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La insignia
3 de mayo del 2006


Reflexiones peruanas

Escape y peligro a menos de 5,50


Wilfredo Ardito Vega
La Insignia. Perú, mayo del 2006.


Es viernes por la tarde y estoy en Villa El Salvador conversando con un grupo de adolescentes y jóvenes sobre el VIH y el SIDA. Se calcula que 80.000 peruanos ya han contraído este mal, y la mayoría se contagió entre los 15 y 24 años por tener relaciones sexuales sin protección. La enfermedad no ha alcanzado, de ninguna manera, los niveles gravísimos de varios países africanos, pero está avanzando y en otros países latinoamericanos con problemas parecidos a los nuestros, como Honduras y Guatemala, afecta ya al 1% de la población. En el Perú, se está llegando a este porcentaje entre los jóvenes pobres de ciudades como Lima, Chincha, Chimbote, Tumbes e Iquitos.

En el grupo de Villa El Salvador todos tienen menos de 20 años y para mi sorpresa están bastante informados: saben perfectamente que el VIH es diferente del SIDA, que compartir tazas y platos no genera contagio y que los retrovirales pueden prolongar la vida saludable a una persona con VIH por tiempo indefinido.

Sin embargo, se escuchan también comentarios menos alentadores: "Muchos chicos saben cómo evitar el SIDA -señala una de las jóvenes- pero no les interesa cuidarse." El mayor del grupo insiste con fatalismo en que la gente (y también él mismo), "quiere vivir el momento" y que es inútil creer que pensarán en tomar precauciones o en las consecuencias de los actos. Como muestra de esta desconexión entre el conocimiento y la conducta, todos los presentes conocen chicas que han quedado embarazadas, aunque sabían perfectamente cómo evitarlo.

Es verdad que en el Perú existe todavía mucha desinformación sobre el SIDA, pero desde hace varios años, en colegios, ONG e instituciones públicas se brinda información, especialmente a los jóvenes y otros grupos en mayor riesgo. Sin embargo, ni los videos, folletos o charlas por sí solos parecen ser capaces de promover cambios de conducta.

A nuestro entender, es insuficiente pretender afrontar la expansión del SIDA sin reconocer la existencia de un problema cultural. En otras sociedades, los ciudadanos perciben los riesgos que subyacen a determinadas conductas, como manejar, ingerir licor o tener relaciones sexuales con personas poco conocidas (y a veces bastante conocidas), y por lo tanto tomar medidas de precaución es parte de la vida cotidiana. Muchos peruanos, en cambio, necesitan el temor de una sanción para actuar con precaución, como en el caso del cinturón de seguridad, porque no comprenden que muchas desgracias son evitables. Esta actitud es más frecuente entre adolescentes y jóvenes, que suelen percibirse como inmunes frente al peligro.

Por ejemplo, la posibilidad de una enfermedad o un embarazo no deseado es desechada como algo que sólo le puede suceder a los "piñas" (excesivamente desafortunados, explico para quienes no están familiarizados con los peruanismos), mientras existen múltiples presiones para tener relaciones sexuales, desde los amigos hasta los medios de comunicación.

Quienes carecen de referentes familiares sólidos o sienten que la sociedad los excluye por razones raciales o sociales, pueden usar su sexualidad como válvula de escape para sus frustraciones, muchas veces sin guardar consideración por la salud de la pareja. En estos tiempos, este escape no resulta muy costoso: a pocos metros del local de Villa El Salvador existe un hostal de tres pisos, con un gran letrero que anuncia: Habitaciones a 5,49 soles.

Existe además un factor de riesgo adicional: el elevado consumo de alcohol en espacios juveniles. Al respecto, un integrante del MHOL sostiene que debido al entorno homofóbico muchos jóvenes con orientación homosexual sostienen relaciones clandestinas y sólo cuando están bajo los efectos del alcohol. Naturalmente, en esas condiciones es difícil pensar en precauciones fundamentales. Debe señalarse que la proporción del VIH entre los homosexuales es mucho mayor que en el resto de la población.

Por todo ello, la prevención del SIDA debe integrarse al resto de la problemática juvenil, especialmente en los sectores populares. La intervención estatal no puede limitarse a repartir condones, sino que es fundamental atender a las causas estructurales de la frustración, la marginalidad y el fatalismo.

Se trata de abordar una serie de temas, desde el alcoholismo, que sigue siendo un tabú en el Perú, hasta la presión social que entre los varones favorece la infidelidad. Se trata también de construir relaciones de mayor tolerancia y afrontar tanto las actitudes homofóbicas como el rechazo que sufren los portadores de VIH, inclusive por parte de médicos y enfermeras. Lejos de inducir a que los adolescentes se inicien sexualmente más temprano o tengan mayor actividad sexual, como algunas personas temen, se trata de lograr que sepan evitar las conductas de riesgo.

El reto es que, a pesar de las múltiples carencias, adolescentes y jóvenes se hagan responsables de sus propias vidas... Un reto que también corresponde a los adultos.



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