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La insignia
8 de septiembre del 2005


Reflexiones peruanas

Algunas ideas para evitar muertes abruptas


Wilfredo Ardito Vega
La Insignia. Perú, septiembre del 2005.


Una familia viaja en automóvil: el papá maneja, la mamá está sentada a su lado, llevando al pequeño hijo en el regazo... Esta escena, que para la clase media peruana constituye un símbolo de felicidad familiar, crispa los nervios a muchos turistas: en sus países de origen está prohibido que los menores de doce años ocupen el asiento delantero de un vehículo porque, en caso de accidente, ni siquiera el cinturón de seguridad sería suficiente protección.

Es verdad que esta prohibición no está incorporada a nuestro Reglamento Nacional de Tránsito, pero tampoco hay normas que obliguen a cerrar con llave la puerta de casa al salir o dejar las luces encendidas. Los peruanos tenemos más conciencia sobre las posibles precauciones frente a la delincuencia, que sobre aquellas necesarias para evitar accidentes en la vida cotidiana. No percibimos que los accidentes cobran muchas más víctimas fatales, especialmente los que ocurren en pistas y carreteras: 31.000 muertos en los últimos 15 años, es decir entre seis y diez al día, cuyo promedio aumenta en fines de semana y sobre todo en los feriados largos que tanto agrada decretar a algunos gobernantes.

A pesar de estas cifras, la abrumadora mayoría de los peruanos sigue pensando que los accidentes les ocurren a "los otros" y que la mejor manera de que no ocurran es la creencia supersticiosa de no hablar sobre ellos, para "no atraerlos". Además, se percibe a los accidentes como fruto de la casualidad o la mala suerte, con argumentos fatalistas del estilo de "Cuando te llega la hora, nada puedes hacer". Sin embargo, si un vehículo en el Perú tiene 14 o 15 veces más posibilidades de generar un accidente mortal que en Suecia u Holanda, no es porque la fatalidad se ensañe con nuestro país, sino porque existen circunstancias concretas que nos hacen más propensos a padecer estas desgracias .

En el Perú llamamos "accidente" a lo que en realidad es el resultado de una confluencia de factores en los que existe responsabilidad humana: brevetes expedidos a cambio de dinero; bebidas alcohólicas vendidas y consumidas sin mayor restricción; temeridad o sentimiento de omnipotencia de muchos peatones; ausencia de revisiones técnicas vehiculares; incumplimiento de reglas básicas como los límites de velocidad. Agréguese sólo en Lima 50.000 ticos, prohibidos en casi todo el resto del mundo por su inseguridad y súmese la disolución de la empresa nacional de transporte (informo a las generaciones jóvenes que se llamaba ENATRU), cuyos choferes tenían un sueldo fijo, dejando las calles a merced de las atolondradas combis, cuyos ingresos dependen de cuántos pasajeros pueden arrebatar a la competencia. Cuando todos estos factores coinciden en un mismo país, sólo sorprende que no haya más "accidentes".

En cambio, los accidentes son escasos en aquellas sociedades donde la población asume que la vida cotidiana implica riesgos y, por lo tanto, hace lo posible por minimizarlos. Determinadas conductas, como manejar o ingerir licor, incrementan los posibles peligros y generan mayores medidas de precaución. El Estado refuerza esta cultura de prevención, convirtiendo en obligatorias las conductas que pueden evitar desgracias y sancionando a quienes las incumplen.

En el Perú nos falta mucho para ser capaces de percibir los peligros, aún en los sectores que presumen de modernos. Los estacionamientos de los grandes centros comerciales, por ejemplo, están diseñados como si los peatones no merecieran seguridad, quizás como castigo por no venir en automóvil. En Plaza San Miguel, el ingreso vehicular al estacionamiento subterráneo de la tienda Ripley interrumpe la zona de mayor tránsito de peatones. La Municipalidad de San Miguel no es la única que autoriza desatinos. El 17 de julio falleció César Vera Abad mientras participaba en una absurda competencia automovilística organizada por la Municipalidad de Lima en plena Vía Expresa.

Los avances relativos que se han producido en los últimos años, no se aplican de la misma forma en todo el país. "No se ponga el cinturón", dice un chofer de Chiclayo, "acá no se lo exigen al pasajero". Hace dos semanas pude ver como un colectivo entre Jayanca y Motupe llenaba la maletera de personas, una práctica que ahora en Lima la mayoría de taxistas evita, aunque sea por temor a la multa.

Una amiga que viaja periódicamente a Huancavelica señala que ni las muertes producidas en la carretera han generado que los choferes de los colectivos, todos bastante jóvenes, comprendan que deberían tomar algunas precauciones. "Un denominador común en ellos es su actitud omnipotente de creerse inmunes a todos los peligros".

Usted y yo sabemos que los seres humanos no somos omnipotentes ni podemos confiarnos siempre en nuestra destreza. Aprendamos a reconocer que como peatones, pasajeros o conductores enfrentamos riesgos y tratemos de evitarlos en lo posible. A propósito, ¿sabe usted como tomar taxi sin poner en peligro la vida del prójimo?



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