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La insignia
4 de enero del 2006


A fuego lento

Anuncios del oráculo de Hollywood


Mario Roberto Morales
La Insignia*. EEUU, enero del 2005.


Desde Charlotte -nueva puerta de entrada a Estados Unidos- hasta Washington y Tampa, los más recientes estrenos cinematográficos de este país me permiten tomarle el pulso a sus cambios ideológicos de última hora y también prever los giros de opinión "individual y libre" que su "mayoría silenciosa" acusará a partir de enero del 2006.

Syriana es una película sobre cómo el gobierno estadounidense puede asfixiar hechos concretos y sustituirlos por versiones convenientes para que los políticos ultraderechistas puedan desencadenar guerras altamente rentables para las industrias bélica y energética, de las cuales suelen ser socios y propietarios. El hecho de que se publicite en primeras planas del New York Times y se exhiba en cines del sur profundo, implica que Bush y sus ventrílocuos han cumplido ya con su cometido de reactivar la economía de sus empresas y pueden darse el lujo de perder las elecciones durante por lo menos dos períodos seguidos, si es que los demócratas despiertan por fin de su largo sueño de verano.

Múnich es una película sobre el asalto a las instalaciones olímpicas de esa ciudad en 1973, por parte de un comando de fedayines que finalmente fueron abatidos cuando se disponían a abordar el avión que los sacaría del país, y decidieran eliminar a sus rehenes en medio del confuso -cuanto sospechoso tiroteo- iniciado por los servicios secretos alemanes con el visto bueno de sus pares israelíes. La historia arranca de estos hechos y narra cómo un comando de asesinos salidos de las aulas del Mossad matan uno a uno a los supuestos responsables del operativo de Múnich. El jefe del comando se da cuenta de que les han ordenado matar a enemigos del gobierno israelí que nada tuvieron que ver con Múnich, y al final la historia se hunde en la decepción y el sinsentido de las guerras promovidas a conveniencia de elites de poder. El hecho de que el filme haya sido dirigido por Steven Spielberg, que es judío, parece indicar que un sector económicamente poderoso del sionismo estadounidense ha dejado de apoyar la política expansionista y el terrorismo de Estado en contra de los también semitas palestinos.

Walk the line es la historia del recientemente fallecido cantante Johnny Cash y de su romance con June Carter, quien lo acompañó hasta que murió unos cuatro meses antes que él. Se trata de la exégesis de un all American icon que refuerza las mentalidades localistas que generan y consumen la música country y potencia los tóxicos discursos de Bill O'Reilly en Fox News. De igual manera puede interpretarse el remake de King Kong, esta vez ambientado en los años 30 del siglo pasado y cuyas secuencias finales son una especie de traducción de la primera versión del filme a la magia de los efectos "digitales". La ambición irracional lleva a la muerte del mono gigantesco y del sueño erótico imposible de la protagonista femenina de quien el simio se enamora. Pero la grandeza y el poderío ciegos de Estados Unidos aparecen temibles ya en aquellos años. No digamos ahora. El mensaje es obvio. En esta misma línea de reafirmación nacionalista se puede incluir a Memorias de una geisha, una pésima película sobre un Oriente estereotipado e infestado de valores familiares al estilo de los de Morticia Adams, y con un final feliz soso e inverosímil, digno de "la mayoría silenciosa".

El cine oficial estadounidense de temporada parece decirnos que se acabó la "era Bush" pero que los valores tradicionales siguen en plena vigencia, igual que la guerra en Irak, a pesar de que aquéllos se hallen quebrantados y ésta sea ya una guerra perdida. En suma, la terquedad vuelta a machacar.


Tampa (EEUU), 3 de enero del 2006.


(*) También publicado en A fuego lento



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