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La insignia
20 de enero del 2006


Irán: Entre la paz y la guerra


Augusto Zamora R. (1)
La Insignia*. España, enero del 2006.


Presionan la UE y EEUU a Irán para que renuncie a alcanzar un desarrollo autónomo de la energía nuclear. La razón que esgrimen es que tales actividades podrían permitir a Irán dotarse de armas nucleares, lo que consideran inadmisible. Irán rechaza las presiones y afirma que sus intenciones son pacíficas y que tiene derecho -como efectivamente tiene, de conformidad con el Tratado de No Proliferación Nuclear (TNP)- a desarrollar su propia tecnología nuclear, incluyendo el enriquecimiento de uranio, clave para fabricar el arma atómica.

Teherán denuncia que occidente aplica un doble rasero, pues mientras quiere ahogar a Irán, favorece el poder nuclear de Israel -que posee 300 bombas- y tolera el desarrollo nuclear de Pakistán e India. Dos motivos de fondo explican el trato desigual. Uno es el control de la región del petróleo, donde EEUU mantiene una total hegemonía militar, que un Irán nuclear pondría en entredicho. Dos, esa modificación de la balanza militar neutralizaría el poder nuclear israelí, debilitando seriamente al principal gendarme de occidente en la región. Aunque nunca lo admitirán de públicamente, son esos temas, más que la proliferación nuclear, lo que explica su dureza hacia Irán.

Irán posee extensas fronteras con Afganistán e Irak, países ocupados por y en guerra contra EEUU. Si se suma la densa red de bases militares estadounidenses en el golfo Arábigo-Pérsico, vemos que Irán es un país cercado por EEUU, cuyos gobiernos nunca han ocultado su deseo de derribar al gobierno iraní. Teherán tiene razones de sobra para sentirse amenazado, sobre todo tras la guerra de agresión sufrida por Irak, que rompió la credibilidad de los gobiernos occidentales, los mismos que hoy presionan y amenazan con sanciones a Irán.

El pulso con Irán se ha complicado para EEUU. La resistencia iraquí, integrada básicamente por sunitas, se muestra invencible. Para que la ocupación no termine en desastre, Washington precisa mantener apaciguados a los chiítas iraquíes, sobre los que Irán tiene un gran ascendiente. También requiere apoyo iraní para impedir la iraquización de Afganistán. Irán, por tanto, es esencial para que la guerra en esos países se mantenga controlada. Otro factor que complica la crisis es el alto precio y la escasez del petróleo. Lo uno ha llenado las arcas iraníes, lo otro le concede un poder negociador insoslayable, que le vuelve casi inmune a las sanciones económicas.

Irán está más fuerte que nunca. Se ha convertido en llave de la paz en Irak y de estabilidad en Afganistán. Su riqueza energética le hace socio indispensable para China y Rusia, miembros permanentes del Consejo de Seguridad. Rusia sabe que Irán es su último aliado en la zona y un cliente privilegiado de su industria armamentista. Lleva años abasteciéndole de sofisticados sistemas de armas, entre los que destaca el sistema antimisiles Tor M-1, de mil millones de dólares, capaz de abatir aviones que intenten atacar instalaciones protegidas. Rusia también ha vendido misiles de uso naval y modernizará la Fuerza Aérea de Irán. Hace pocos meses, un cohete ruso puso en órbita un satélite espía iraní, el primero de un total de ocho contratados por este país.

China está urgida de fuentes energéticas estables, que garanticen su desarrollo. Nada hay, para ella, más importante que el abastecimiento energético. Desde 2004 viene reiterando que se opondrá a cualquier plan para llevar el programa nuclear iraní a la ONU. La razón está en el contrato firmado, en octubre de ese año, por valor de 70.000 millones de dólares, por el que Irán proveerá de petróleo y gas a China las próximas tres décadas. China, así mismo, es su segundo proveedor de armas. Aunque el secretismo de las operaciones impida conocer monto y tipo, calidad y cantidad son muy importantes. No debe extrañar que Irán se sienta militar y económicamente fuerte frente a occidente.

En términos objetivos, el margen de que dispone la UE es sumamente estrecho y dependiente de lo que decidan China y Rusia. EEUU no cuenta, pues es la otra parte en el conflicto. Si se descarta la opción militar -que sería suicida-, quedarían dos caminos. Uno, escalar la crisis recurriendo a las sanciones, que implicaría la abstención o apoyo de Rusia y China en la ONU, lo que es posible, pero no probable. Irán podría responder cerrando el grifo del petróleo, ahondando la crisis energética mundial. Se entraría en una escala de represalias y respuestas, con un final incierto, que puede desembocar en una guerra de Afganistán a Líbano, un escenario de pesadilla. El otro camino es buscar un acuerdo. Para ello, la UE tiene que ofrecer a Irán algo que realmente le interese, al punto que Teherán considere justificado renunciar a su derecho a la tecnología nuclear.

La esencia de toda negociación radica en que una parte ofrezca a la otra algo que haga posible el acuerdo. Hasta el momento, occidente no ha ofrecido nada sustantivo a Irán, salvo zanahoria y palo. La tradicional soberbia europea, acostumbrada más a la imposición que a la negociación, y su temor reverencial a EEUU, le impide hacer propuestas más imaginativas. Puede que la solución transite por reconocer a Irán un papel de potencia regional, acelerar la desocupación total de Irak y obligar a EEUU a renunciar a cualquier veleidad intervencionista o agresiva contra Irán.

A crear, en definitiva, un nuevo marco de paz y seguridad en la región. Si nada de ello se pone sobre la mesa, la crisis se enconará. Irán no renunciará fácilmente a la energía nuclear. China y Rusia difícilmente se plegarán a los dictados occidentales. Occidente, pues, deberá escoger entre la negociación o la guerra.


(1) Profesor de Derecho Internacional Público y Relaciones Internacionales
en la Universidad Autónoma de Madrid. Correo electrónico: a_zamora_r@terra.es

(*) De próxima publicación en el diario El Mundo.



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