Mapa del sitio Portada Redacción Colabora Enlaces Buscador Correo
La insignia
13 de septiembre del 2006


La retrógrada mirada poscolonial


Santiago Rodríguez Guerrero-Strachan
La Insignia. España, septiembre del 2006.


Puede que el inicio (el relativo inicio de cada asunto) esté en la novela El corazón de las tinieblas de Joseph Conrad. Allí Marlowe rememora su infantil atracción por los mapas, y su extrañeza por la blancura que dentro de ellos señalaba la terra incognita. Años más tarde, ya adulto, emprende un viaje por África hasta llegar al corazón, en el Congo, en busca de un conocido, y dice Marlowe que allí conoció el horror. África, el continente que más tardaron los europeos en cartografiar, no era blanco, como aparecía en los mapamundi, sino negro, por tantas razones (ya a finales del siglo XX, Peter Carey escribiría un cuento, "¿Me amas?" que también habla de cartógrafos y de las regiones etéreas ignotas que van desapareciendo porque todos se han olvidado de ellas. Pasamos de una progresión en el conocimiento del mundo a un olvido de aquello que no nos interesa).

Susan Bassnett, interesada en la literatura comparada y su hermana la traducción, apunta que nuestra percepción del lugar no depende solo de la situación geográfica del país sino, a veces muy fundamentalmente, de la idea que hemos concebido del mismo. Pone como ejemplo los casos de Grecia y Yugoslavia. Creemos que Grecia es un país plenamente occidental y Yugoslavia más oriental, y eso nos hace situarlos en el mapa de una manera incorrecta. Tendemos a pensar que Grecia está más cerca de Italia, cuando la verdad es la contraria. De los dos el más cercano es Yugoslavia, mientras que Grecia está más cerca de Turquía.

Todo esto viene a cuento de cómo distorsionamos también los valores y las culturas. Tengo a Walter Benjamin por un gran filósofo al que se ha leído fatal. No es el único, quizás tampoco el más preocupante, pero sí que me entristece, y no por razones de mera sentimentalidad. En sus Tesis de Filosofía de la Historia, Benjamin ve la historia como una narración escrita por los vencedores, claro que también incluye al Angelus novus, el ángel que sin dejar de avanzar hacia el futuro no deja de mirar al pasado. Este ángel ha tenido poca fortuna en las reflexiones filosóficas contemporáneas, al contrario que el concepto de historia como justificación narrativa de los vencedores, que antes fueron vistos como la burguesía y hoy, sin embargo, es simplemente Occidente.

Si la historia la escriben lo que detentan el poder, y estos se reducen a los occidentales, sin mayores matizaciones, lo lógico es el surgimiento de grupos de estudio que se centren en la historia silenciada. Es lo que se denomina en el cursi argot universitario "estudios subalternos", y no se refiere a estudios dependientes de otros, y por tanto secundarios, sino a la investigación de todos aquellos llamados actores sociales que nunca han tenido un papel destacado ni ningún tipo de liderazgo a lo largo de la historia. Estos subalternos (que tampoco tienen que ver con el mundillo taurino) son, por el mero hecho de serlo, grupos que merecen un respeto mayor que otros, de nuevo sin mayor análisis de quiénes son, qué hacen o qué tipo de organización social pretenden.

Aunque no sea la única filiación, los escritos de Edward Said, y muy en especial Orientalismo, han estimulado dichos estudios. Said recorre todas las capas de la indigencia intelectual de una clase social, la alta británica de los siglos XVIII y XIX, cuando se ve enfrentada al mundo árabe, y proyecta sobre él todos sus prejuicios. Said los analiza y expone, creo yo, con el propósito de que dejemos de lado todas las ideas preconcebidas hasta el momento sobre los árabes y, gracias a un conocimiento racional, podemos entenderlos y entendernos con ellos.

Las cosas marcharían razonablemente bien si no fuera porque del intento de comprensión hemos pasado, sobre todo en los ambientes universitarios (pero no únicamente), a la justificación sin reservas de todo aquello que no sea occidental, porque, lo queramos o no, nos dicen, Occidente ostenta unos valores que van contra las personas (y que no es sino una reedición de la decadencia de Occidente y del rechazo a la teleología histórica hegeliana, tal y como ha sido entendida en ciertos ambientes universitarios franceses y americanos, y luego adoptada por todos, occidentales y no occidentales, que buscan una nueva sociedad basada en el regreso a formas preteridas, ya sean religiosas, sociales o culturales.) Buscar los momentos de resistencia y oposición al poder de los grupos étnicos o de las mujeres en tales y cuales sociedades, puede resultar interesante y quedar muy bien en algún artículo de cualquier revista especializada, pero pretender que eso sea norma de vida, aunque solo lo sea para unos poquitos, raya lo ridículo. No todo lo que no es occidental (y por tal se suele entender burgués y capitalista) es bueno. El cambio puede ser hacia mayores cotas de libertad o hacia una mayor opresión que la tradición, la historia o la cultura justificarían.

En esas estamos hoy en día. ¿Cómo es posible que algunos vean a Osama Bin Laden como un libertador? ¿cómo, que la poligamia sea progresista? ¿o que el Estado financie cualquier educación religiosa no cristiana? Desde luego no es así como reduciremos la fuerza de las religiones en la sociedad. Como, desde luego, tampoco nos libraremos del capitalismo, como sistema político, social, jurídico, etc., pensando que los valores de las sociedades teocráticas y premodernas nos van a llevar a algún lugar. Sin embargo, la mirada colonial europea ve esas mismas culturas como, al menos, interesantes, efectuando una brutal trastoque de significados culturales y consecuencias sociales. ¿Cómo se puede ver en la poligamia algo aceptable si es sólo el hombre el que decide y las mujeres nunca pueden ver más que a su marido? ¿cómo no entender que el velo es un signo religioso y social de sumisión? ¿cómo no entender, en definitiva, que seguimos proyectando nuestros prejuicios, ahora a redropelo, y que todo eso que tanto nos asombra en ellos, lo rechazaríamos en nosotros? ¿Cómo no ver que lo que empuja a los emigrantes a marcharse de su país son la falta de libertad política y religiosa, o la miseria que unos sistemas políticos han creado y perpetúan?

Quizás nos esté ocurriendo lo mismo que al protagonista del cuento de Carey. Han dejado de importarnos ciertos valores, y se van esfumando de nuestro mapa ético, al igual que se esfumaban en el relato inmensas regiones que ya no interesaban a nadie.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción | Proyecto