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La insignia
13 de noviembre del 2005


Por qué China no es un dragón


Rafael Poch de Feliu
La Vanguardia. España, noviembre del 2005.


PEKÍN.- Hoy llega a Madrid, en breve visita oficial, Hu Jintao, Presidente de China. La gente suele asociar China con dos aspectos; el de su enorme y prolongado crecimiento, y el de la mítica "amenaza china", militar o comercial. Las dos visiones convergen en la imagen del "dragón emergente".

No hay animal que peor simbolice la China actual que el dragón. Esa imagen que aúna potencia y amenaza, resulta completamente inservible para evocar todo aquello por lo que China es verdaderamente importante hoy.

Importante, en primer lugar, porque China es la "vanguardia" del mundo en desarrollo. A finales del siglo XX el mundo resolvió el conflicto este-oeste, que colocó en varias ocasiones a la humanidad al borde de una catástrofe nuclear. En el siglo XXI se deberá resolver algo mucho más complicado, el "conflicto norte/sur", el problema del desarrollo desigual, inventando una nueva civilización, porque parece que la de los 500 años, la que empezó con los grandes descubrimientos, la industrialización y el imperialismo, ya no funciona.

China es el país de la crisis del mundo en desarrollo, el país que más claramente concentra los dilemas de esa mayoría de gente pobre y campesina del mundo al intentar dejar de serlo. Es el país en el que de forma más clara y aguda se manifiesta la crisis derivada de la relación entre población y recursos.

"Con tanta gente y tan pocos recursos naturales, China demostrará, de una forma u otra, que el modelo de desarrollo basado en el despilfarro intensivo de recursos no funcionará en el siglo XXI", dice Christopher Flavin, Presidente del "World Watch Institute" de Washington. "La habilidad de China al navegar por esa ruta sin mapas, determinará no solo su propio futuro sino el de todo el mundo", dice.

Transición urbana

Por primera vez en la historia, en el siglo XXI los habitantes de las ciudades serán mayoría en el planeta. La urbanización comporta verdaderos "cambios hormonales" en el organismo social; desaparece, o se disuelve, la lógica patriarcal, y las relaciones humanas del mundo agrario dan lugar a otra cosa y todo eso tiene grandes repercusiones en lo político. China, donde está teniendo lugar el mayor proceso de urbanización de la historia, está en el centro de esa gran transformación.

En 1978, el 17,9% de su población vivía en ciudades. Hoy es el 40%. Según el plan del gobierno, en el 2020, será superior al 55%. En los últimos diez años, aproximadamente tres veces la población de España ha dejado de ser rural para convertirse en urbana en China. Y en los próximos 15 años los planes oficiales prevén que entre 300 y 400 millones de campesinos dejarán de serlo. La población urbana pasará de los actuales 520 millones a 800 o 900 millones. Como cada habitante urbano chino consume 3,5 veces más energía que su compatriota campesino, el problema de la sostenibilidad -que, naturalmente, no es un problema chino, sino global- se plantea con la máxima crudeza en China.

Consumo rampante

China casi dobló su consumo de energía per cápita entre 1980 y 1996. Entre 1990 y 2001, el consumo de petróleo aumentó un 100%. la demanda de gas natural un 140%. En 20 años el consumo general de recursos se ha multiplicado por 3,6. El de carbón, por 3,4, el de petróleo por 3,7 y el de gas natural por 3,2. El consumo de energía eléctrica para alumbrado se ha multiplicado por 3,4 en once años y para electrodomésticos (raros antes de los 90) por 3,8. Entre 1977 y 2002, el consumo de agua en las ciudades para fines domésticos ha crecido en 7,3 milliardos de metros cúbicos, a causa de la extensión de las ciudades y de la generalización de los cuartos de baño.

El 37% del territorio chino acusa los efectos de la degradación de la tierra y de la deforestación, sus áreas de cultivo soportan un uso excesivo de pesticidas y abonos químicos, y el coste total de la degradación ambiental representa anualmente entre el 2% y el 3% del Producto Interior Bruto, según la estimación oficial habitual en los institutos científicos de Pekín.

China es el principal emisor mundial de dióxido de azufre (SO2) y en su territorio se encuentran siete de las diez ciudades más contaminadas del mundo, según el Banco Mundial, a causa de su enorme consumo de carbón, un problema sin horizonte de solución, porque el 75% de la electricidad producida en China se consigue quemando carbón. Al mismo tiempo, China avanza rápido al introducir nuevas políticas, mejora su critica ineficiencia energética, aun caliente el asfalto de su red de autopistas de 35.000 kilómetros (la segunda del mundo, construida en diez años), adopta en sus ciudades estándares de combustible vigentes en Europa desde hace muy poco, prevé aumentar desde el actual 7% hasta un 15% la parte renovable de su generación de energía, los más altos dirigentes dan mucha mas importancia a la sostenibilidad y la "armonía" como contrapunto al culto al "crecimiento"... ¿Cual de estos dos caballos ganará la carrera?

Si China fracasa en la afirmación de una nueva economía sostenible y de nuevas recetas de convivencia, todo será mucho más difícil en el planeta. En este sentido, este será, sí, el "siglo de China". Pero, ¿será el siglo de la amenazante superpotencia china, como se dice?. Casi seguro que no.

Debilidad en la globalización

Es verdad que China es más que la "fábrica global barata", que lanza sus propias naves espaciales, que ya es capaz de producir y exportar productos de considerable valor añadido y que sus grandes empresas comienzan a tomar algunas posiciones internacionales. China ha obtenido ventajas innegables en la globalización. El problema es que su control de los procesos en los que está inserta es más que discutible.

El sector más productivo de su economía, el exportador, que generará este año un superávit comercial sin precedentes de 100.000 millones de dólares, está ampliamente dirigido por extranjeros y para el beneficio de extranjeros. El peso del comercio exterior en su PIB ha pasado del 5% en 1978 al 37% actualmente, es decir; una enorme dependencia.

"Ninguna nación fue tan dependiente del consumo de otros países como lo es China ahora", dice Laurence Brahm, un observador de Pekín. El peso del consumo interno en el crecimiento, del 80% en la economía de Estados Unidos y Japón, disminuye en China; 67,5% en 1981, 60% en el 2003, 53,6% en el 2004... Es cierto que es la mayor receptora mundial de inversiones extranjeras directas, pero eso se ha conseguido ofreciendo trato fiscal preferencial y otros incentivos a las compañías multinacionales, que no sólo exportan sus productos sino también sus beneficios, frecuentemente camuflados mediante la manipulación de precios utilizados en las transacciones entre compañías.

Además, China usa los ahorros tan duramente obtenidos por su población y los beneficios de sus exportaciones, comprando activos en dólares y sosteniendo el déficit presupuestario americano: de las reservas de su Banco Central de 700.000 millones de dólares, aproximadamente 180.000 millones están colocados en bonos del estado americano. La lógica es que financiar a su mayor cliente comercial le asegura una demanda creciente para sus productos de exportación. Pero resulta que el 50% de las exportaciones de China a Estados Unidos son obra de multinacionales americanas...

Ausencia de compañías globales

Otro dato significativo se desprende de la lista de las 500 mayores compañías multinacionales, los dueños de la globalización: 244 (el 48%) son propiedad americana, 173 (35%) son europeas, y sólo 58 (12%) son asiáticas, de ellas 46 japonesas. En 1998, Wu Bangguo, hoy miembro del comité permanente del Politburó del PC chino, dijo; "en el siglo que viene, la posición de nuestro país en el orden económico internacional, quedará determinada por la posición de nuestras grandes empresas y grupos". Siete años después, ni una sola gran compañía china se ha convertido en una gran corporación globalmente competitiva, con un mercado y una marca globales. Tampoco hay una sola compañía china en la lista de 300 líderes en inversión en I+D. Algunos se refieren a las ciudades fabriles chinas como los "nuevos Manchester del siglo XXI". Nada más alejado de la realidad. Cuando Inglaterra era "fábrica del mundo", era también la economía dominante de aquel mundo, al que aportaba los productos más avanzados, lo que no es el caso de China.

De los 325.000 millones de dólares exportados por China en el 2002, sólo el 20% fue clasificado como productos de "alta tecnología" por la estadística china, pero una investigación más rigurosa demuestra que la mayor parte de esos productos no son "alta tecnología", sino meros accesorios y aparatos electrónicos de bajo coste, como lectores de DVD.

Además, el 85% de lo clasificado como "alta tecnología" son productos fabricados en empresas extranjeras...

La internacionalización de la economía China es un gran dato, pero no hay que perder de vista la realidad. China invirtió en el extranjero 35.000 millones de dólares en diez años, en el mismo periodo las empresas británicas invirtieron 878.000 millones. En el 2001, las empresas americanas registraron 87.000 patentes, las chinas menos de 200... El país ha obtenido ventajas y dependencias en su integración. La partida está lejos de concluir. Pero si hablamos de la posición de China en la globalización, esa es la realidad.

"Energía vital", sobrepoblación, empleo

La crisis de China sería leve si su debilidad en la globalización fuera el único problema. En realidad, es uno entre muchos. Hasta donde alcanza la vista China es un panorama de riesgos internos. Hasta el 2043, su población seguirá creciendo hasta alcanzar la catástrofe de 1550 millones, al límite de lo que los especialistas dicen que puede soportar. Aumentarán los problemas vinculados a recursos y medio ambiente, pero también disminuirá su "energía vital": para el 2050 el 27% de su población tendrá más de 60 años. Entre tanto, deberá lidiar con una desigualdad, social y territorial, muy preocupante. Para el 2020 la población laboral de China superará los 900 millones, 300 millones más que el total de la población laboral de todos los países desarrollados. Generar empleo para esa masa, en pleno trance urbanizador, será uno de los grandes desafíos.

En educación, los chinos reciben como media menos de 8 años, el nivel de los americanos de hace un siglo, y menos de un 5% tiene educación superior, cuatro veces menos que en Europa. Con el 20% de la población mundial, China responde solo del 1% del gasto mundial en educación. En sanidad y seguridad social: el 80% de los recursos se concentran en las ciudades. Se estima que la mitad de la población china no puede permitirse asistencia médica en caso de enfermedad. Solo el 25% de la población urbana y el 10% de la rural dispone de algún tipo de seguro médico. 300 millones no tienen acceso a agua potable. Hay 120 millones de casos de hepatitis B y un peligro potencial de explosión de SIDA en el mundo rural...

Dilemas de gobernabilidad

El sistema político deberá resolver una complicada reforma, que disuelva el actual monopolio de poder, base de su actual estabilidad, e institucionalice el pluralismo. Pero sólo el 20% de la población china goza hoy de ese nivel de vida a partir del cual en Occidente (y en Japón, en Corea del Sur y en Taiwán, mucho más recientemente) se pudieron afirmar las democracias. Unido a la extrema debilidad de la sociedad civil, y al carácter chino, que algunos retratan como muy sabio en sus expresiones colectivas pero frecuentemente inmaduro en lo individual, todo eso da poderosos argumentos a la prudencia y el gradualismo. Que la alternativa al régimen del Partido Comunista no sea la "democracia", como se entiende en Occidente, sino cualquier situación peor, con desmembración territorial y mafias ocupando los vacíos de la sociedad civil, es un escenario perfectamente real que Rusia ya sugirió.

El chino es un régimen autoritario, que no pretende ser una democracia ni un estado de derecho, y que reconoce mantener un enorme nivel de abuso y brutalidad en el ejercicio del poder, con pena de muerte, censura y tortura.

Al mismo tiempo ese régimen se declara imperfecto y abierto a una evolución, gradualista y controlada, lo que no es una garantía, pero sí un principio del perfeccionamiento.

La administración de justicia es un asunto cada vez más grave. La gente es objeto de arbitrariedades de parte de las autoridades locales, que controlan la policía y los tribunales, y mantienen con ellos relaciones incestuosas.

La ausencia de canales para dirimir conflictos de intereses convierte muchas veces en violentos incidentes de orden público (50.000 casos en el 2003, 70.000 en el 2004), asuntos que un proceso judicial equilibrado resolvería rutinariamente. Frecuentemente se trata de irregularidades por confiscación de tierras a campesinos (entre 30 y 40 millones han sufrido expropiaciones desde los ochenta), pleitos de propiedad y conflictos de indemnizaciones, en los que siempre pierden los más débiles. Sin esperanza de lograr justicia, centenares de miles se convierten periódicamente en radicales adversarios del sistema, que traiciona las expectativas de crear una "sociedad más armónica y justa" que la propaganda oficial proclama.

En general, el problema ha evidenciado la necesidad de un sistema de control pluralista, lo que, de alguna forma, está rehabilitando a dos ex secretarios generales malditos del Partido Comunista: Hu Yaobang y Zhao Ziyang, ambos fallecidos. Lo que pone de actualidad a Hu y Zhao no es su simbólico papel en el movimiento de la Plaza de Tiananmen de 1989, sino el hecho de que los dos hubieran defendido, en los ochenta, la idea de separar las funciones y atribuciones del partido y del gobierno.

Desafíos provinciales

Frente a la idea de que las autoridades centrales chinas ejercen un control férreo y "totalitario" sobre el país, la realidad sugiere otra cosa muy diferente: un inmenso reino de taifas feudal en el que la política central choca con enormes reticencias, obstáculos y huelgas de celo.

La lista de los desafíos provinciales conocidos de los últimos meses da una idea de los límites con que se encuentra el gobierno central.

Veintisiete de las 33 provincias, regiones y municipios especiales, y autonomías con que cuenta el país piden más autonomía. La isla de Hainan, en el extremo sur, ambiciona el mismo estatuto de "región administrativa especial" que gozan Hong Kong y Macao. La ciudad de Shenzhen, donde en 1979 nació la primera isla capitalista de la apertura ("zona económica especial"), quiere que se le dé el mismo estatuto de municipio especial que tienen Pekín, Shanghai, Tianjin y Chongqing. Hubei, una provincia del centro, exige contrapartidas para ceder caudales de sus ríos, que deben ser transferidos al sediento norte. Tres provincias y municipios ricos de la costa (Shanghai, Jiangsu y Zhejiang), desobedecen manifiestamente la nueva política de moderación de inversiones y desaceleración, manteniendo sus grandes proyectos de infraestructuras y protegiendo a los promotores con quienes comparten intereses especuladores. Se dice que el poderoso Secretario del Partido Comunista en Shanghai, Chen Liangyu acusó directamente al primer ministro Wen Jiabao de perjudicar la prosperidad de su región, sin que éste consiguiera destituirlo...

Dar una dirección general a un territorio tan extenso, una burocracia tan amplia y una polifonía territorial de realidades sociales e intereses burocráticos de casta, todo ello dominado por el dato central de una superpoblación catastrófica, es lo que convierte en un arte el gobierno de la crisis permanente china. Cualquier problema multiplicado por 1300 millones se convierte en asunto delicado.

Si, claro, si todo va bien, "para el 2020 China habrá cuadruplicado su PIB del 2000 y figurará en el grupo de los tres países más poderosos", señala la previsión, pero en ese contexto de sociedad en desarrollo. Los dirigentes chinos no se hacen ninguna ilusión al respecto.

Realismo en las alturas

Yu Yunyao, vicerrector de la Escuela Superior del Partido adjunta al Comité Central, es decir el dirigente de toda la actividad teórica de la primera institución nacional en materia de concepciones de gobierno y desarrollo, y uno de los principales ideólogos del Partido Comunista Chino, expresa las siguientes ideas. El país tardará aun un siglo, y necesitará los esfuerzos continuados de varias generaciones, para salir de su retraso y alcanzar un nivel de vida satisfactorio para la mayoría de su población. China ha dejado atrás, no sólo la época de Mao, sino también las de Deng Xiaoping y Jiang Zemin. La consigna, "enriqueceros, y si unos lo consiguen antes que otros, estupendo", ha sido superada. Si el Partido Comunista no corrige los desequilibrios sociales y territoriales, no pone coto a la corrupción en sus filas y no gobierna con eficacia para el conjunto de la población, será barrido de la historia. Este mensaje de Yu, contenido en una intervención reciente, insiste en afirmar una situación de peligro.

El del primer discurso de Hu Jintao como Secretario General del partido, el 6 de diciembre del 2002, fue un alegato en pro de la imperiosa regeneración del partido. El concepto central del discurso dirigido a los cuadros fue la fórmula "Vivir de forma sencilla y luchar duro" ("jianku fendou"), repetida hasta setenta veces, en el contexto de la advertencia general de que el país aun seguirá muchos años en "zona de peligro". Más tarde Hu acuñó el concepto "sociedad armoniosa" ("He xie she hui"), que es el envoltorio de todo un acento "socialdemócrata", en claro contraste con el "neoliberalismo" de su predecesor Jiang Zemin.

"Nosotros no podemos permitirnos el lujo de perder el sentido de estar gobernando una crisis", dijo en diciembre del 2004 el primer ministro Wen Jiabao en un discurso pronunciado en Harvard. Esa crisis obliga a China a mantener su prudencia interior y exterior. Es poco probable que un país así, se convierta en un factor irresponsable en la esfera internacional.

País de bandazos

"Este no es el siglo de China, China tiene demasiados problemas para los próximos 50 años", responde Zhang Zilian, un respetado historiador de la Universidad de Pekín de 88 años de edad, a los profetas que alertan ante la emergencia de una China agresiva y prepotente. Lo que hay que temer de China en el futuro no es su potencia, sino su debilidad y su potencial de caos, en caso de que fracase en la enorme tarea de inventar una nueva economía sostenible, que es la tarea de todos en el mundo que está por venir.

El geógrafo Jared Diamond define a China como un "país de bandazos". En los años sesenta China pregonaba el igualitarismo, una política natalista y el espíritu incendiario de la Revolución Cultural. En los ochenta abrazó el "enriquecerse es glorioso", la política del hijo único y la más ejemplar moderación. La presente situación energética, los efectos del desarrollismo a ultranza y el culto al "crecimiento" son espeluznantes, pero la posibilidad de un espectacular bandazo hacia la sostenibilidad no es ilusoria. El país que consiguió estabilizar su catástrofe poblacional con la estricta política de planificación familiar, ¿podría también fomentar algo comparable, enfocado hacia la economía sostenible del futuro, gracias a la eficacia de su gobierno y la disciplina de su población?. Si hay un país en el mundo con demostrada capacidad de cambio brusco, hacia peor y hacia mejor, ese país es China. Así que nada está determinado y todo es posible. Pero China no es un dragón.



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