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La insignia
9 de mayo del 2006


Especulación y terrorismo


Alberto Piris
Estrella Digital. España, mayo del 2006.


Aunque la experiencia acumulada al paso de los años le hace a uno propenso a escudriñar con creciente desconfianza las noticias publicadas cada día, algo hay en torno a la actual crisis del petróleo - por llamar de alguna manera a un fenómeno que parece ya asentado entre nosotros - que obliga a acrecentar el habitual escepticismo y a esforzarse por leer entre líneas.

En días anteriores se ha sabido que los buques petroleros de algunas empresas, repletos del neciamente llamado oro negro, vendían su cargamento en alta mar mientras navegaban hacia el país que inicialmente lo había adquirido y, tras un sustancial aumento de sus beneficios, ponían proa hacia el puerto del nuevo comprador que, naturalmente, pagaba bastante más por lo mismo. ¿Por qué este proceder? ¿Es que la empresa exportadora era regida por audaces ejecutivos y la importadora estaba gobernada por individuos propensos a caer en el timo de la estampita? ¿No será más cierto que unos y otros obtenían así mayores beneficios sin aumentar el riesgo ni la inversión? ¿De dónde salen esos beneficios?

Para los que no nos hemos especializado en economía, una práctica de esa naturaleza parece tener un nombre claro: especulación. Así se llama la obtención de beneficios basándose en las artificiales inestabilidades de los precios de cualquier materia prima, sin añadir valor alguno a ésta, sin arriesgar nada, sin crear bienes ni puestos de trabajo.

Los legos en esta materia nos sentiríamos menos inseguros al opinar sobre cuestiones económicas si recordamos una ingeniosa frase del famoso economista John Kenneth Galbraith, recientemente fallecido y estos días ampliamente elogiado en los medios de comunicación: "Los economistas son muy económicos [en el sentido de 'ahorrativos'], entre otras cosas, también en ideas. La mayoría de ellos hacen que les duren toda la vida las que sabían al terminar la carrera". Permítasenos, pues, opinar libremente sobre algo que influye muy directamente en nuestras vidas.

Son muy bajas - matemáticamente hablando - las probabilidades personales de sufrir un atentado terrorista, de experimentar los efectos del ántrax o del gas sarín utilizados por algún fanático, o de sufrir las consecuencias de la próxima guerra que EEUU desencadene para democratizar algún país. Pero, por el contrario, nuestros bolsillos y nuestras economías domésticas sufren a diario los efectos de la especulación económica.

Es evidente que cuando escribo "nuestros" no me estoy refiriendo a los incluidos en la lista de fortunas mundiales del "Forbes", "Fortune" o algún otro "Gotha" del dinero. Aludo a la inmensa mayoría de ciudadanos, en España y en todo el mundo, que viven de su trabajo - a menudo muy precariamente, cuando lo tienen - y que sufren a diario los efectos deletéreos de la especulación de cualquier tipo. Especulaciones que generan inestabilidad, depauperando a veces países enteros; que hacen subir los precios de productos esenciales, incrementan los índices de pobreza y de malestar y generan tensiones internacionales capaces de conducir a la violencia del terrorismo o a la guerra.

Es en este punto donde no se entiende por qué el terrorismo recibe una condena generalizada y unánime en todo el mundo (aunque con las limitaciones e hipocresías a las que en esta columna he aludido a menudo) y, por el contrario, la especulación es aceptada y bendecida por los gurús políticos y, no digamos, financieros. Parece como si Naciones Unidas no advirtiera que tanto aquél como ésta generan efectos nocivos que ponen en riesgo la paz y la seguridad internacionales, cuya preservación constituye la misión esencial de la organización.

Se me dirá - y no tengo argumentos para rebatirlo - que nada hay parecido entre un pacífico inversor en bolsa y un exaltado terrorista que vuela un tren de cercanías. Objetaré que no veo por qué quien especula con las subidas y bajadas bursátiles y gana dinero abundante sin producir bien alguno, ni crear empleo, ni mejorar la situación social del país donde se dice que invierte, deba ser llamado inversor y no especulador. Y si se me admite este matiz, tendré que incluirle como un miembro más de la actividad especuladora que, como queda dicho, puede llegar a causar a la humanidad tantos o más males que el terrorismo.

Es hoy evidente que así como se desarrollan esfuerzos para definir con claridad el terrorismo y poder hacerle frente debidamente, sería también preciso delimitar de forma clara, con validez de ámbito internacional, dónde acaba la ganancia lícita y dónde empieza la pura especulación.

En la página web de ATTAC (siglas de la "Asociación por la Tasación de las Transacciones especulativas y la Acción Ciudadana") se lee: "¿Sabía usted que su futuro y el de los suyos se decide en foros internacionales a los que sólo pueden asistir los grupos de interés de los opulentos y especuladores?".

Este movimiento internacional de ciudadanos para lograr el control democrático de los mercados y sus instituciones nació en 1997 y lucha hoy por lo que aquí se comenta. Pero es largo y difícil el proceso que permita vencer algún día las inercias y los usos que la hegemonía del capitalismo ha ido generando y asentando al paso de los años. No está mal, de momento, sugerir que entre especuladores y terroristas quizá haya más similitudes de las que resultan aparentes. Es un modo de ir aclarando algunos conceptos básicos.



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