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La insignia
3 de mayo del 2006


Perú

¿Cuál es la tarea del próximo gobierno?


Nicolás Lynch
La República. Perú, mayo del 2006.


Contra lo que dicen los voceros, hoy multiplicados, del gobierno que termina, este no ha sido un buen sino un mal gobierno. No pasó el examen mínimo que le habían puesto los electores en el 2001: hacer de la democracia un régimen político viable. Alejandro Toledo abandonó el programa de la transición cuando decidió continuar con la economía de privilegios, dudar frente a la corrupción y la impunidad, no hacer reforma constitucional y despedir a los que se atrevían a hacer política sectorial. El tener crecimiento económico, como ha ocurrido en los últimos años, es un elemento, pero quizás si el más débil, en un país donde terminar con la desigualdad ha probado ser, históricamente, mucho más difícil que crecer económicamente. El fracaso de este examen mínimo explica que hoy, en los inicios de la segunda vuelta, la democracia vuelva a estar en cuestión y haya quienes crean, desde ambos lados, que el otro pondría en peligro el régimen democrático.

La inviabilidad democrática en el Perú se expresa en que las instituciones de gobierno no tienen ni siquiera el 10% de aprobación por la ciudadanía y que buena parte de los peruanos no tendría problemas en apoyar un régimen autoritario si este mantiene el orden y soluciona sus problemas inmediatos. Esto se llama en cualquier parte frustración con la democracia. La tarea fundamental del próximo gobierno es entonces terminar con la frustración y, aunque parezca tedioso decirlo, retomar el camino de la transición.

Para ello, hay que cumplir con el programa del 2001, que es casi el mismo del 2006, y de esta manera traer de nuevo esperanza a los que habitan este país, quizás sí el elemento más preciado de estos tiempos. Para terminar con la frustración democrática hay que hacer, a contrapelo de lo que dicen los teóricos liberales, que la democracia se coma, de lo contrario, para una población mayoritariamente empobrecida, este es un régimen, además de complicado, inútil para sus intereses inmediatos.

Que la democracia se coma supone ante todo cambiar la forma de reparto del crecimiento económico, lo que podríamos llamar la economía política del crecimiento. Hoy, en este capitalismo de amigotes, el reparto prioriza a los que están cerca del poder. En otras palabras, los que hacen plata grande tienen como un componente central de su tasa de ganancia su cercanía del poder político. Cambiar la forma del reparto requiere una correlación de fuerzas en este sentido muy grande, que aísle el poder de facto del gran capital y sus aliados internos y externos y les dé otro cauce a las ganancias.

Este es el núcleo de lo que debe contener una reforma constitucional. En ella debe plasmarse un contrato, especialmente un contrato económico, distinto del que está en la declaración de guerra que impusiera Fujimori como texto constitucional en 1993. La voluntad de los candidatos finalistas de hacer cambios de fondo está entonces en relación directa con lo que quieran hacer con el arreglo económico existente. Si persisten en el capitalismo de amigotes y su expresión en el arreglo fujimorista, habrán apostado al igual que Toledo por la continuidad y la negación a retomar el camino de la transición democrática.

De esta manera continuará la frustración y, si no hay algún estallido social anterior, volveremos a encontrarnos en el 2011 con la vigencia del programa del 2001. Si, por el contrario, se opta por un arreglo inclusivo que empiece el reparto para las mayorías podremos decir que nos encontramos de nuevo en un proceso de viabilidad democrática y que este país, destino mediante, tiene futuro en el horizonte.



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