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La insignia
5 de octubre del 2005


España

Estatuto, nacionalismo y neoliberalismo


Juan Francisco Martín Seco
Estrella Digital. España, octubre del 2005.


Tengo que reconocer que durante todo este tiempo no he conseguido hacerme un juicio exacto acerca de Zapatero. Me debatía entre considerarlo un excelente profesional de la política -digno seguidor de las enseñanzas del secretario de Estado de Florencia- que, a pesar de su apariencia de "bambi", manejaba perfectamente los innobles recursos de tan innoble profesión; o un frívolo al que varios golpes de suerte habían hecho creer que portaba la estrella de David, y que era capaz de resolver cualquier problema que se le presentase a base exclusivamente de talante. Por supuesto que la disyuntiva no implicaba ninguna valoración ética o ideológica. Mi interrogante se desarrollaba más bien en un plano meramente pragmático.

La piedra de toque que podía responder a mi pregunta estaba en el desenlace que se produjese con respecto al Estatuto catalán y a cómo torease el difícil reto que esta encrucijada representaba. Es cierto que aún no se ha llegado al final, pero todo apunta a que el problema se le complica más y más y que él solo se ha ido liando e introduciéndose en un atolladero de difícil solución. El Estatuto que han aprobado con gran algarabía los políticos catalanes es inasumible. Su extrapolación al resto de las Autonomías nos conduciría al desastre más absoluto, y su mantenimiento exclusivamente para Cataluña sería sancionar una situación de privilegio incompatible con un Estado moderno. Ya tenemos bastante con el del País Vasco inscrito en la Constitución.

El Estatuto, al igual que las pretensiones de todos los nacionalismos españoles, se inscribe en una concepción del Estado predemocrática. No de derechos ciudadanos sino de fueros y privilegios (individuales o colectivos) arrancados a un poder despótico. Lo que resultaba aceptable frente a un monarca absoluto deja de serlo frente a un Estado democrático. No me detendré en si Cataluña es o no una nación, realidad etérea e indefinible donde las haya. Por lo visto, estamos abocados a seguir discutiendo del sexo de los ángeles. Sólo diré que no creo que Cataluña presente más diferencias con el resto de España que las que existen entre Andalucía y Aragón o entre Valencia y Asturias. Tampoco me detendré en los derechos históricos -los únicos derechos son los que da la condición de hombre y de ciudadano- ni en otras imposiciones y abusos que se plantean en materia de idioma, emigración, justicia, agua, puertos, aeropuertos, etcétera.

A lo que sí me referiré es al tema de la financiación y a la usurpación de impuestos que pretende hacer la Generalitat. Aquí sin duda radica el punto crucial, "la pela es la pela". Maragall afirma que Cataluña ha agotado el margen de maniobra para poder ser generosa. Pero ¿quién le ha pedido a Cataluña que sea generosa? En un Estado moderno, y sobre todo social, no hablamos ni de generosidad ni de solidaridad, sino de justicia. No es a las Comunidades a las que corresponde ser generosas sino al Estado ser social, y ello implica asumir una función correctora sobre la redistribución de la renta que realiza el mercado, en el supuesto de que ésta no es la adecuada, tanto en el ámbito personal como en el territorial. La Hacienda Pública en un Estado social -no en el liberal- realiza esta función desde las dos vertientes presupuestarias a través de un sistema fiscal progresivo, quien más gana más paga, incluso más que proporcionalmente, y a través de los gastos, primando a las regiones y a los ciudadanos de menores renta. Sería absurdo hablar de que los banqueros son generosos porque contribuyen al presupuesto del Estado en mayor medida de lo que de él reciben.

Si los catalanes o los madrileños contribuyen, por término medio, más que el resto al erario público no es porque sean catalanes o madrileños, sino porque, también por término medio, tienen una renta per cápita mayor. Y precisamente por tener una renta per cápita mayor también deben recibir, siempre por término medio, menores prestaciones del erario público. Por lo menos hasta ahora, y si Estatutos como el catalán no lo impiden, los ciudadanos de igual renta tienen el mismo gravamen sea cual sea su domicilio social. Entonces, ¿a qué viene hablar de la generosidad de Cataluña?

Además, no es verdad que todo lo que se recauda en Cataluña provenga de impuestos soportados por contribuyentes catalanes. Por poner algunos ejemplos: La Caixa ingresa en la delegación de la Agencia Tributaria de Barcelona las retenciones de sus empleados en cualquier parte del territorio español, así como las retenciones sobre las rentas de capital de todos sus clientes, también de los miles y miles que están fuera de Cataluña, y Gas Natural ingresa en la misma delegación de Barcelona el IVA soportado por todos los consumidores de gas se encuentren donde se encuentren. Sólo así se puede explicar que la Agencia Tributaria recaude en Madrid y Barcelona el 50% del total.

Es mentira que el nuevo Estatuto plantee un Estado federal. Es mucho más que eso. En un Estado federal como EEUU, donde los diferentes Estados gozan de una gran autonomía, tanta como para establecer o no la pena de muerte, los impuestos sobre la renta personal, el de sociedades y el de sucesiones, es decir, todos aquellos que tienen un carácter redistributivo, permanecen en manos de la Administración federal.

Cataluña pretende expoliar al resto de España. Sólo una visión rabiosamente neoliberal que ningún país se ha atrevido a implantar puede mantener que la distribución que hace el mercado es la justa y que, por tanto, cualquier transferencia entre ricos y pobres son dádivas de generosidad que admiten o no admiten margen.

Dos cosas resultan claramente chocantes. La primera, que tal doctrina sea defendida por partidos catalanes que se llaman de izquierdas. La segunda, que una aventura tal como la que ha iniciado el Gobierno de la Generalitat haya contado con el padrinazgo del Gobierno central. Retornando al principio del artículo, es difícil no inclinarse por la segunda opinión acerca de Zapatero, la de la frivolidad. Pero que tenga cuidado porque en este envite no sólo puede perder las próximas elecciones, sino también el liderazgo del PSOE que tan sorprendentemente conquistó.



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