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La insignia
11 de junio del 2006


La Copa del Mundo: ¡Qué envidia!


Kofi A. Annán
La Insignia, junio del 2006.


Se preguntarán ustedes qué hace el secretario general de las Naciones Unidas escribiendo de fútbol. Pero de hecho, a nosotros, en las Naciones Unidas, la Copa del Mundo nos llena de envidia. Máxima manifestación del único juego auténticamente mundial, practicado en todos los países por todas las razas y religiones, es uno de los pocos fenómenos tan universales como las Naciones Unidas. Podríamos decir que lo es incluso más: la FIFA tiene 207 miembros, nosotros sólo tenemos 191.

Pero nuestra envidia obedece a algunas razones de mucho más fundamento.

En primer lugar, la Copa del Mundo es un juego en el que cada uno sabe dónde está su equipo y lo que ha hecho para estar ahí. Todos saben quién marcó, cómo lo hizo y en qué minuto del partido; todos saben quién falló el gol cantado; todos saben quién paró el penalty. Ojalá que en la familia de naciones tuviéramos esa misma rivalidad. Países que luchan abiertamente por ocupar los primeros puestos de la clasificación según el respeto de los derechos humanos y que tratan de superarse unos a otros en las tasas de supervivencia infantil o de matriculación en la enseñanza superior. Estados que exhiben sus resultados para que todo el mundo los vea. Gobiernos que asumen la responsabilidad de las acciones que les permitieron obtener esos resultados.

En segundo lugar, la Copa del Mundo es algo de lo que a todos les gusta hablar. Desentrañar lo que su equipo hizo bien y lo que podría haber hecho de manera diferente, por no hablar del equipo rival. Gentes sentadas en los cafés de todo el mundo, desde Buenos Aires hasta Beijing, discutiendo sin fin las mejores jugadas de cada partido, revelando un profundo conocimiento no sólo de su selección nacional sino también de muchas otras y expresándose sobre el tema con tanta claridad como pasión. Adolescentes normalmente silenciosos que adquieren una repentina elocuencia y se convierten en expertos seguros y en analistas deslumbradores. Ojalá que en el mundo en general pudiéramos mantener más conversaciones de ese tipo. Ciudadanos agobiados por el tema de cómo podría ascender su país en el índice de desarrollo humano o reducir el número de emisiones de carbono o de infecciones por el VIH.

En tercer lugar, la Copa del Mundo se disputa en terrenos de juego uniformes y todas las partes participan en igualdad de condiciones. Es un juego en el que sólo importan dos cosas: el talento y el trabajo en equipo. Ojalá que tuviéramos esa misma igualdad en la arena mundial. Un comercio libre y justo sin la interferencia de subvenciones, barreras o tarifas. Cada país con las mismas oportunidades de desplegar su poderío en la escena mundial.

En cuarto lugar, la Copa del Mundo es un acontecimiento que demuestra los beneficios de la polinización cruzada entre pueblos y países. Son cada vez más numerosas las selecciones nacionales con entrenadores extranjeros, que aportan una nueva forma de pensar y de jugar. Lo mismo cabe decir del creciente número de jugadores que entre cada dos Copas del Mundo juegan en equipos de otros países. Inyectan nuevas calidades en sus nuevos equipos, adquieren experiencia y aportan sus conocimientos enriquecedores a su país cuando regresan. En el proceso con frecuencia se convierten en héroes en sus países de adopción y contribuyen a abrir los corazones y a ensanchar las mentalidades. Ojalá que fuera igualmente sencillo para todos comprobar que en las migraciones humanas en general siempre hay tres vencedores: los migrantes, sus países de origen y las sociedades que los acogen. Que los migrantes no sólo construyen una vida mejor para ellos y sus familias, sino que también son agentes del desarrollo -económico, social y cultural- en los países a donde van y trabajan, y en su patria a la que inspiran con sus nuevas ideas y conocimientos cuando vuelven.

Para cualquier país, participar en la Copa del Mundo constituye un profundo orgullo nacional. Para los países que lo hacen por primera vez, como mi nativa Ghana, es un timbre de honor. Para los que lo hacen después de años de adversidades, como Angola, viene a ser como una renovación nacional. Y para los que están inmersos en una situación de conflicto, como Costa de Marfil, pero cuya selección nacional es un símbolo poderoso y único de unidad nacional, inspira nada menos que la esperanza de un renacer nacional.

Todo ello me lleva a lo que quizá es más envidiable para nosotros en las Naciones Unidas: la Copa del Mundo es un acontecimiento en el que realmente vemos los goles. No me refiero solamente a los goles marcados por cada país, sino también al gol, al objetivo más importante de todos: estar allí, formar parte de la familia de naciones y pueblos que celebran su humanidad común. Trataré de recordar esto cuando Ghana juegue contra Italia en Hannover el 12 de junio. Evidentemente no puedo prometer que lo consiga.



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