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La insignia
25 de octubre del 2005


César Aira o la estética anarquista de la literatura


Martín F. Yriart
La Insignia. España, octubre del 2005.


Para La Insignia, en su quinto aniversario.


Maguita mía:

Entonces llegó Flaubert. Es posible, sabes, imaginar una Historia de la Literatura Contemporánea, como la inglesa que hoy estudiás vos en el traductorado, que comenzara con estas tres palabras. Desde que Homero escribió la Odisea (suponiendo que él haya existido y la haya escrito, lo que ya es suponer mucho), contra la arcaica monotonía rutinaria de la Ilíada, los personajes de dramas y novelas modernas habían sido personas racionales extraordinarias, seres excepcionales a quienes les sucedían historias insólitas, como en las Cróniques Italiennes de Stendahl. Entonces llegó Flaubert. Y tras de él, Henry James.

Esquilo y Shakespeare, Cervantes y Wu Ching-tzu escribieron acerca de personajes, sí, extraordinarios, sobrenaturales casi. Prometeo y Sir John Falstaff, Sancho Panza y la Dama Fantasma son enormes, a pesar de su insignificancia intrínseca, extraliteraria. Desde Homero la literatura se hace con héroes, aunque en el fondo ellos sean cobardes como Odiseo o cínicos como Jim Hawkins. Sólo Homero o R.L.Stevenson podían hacerlos sublimes, no ellos a sí mismos.

Entonces Flaubert nos trajo a dos grises escribientes extraviados, y a una burguesa adúltera provinciana que se pierde por tontera y aburrimiento, por quienes no debemos sentir ni admiración ni piedad. Y James, a la rica heredera confundida y al millonario americano humilde. Personajes de novelas kilométricas a quienes, caminando sobre las huellas futuras de Jean-Paul Sartre, nunca les sucede realmente nada digno de contar, pero que son erigidos por la prosa en mitos wagnerianos. Cambiamos los arquetipos, pero no la actitud.

Entonces vino César Aira. Cuatro palabras y un (modesto) cambio radical, para mí, en la Historia de la Literatura. O por lo menos un incremento del 33,33 por ciento, si se mide con optimismo de atrás para adelante, o del 25, a la inversa, pesimista.

¿Sobre quién escribe este hombre? Mejor pregunta, Maguita, contra quién.

Como nuestro compatriota y predecesor Jorge Luis Borges, el también argentino César Aira (Pringles, 1949) escribe para demoler amablemente la literatura. Más aún: para demoler implacable el acto de leer. Desafío a cualquiera que imprudente proclame haber leído La mendiga, Cómo me hice monja, o El mago a que me diga ya, en cincuenta palabras, qué narran estas narraciones y por qué, y quiénes son sus protagonistas y qué los hace acreedores de serlo.

Debemos admitir que Aira también escribió Ema, la cautiva, Una novela china y Canto castrato, pero tal vez esos hayan sido pecados de juventud, o la obra de otro escritor que usa el mismo nombre o, incluso, que habita clandestinamente dentro de la misma persona física. ¿Aventuras imaginarias que se burlan de la realidad o del realismo, como O Mandarim, de Eça de Queirós, o Tribulations d'un chinois en Chine, de Jules Verne? Pero esta es, Maguita mía, la esencia plena y el feliz fracaso del anarquismo: destruir el destruir.

Porque sería demasiado fácil analizar Cómo me hice monja, quiero ir a Ema, la cautiva, que leí hace quizá treinta años y de la que sólo tengo la memoria de mi lectura de entonces (me he negado tenazmente a volver a comprarla, estos días, en Madrid, cuando me la ofrecieron: la Odisea es la Odisea sólo porque la recordamos, aunque imperfecta, siempre, y precisamente por eso, pero ¡bueh!, como diría Mafalda.).

Ema, la cautiva, otra epopeya de la Conquista del Desierto, es una reescritura moderna del mito criollo. Ema comienza como una niña, hija de inmigrantes, que van en caravana a poblar las Pampas que conquistó para ellos Julio A. Roca, y acaba como cacique india, fumando porros con sus sabios súbditos, escrutando misterios en el humo, y haciéndose tatuajes coloridos y narrativos.

El mito se inicia con Esteban Echeverría y culmina con José Hernández, ramificándose por Domingo Faustino Sarmiento (la Travesía de San Luis), Estanislao del Campo (las toscas del Río de la Plata) y Ricardo Güiraldes (los cangrejales de Sanborombón), un mito al que el mismo Borges se siente obligado a rendir homenaje. Aira se alinea así en la tradición central de la mitología argentina (como en La liebre, Las ovejas o El vestido rosa).

¿Para qué? ¿Para homenajearla? No, Maguita, más bien para desnaturalizarla, para convertirla en objeto, como hace Andy Warhol con Marilyn Monroe. El Pop-Art no es más que la reacción escandalizada de una elite esteticista ante la vulgaridad de la sociedad de consumo en la que medra. Imposibilitados por sus prejuicios de pintar como Nicolas Poussin o esculpir como Auguste Rodin, dos extremos de la tradición clásica, los artistas pop emprenden la demolición, no del arte -indestructible- sino de su público, con latas de Campbell's Tomato Soup o esténciles multicolores. Si no hay lugar para nosotros, tampoco lo puede haber para ellos. Los millonarios coleccionistas de Manhattan aplauden y acaparan, la mirada puesta en el IRS.

Ese es claramente el objetivo de Aira: ser aplaudido por el público que él mismo se propone destruir; ser acaparado en bibliotecas de libros nunca terminados de leer, ni siquiera pasada la página tres. Esto es justamente lo opuesto de lo que se proponía el autor de la Ilíada en el Catálogo de las Naves o la Batalla de Diomedes: celebrar a su público como protagonista de su historia, al menos en su carácter de descendiente histórico; ser recordado de memoria, palabra por palabra, por siglos y siglos; construir con palabras inmateriales -no había ni escritura ni imprenta, entonces, ¿recuerdas, Maguita?- contra la destrucción de la materia por el tiempo.

Antes de dejar definitivamente el tópico del Desierto, considero necesario decir que en Ema, la cautiva Aira pinta su cuadro en el reverso de la tela en la que Borges pintó su Historia del guerrero y de la cautiva.

Sólo un lector transversal, Maguita mía, se salva de la lectura de Aira. Un lector que, colocándose al margen de la línea de invectiva, pueda leer no ya el texto de Aira sino el acto de escribir, con el escritor y el lector incluidos en él. Esta es la estética del Pop-Art y la ideología del anarquismo: demoler lo institucionalizado, el sentido común, la vulgaridad burguesa que con su mirada convierte a la Gioconda en una marca de dulce de membrillo.

¿Por qué el fracaso de la estética literaria de Aira? Porque es precisamente el fin que se propone. ¿Acaso alguien que lo intentara ha podido bailar un vals de Eric Satie? ¿Reconocer a primera vista el sujeto original de un retrato de Juan Gris o de Amedeo Modigliani? ¿Recitar de memoria un poema de Walt Whitman?

A pesar de que James Joyce se propuso enterrar a la novela con su Ulysses, otros luego se han empeñado en resucitarla, con variado resultado, pero no definitivo (Virginia Woolf, Ford Madox Ford, Lawrence Durrell). En todo caso, la novela sobrevive, como en el mito prometéico, en una eterna agonía en la que un par de águilas (¿o buitres, mejor?) le comen un hígado que se regenera a medida que este es roído por ellos a picotazos.

Cabe preguntarnos ahora, Maguita, si Aira es el buitre antropófago, o el hígado interminable el lector de las novelas que él se propone risueñamente destruir.

En todo caso el proyecto político del anarquismo se ha consumido en su propio fuego, como se consume en el tiempo el Ave Fénix de toda estética: destruyó a su enemigo destruyéndose a sí mismo. Aunque unos y otros resuciten luego en los museos, las bibliotecas y los pertinaces manuales escolares (hasta hay un Museo Romántico, hoy, en Madrid.)

Muchas gracias, Maguita mía, por haber tenido la paciencia de leerme hasta aquí. Ahora te queda a vos la tarea de imaginar lo demás.

Tu abuelo que te quiere siempre,
Martín

PD: Maguita mía, las divagaciones precedentes no hacen justicia a mi querido Henry de Montherlant, ni a nuestro Adolfo Bioy Casares, otro viejo aristócrata anarquista silencioso, pero como casi nadie los conoce hoy y ya han muerto hace años, esto no constituye ni una afrenta ni un gran perjuicio para la memoria de ellos. M.

Usera (Madrid). Octubre del 2005.


Algunos títulos de César Aira recientemente editados o reeditados, y disponibles en librerías de Madrid (Fuentetaja, FNAC, Casa del Libro), además de los citados arriba:

Yo era una chica moderna (Buenos Aires: Interzona: 2004)
Un episodio en la vida del pintor viajero (Barcerlona: Mondadori: 2005)
Alejandra Pizarnik (¿?)



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