicamente para ilustrar un hecho de alguna importancia en estas líneas: «todos los caminos conducen a Roma». No conducen hoy menos que ayer; no menos en el año 2006 que en el 117, cuando falleció el hispano Marco Ulpio Traianus, Trajano, quien llevó las fronteras del imperio a su máxima extensión. El refrán sería incorrecto si nos refiriéramos literalmente a la red de calzadas romanas; pero es correcto como metáfora. Entre lo primero y lo segundo hay una diferencia de principio: las calzadas son un sistema aislado; sin reparaciones, la medida del desorden del sistema (la entropía) ha aumentado con el tiempo y sólo quedan cuatro piedras. En cambio, la metáfora pertenece a un típico sistema abierto, la cultura, donde la entropía se puede detener e incluso revertir.

Entendido esto, podemos dar el siguiente paso: Según una definición errónea y muy extendida, la segunda ley de la termodinámica establece que la entropía aumenta con el tiempo. De ahí, los seguidores de la superstición -los creacionistas, en concreto- deducen que la teoría de la evolución es incorrecta porque implica cambio de desorden a orden, de organismos pequeños y poco complejos a organismos grandes y muy complejos. Si hay orden, afirman ellos, es por la intervención de Dios. Pero la ley mencionada no se refiere a sistemas abiertos como la vida en la Tierra sino exclusivamente a sistemas aislados, como las carreteras del ejemplo. Por otra parte, sólo indica una tendencia estadística en los propios sistemas aislados. Y todo ello, sin entrar en delicias científicas como que la entropía afecta a cuerpos grandes, macroscópicos; no a los niveles microscópicos, materia de estudio de la física cuántica y donde la famosa «flecha del tiempo» volvería a demostrar su pasión por la literatura.

La denominación de Clausius no se aplica a un solo campo ni significa exactamente lo mismo; además de en termodinámica, también se utiliza en teoría de la información y mecánica estadística. Demasiado lío para los perseguidores de palabras atractivas y relativamente nuevas con las que dar una capa de pintura a supersticiones de siempre. Aunque si todos nuestros problemas se redujeran a las ocurrencias de los descerebrados por la religión, no tendríamos tantos problemas. La ciencia camina despacio, pero es elemento central del sistema abierto que llamamos cultura y no se va a detener por unos cuantos mitos y leyendas. Bastante más peligrosas son las debilidades del pensamiento racional y los desfases entre las necesidades de la especie y su modelo de organización, o entre ambas cosas y determinadas concepciones de la moral. Por ejemplo, la moral asociada al concepto de trabajo. Momento en el cual sacamos la coctelera e introducimos unas gotas de entropía y cuarto de litro de sexo.

A principios de este año surgió un informe donde se afirmaba que el 95% de las prostitutas son esclavas. Surgió como Dios, de la nada, y lo hizo sin hechos, sin datos, sin referencias, sin estudios de campo, como el disparate que es. En una situación histórica diferente habría terminado en la basura e incluso alguien, en alguna parte, habría investigado de qué estaba hecha la nada de la que surgió. Sin embargo, vivimos en una época con demasiados sistemas cerrados. La falta de renovación produce mediocridad intelectual, situación de la que saben bastante los sectores de la izquierda política que se han sumado en España al arte de sustituir la realidad por la ficción que más convenga. En el caso propuesto, era preferible una ficción a partir de la añagaza de la esclavitud a una realidad desde el hecho de la explotación, porque se trata de dar cobertura ideológica al trasiego eufemístico entre el viejo y fracasado prohibicionismo y el nuevo abolicionismo (la capita de pintura a lo de siempre). Si la prostitución es un trabajo, hasta los ciegos ven que lo único que obstaculiza su lógica regularización es un concepto concreto de la moral. Pero si por arte de magia se transformara en esclavitud, no cabría regularización alguna.

El gran descosido de ese fraude es la imposibilidad de negar la existencia de prostitución voluntaria y del todo ajena a cualquier forma de esclavitud, sea cual sea el porcentaje que alcance la última en las distintas circunstancias. Lo cual revienta la mascarada del «abolicionismo» y vuelve a situar la cuestión en el debate histórico entre prohibicionistas y reguladores. Seguramente eso no es un problema para los inquisidores religiosos; igual que los creacionistas intentan abusar de la ciencia para demostrar la existencia de Dios, ellos intentan llevar «La cabaña del tío Tom» al lupanar. Ni unos ni otros van a renunciar a sus dioses ni a su concepto de la moral, que no les crea mala conciencia, por un simple error táctico. Pero el sector talibán de la izquierda es harina de otro costal: aunque son prohibicionistas, no suelen tener ni el coraje ni la honradez de asumir que comparten moral con los mercaderes de la superstición. Necesitan, por tanto, la pintura del abolicionismo. Creen haber visto la luz en su conflicto interno y no hay más que hablar.

Ese tipo de fanáticos son los que están generando el discurso dominante en buena parte de la izquierda. En la actualidad, la mayoría de las organizaciones son sistemas aislados en los que no se puede producir una renovación suficiente, un intercambio suficiente de materia y energía con el entorno, como para frenar o revertir la situación. De hecho, el mantenimiento de los puestos de trabajo y pequeñas cuotas de poder de sus escasos integrantes exige un grado de ineptitud que precisamente impide la renovación. ¿Quién, exceptuados otros ineptos y algún niño se acercaría a sujetos capaces de mentir y manipular de un modo tan obvio? Hablamos de la izquierda, no de la banca. Hablamos de los que teóricamente quieren arreglar el mundo, no de los que prefieren que siga como está. Los niños huyen en cuanto dejan de serlo. Y los canallas con talento se marchan a alcantarillas más productivas.

Stephen Hawking explicó la entropía en alguna ocasión como una caja que contiene un rompecabezas, un objeto que sólo puede estar montado en una distribución determinada. En todas las demás estará mezclado, diseminado, amontonado, pero no montado. Si agitamos la caja, la probabilidad de que aumente el desorden es superior a que aumente el orden; y la probabilidad de que se recomponga de forma espontánea es prácticamente inexistente. ¿Cuánto mide la realidad? En lo tocante a esa izquierda, lo que mida el espacio entre dos adverbios: practicamente y totalmente. Un milagro.



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