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La insignia
5 de agosto del 2006


El arte de la verosimilitud política


Israel Covarrubias (*)
La Insignia. México, agosto del 2006.


Las suposiciones, reales o ficticias, de que el éxito y la efectividad de la otrora hegemonía del Partido Revolucionario Institucional (PRI) en México, fueron causadas y sustentadas en la mayor parte de su larga duración por una serie de redes invisibles, ritos de iniciación, conjugados con la organización de una o más sociedades secretas, ha sido un tema que ha llamado poderosamente la atención de periodistas, escritores, analistas e, incluso, investigadores. Sin embargo, dada la incredulidad que ha inundado el mundo político y social de nuestro país a causa de los excesos y las penurias de nuestra sociedad, estas discusiones han estado siempre, y en el mejor de los casos, marginadas casi por completo.

A contracorriente de esta afirmación, en librerías tenemos la segunda edición de El círculo negro. El grupo secreto detrás del poder en México (México, Punto de Lectura, 2006), del escritor Antonio Velasco Piña. En esta obra, Velasco Piña narra la historia de la creación y desarrollo del llamado "Círculo negro", sociedad secreta compuesta por cinco personajes que cobra vida durante el mandato de Manuel Ávila Camacho (1940-1946). La historia está estructurada a manera de un largo diálogo entre uno de los integrantes de esta sociedad secreta, postrado en cama, en sus últimos días, y el propio escritor.

El centro narrativo resulta de lo más insólito y risible para alguien que piensa que la política es únicamente un puro arte de la decisión. Por una parte, el nacimiento del Círculo negro fue una necesidad histórica, pues era el único mecanismo que en aquel entonces se podía consolidar para mediar entre la presidencia y el partido oficial; es decir, el círculo negro decidía quién debía ser el sucesor de la silla imperial, y cómo éste estaría obligado a prestar un juramento implícito durante sus seis años de mandato, basado en la Real Constitución Política del Estado Mexicano, un documento redactado por los cinco miembros del Círculo negro y firmado con su propia sangre (el 01 de enero de 1946, quince días antes de la formación del PRI), así como por el presidente Manuel Ávila Camacho, que fue el primer titular del ejecutivo que tuvo la tarea de comunicarle a su sucesor la existencia de la sociedad secreta y la necesidad de obediencia a esta Constitución de facto.

Por otra parte, dado que el Círculo negro era una sociedad secreta, su portavoz, integrante del propio círculo, tanto con el presidente como con el partido oficial, fue Fidel Velázquez. Él era quien comunicaba directamente al presidente y al partido las decisiones y resoluciones, sobre todo cuando se llegaba la hora de la sucesión presidencial. No por ello a don Fidel se le llegó a reconocer como uno de los hombres más poderosos en el interior de la estructura del PRI, dada su capacidad de control y movilización de las estructuras corporativas del partido.

Las facultades reales que tuvo el Círculo negro en la política mexicana fueron dos. La primera, otorgar un conjunto de prerrogativas para que el monarca en turno tuviese poderes constitucionales y meta-constitucionales y desde ahí volver efectivo el ejercicio del poder político. La segunda, que estas prerrogativas eran temporales, pues no se le permitiría, bajo ninguna circunstancia, al monarca en turno la posibilidad de reelegirse directa o indirectamente -en el caso de que quisiese poner como sucesor a una figura más o menos cercana a él-. En caso de que sucediera ello, es decir, que un presidente manifestara esta disposición a prolongar su período, el Círculo negro actuaría -y de hecho así lo hizo- para manifestar su total inconformidad sobre este mecanismo de avidez política (así habría quedado establecido en "Real Constitución" que dio vida al Círculo negro, pues uno de sus artículos señalaba que "se aplicaría pena de muerte al monarca que intentase prolongar su poder más allá del tiempo que le correspondía"). Así sucedió con Miguel Alemán en el momento de elegir a su sucesor, que en un primer momento era Fernando Casas Alemán, entonces regente del Departamento del Distrito Federal, frente a quien el Círculo negro expresaría su desaprobación, obligando a Miguel Alemán a decidirse por Adolfo Ruiz Cortines.

Ahora bien, como sucede siempre con la novela de corte político, no todo lo que se dice es verdad, pero tampoco tenemos elementos objetivos para suponer lo contrario. El círculo negro me hace recordar las palabras de Max Weber cuando realizaba sus monumentales estudios sobre las religiones, que en un momento determinado lo llevarían a ocuparse de la brujería y formas análogas de experiencias de lo sagrado-religioso. Para muchos en su tiempo, esto parecía una tarea fuera de lugar y de baja monta. Sin embargo, no lo fue. Posteriormente, Weber demostraría que quien pensase que la brujería era una pura superchería y que no tenía en lo absoluto vinculo alguno con el tema de las religiones, habría que sugerirle que se dedicara mejor a cualquier otra cosa menos a realizar investigaciones en este campo seriamente, pues los indicios, las huellas, las expresiones de esta forma específica de manifestar lo sagrado (como posteriormente René Girard nos lo ha demostrado) son fundamentales para entender el origen y desarrollo de las religiones, occidentales o no.

Para terminar, lo que me parece rescatable de la novela de Antonio Velasco Piña es la presentación de una de las versiones y determinaciones sobre los acontecimientos que han dado sustento a la historia política contemporánea de nuestro país, incluso, a pesar de las objeciones que cualquier historiador medio pueda tener al respecto. Así de sencillo. Porque la política, como lo cuenta el propio personaje de la novela, "es el arte de lo posible". Y de ser así, el fondo de esta novela está sellado por un principio de verosimilitud, ya que es una pura aproximación, bien lograda por cierto, a una serie de eventos que han sucedido en el país. Por lo tanto, solo me resta recuperar los señalamientos que el filósofo y lingüista avecindado en Francia, Tzvetan Todorov, decía con relación a la verosimilitud: "no se trata de establecer una verdad (lo que es imposible) sino de aproximársele, de dar la impresión de ella, y esta impresión será tanto más fuerte cuanto más hábil sea el relato".


(*) Profesor-investigador del Centro de Estudios de Política Comparada (México).



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