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La insignia
14 de noviembre del 2005


Francia

Un nuevo modelo de negocios


Jesús Gómez Gutiérrez
La Insignia. España, noviembre del 2005.


Cuando la cuerda se tensa, se rompe por el punto más débil. Un problema de física elemental, que ofrece pocas dudas y menos excepciones, se convierte en incomprensible para la mayoría si se traslada a la organización social. Es lógico: a que no se entienda en el espacio colectivo lo que resulta evidente en el privado (o en la ciencia desgajada de lo social) se dedican esfuerzos políticos, sistemas educativos y toda la presión del periodismo de empresa.

Pero hay otros factores más subjetivos. Por ejemplo, los generacionales. Raro es que una generación no achaque a la siguiente todo tipo de taras culturales y defectos de personalidad; las respuestas fáciles son siempre socorridas, sobre todo cuando se padece de esa falta de registros que, por ley general de la comodidad y determinadas circunstancias, aumenta, en tantos, con la edad.

Al hilo de las recientes revueltas en Francia, me ha parecido interesante que muchos de los análisis realizados, aparentemente triviales en lenguaje, aproximación y tesis de fondo, incluían una visión de carácter generacional oculta con más o menos éxito según los casos. De los que recuerdo en este momento, cito a un director de cine que utilizaba el plural para escupir: «estamos construyendo generaciones enteras de cretinos impacientes». Y sumo, para que no se piense que las gentes del séptimo arte son especialmente idiotas, a un periodista y a un escritor, también franceses, que subrayaban la supuesta pérdida de prestigio de dicha nacionalidad tras el fin del imperio. Expirantis adhuc scombri de sanguine primo accipe fastosum, munera cara, garum (*).

Francia es envidiable en muchos aspectos. La exclusión social, elemento central de las revueltas, se produce en un país que posee uno de los mejores sistemas de derechos sociales del mundo; la exclusión concreta de determinadas minorías, en un país que intenta contraponer la integración republicana y laica frente a la disgregación multiculturalista de las sociedades anglosajonas. Son datos de los que en otros países, con sistemas notoriamente más injustos, se debería tomar nota. Pero no todas las claves corren a cuenta del neoliberalismo, aunque éste sea el elemento principal, la distorsión definitiva. El paso de la indignación a la rabia, vieja amiga de los que hemos crecido en barrios con tendencia a la hoguera, también tiene otros padres.

En sus Cartas a un amigo alemán, Albert Camus realiza una contundente crítica del modelo prusiano de nación, condenado al absurdo de contraponer a Fausto con Don Quijote y convencido de la necesidad de elegir entre Prometeo y Hamlet. En la historia de la humanidad, al nacionalsocialismo le corresponde el papel de personaje paradigmático, que concentra líneas de pensamiento, actitudes, tentaciones, una cara entera de nuestra condición. Pero la pira de aquella revolución negativa, dirigida por un vegetariano, ecologista convencido, no fumador y abstemio defensor de la vida sana llamado Adolf Hitler, no acabó con el error original en la concepción de nación que le hizo posible. Sólo borró su representación más radical. Todavía hoy, la inmensa mayoría de los Estados del mundo parten de la raíz filosófica donde, en circunstancias determinadas, puede incubar la serpiente. En América, la totalidad de los latinoamericanos, bonapartistas hasta la médula. En Europa occidental, Francia.

Antes me refería al modelo republicano de integración. Su fallo es principalmente económico, sí, el de gobiernos que, neoliberalismo mediante, no cuentan con los instrumentos necesarios para mantener -y no digamos mejorar- el Estado social. Su fallo es cultural, sí, por traicionarse a sí mismo y pecar, en los últimos tiempos, de etnicismos propios del mundo anglosajón, todos en su casa y sin mezclarse. ¿Nada más? Los autores que lamentaban la supuesta pérdida del supuesto prestigio de ser francés son ejemplo perfecto, inadvertido para ellos y tal vez a su pesar, de otro punto débil. Tan propio de Francia, tan típico de su desarrollo histórico: la nación como entidad sometida, en la distribución territorial pero también en la cultura, el idioma y toda una gama de relaciones internas, a la razón de la uniformidad.

Sin embargo, es cierto que Francia se encuentra en transición. La guerra de Argelia, que debió ser su desastre de Cuba, sólo fue punto y coma porque lejos de provocar una redefinición del ser nacional (evidente hasta el exceso en el caso del noventa y ocho español), se eligió la decadencia permanente. La apelación al prestigio y al imperio es la reacción de dos nacionalistas perplejos ante los cambios sociológicos: si les doliera una pérdida de los valores republicanos, que en efecto sería preocupante, se habrían referido al prestigio de dichos valores o del concepto de ciudadanía; en cambio, se saltan la libertad, la fraternidad y muy especialmente la igualdad para terminar en la grandeur purulenta de la nacionalidad y la nación. Es entonces cuando se llega al dislate generacional. Estos jóvenes, que no entienden nada. Estos «cretinos impacientes» que ni siquiera saben ser franceses.

Obviedades de ayer y de hoy: ninguno de los creadores del mundo que sufrimos, ninguno de los responsables de la destrucción de la izquierda y del apabullante triunfo (por incomparecencia de la última) del neoliberalismo, pertenece precisamente a las nuevas generaciones de cretinos. Son cretinos del 68, entonces izquierdistas porque estaba de moda y hoy conservadores porque está de estómago; cretinos de los cincuenta, algo menos hipócritas, y unos pocos cretinos de los setenta. En cuanto a la impaciencia, creo que no me dejo llevar por mis tendencias asociales si me atrevo a justificarla con insignificancias como la pobreza, la pérdida constante de derechos, la ausencia de futuro. Pero no me hagan mucho caso, porque la rabia de mi adolescencia, de la que no hablaré en ausencia de mi abogado, es poca cosa en comparación con lo que siento ahora.

Por cierto, felicidades a la industria automovilística. Tantas palabras, tantos análisis, y tú yo sabemos, querido lector, que esto lo han montado tres multinacionales de la rueda para renovar el parque. Un nuevo modelo de negocios. Cómanselo.


Madrid, noviembre del 2005.


(*) «Recibe este gárum, fantástico regalo, hecho con la primera sangre de una caballa que todavía respira» (Marcial).



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