Mapa del sitio Portada Redacción Colabora Enlaces Buscador Correo
La insignia
1 de noviembre del 2005


Criollos, brujas y cementerios


Wilfredo Ardito Vega
La Insignia. Perú, noviembre del 2005.


Hace unos años, mientras visitaba las majestuosas iglesias de Juli, me llamó la atención un afiche invitando a una fiesta de Halloween para el 31 de octubre. Fácilmente se podría decir que dicha celebración no tiene relación con la cultura de los aymaras de esa localidad a orillas del Titicaca, pero, ¿acaso la tienen las jaranas criollas con que otros peruanos celebran ese mismo día y afirman de paso su identidad nacional?

Quienes consideramos el Halloween una desagradable forma de penetración cultural, a la que sucumben adolescentes alienados, profesoras de educación inicial (alienadas también) y niños pobres que recorren los barrios ricos buscando una limosna, a veces también olvidamos que la cultura criolla no es la única existente en nuestro país. Por ejemplo, se atribuye al cebiche o el ají de gallina el carácter de platos nacionales, aunque difícilmente los encontraremos si viajamos por la sierra o la selva.

El territorio peruano, tan extenso y con poquísimos espacios habitables distantes entre sí, ha ayudado a que se mantenga una gran diversidad cultural, expresada en música, comidas, costumbres y también valores. En las últimas décadas, los medios de comunicación han expandido rasgos culturales de los sectores más occidentalizados, generando, por ejemplo, que la vestimenta masculina sea bastante similar, pero la migración interna ha llevado a que prácticas culturales andinas se hayan extendido a lugares como Lima, Tacna o Arequipa.

Cuando ya han terminado las fiestas y jaranas del 31 de octubre, esta diversidad cultural vuelve a manifestarse, en la forma como al día siguiente los peruanos recuerdan a sus difuntos. Mientras en los nuevos cementerios privados, se colocan flores y se guarda silencio contrito, en los camposantos tradicionales y aquellos que han surgido en barrios de migrantes, es frecuente que los deudos almuercen la comida que le gustaba más al difunto o lleven un banda para tocar sus canciones predilectas, bailar un poco y brindar con él.

Nadie puede aseverar que los difuntos prefieran flores o comida, silencio o huaylas. Simplemente, ambas formas de recordarlos expresan las emociones y sentimientos de quienes están vivos. Plantear que una forma sea mejor que la otra, me recuerda al amigo guatemalteco que me preguntó: "¿Cuál es la verdadera música peruana, la criolla o la andina?". Yo le contesté que ambas son peruanas y verdaderas, como también la música negra, el rock, o cualquier otro género en que los peruanos deseen expresarse. Además, en el aspecto cultural los seres humanos no somos compartimientos estancos: muchos peruanos disfrutan de géneros musicales o comidas de origen muy diverso.

En ese contexto, es interesante advertir que en varios cementerios privados están prohibidas las mencionadas prácticas culturales andinas. Algunas personas malintencionadas podrían supone que estas disposiciones tienen la intención de evitar que esta población acuda a dichos establecimientos, tomado en cuenta que cada vez es más factible encontrar entre ellos quienes pueden pagar las tarifas de estos locales. Lo más probable, sin embargo, es que los propietarios de estos locales piensen que el público al cual apuntan es el que busca paz y tranquilidad en los cementerios.

¿Será posible que en un futuro exista más aceptación hacia la diversidad cultural y, acaso, se establezcan horas o días especiales para que se puedan desarrollar dichas prácticas sin afectar a los demás? ¿O mas bien se irán occidentalizando las costumbres funerarias de la población andina?

En cualquier caso, los cambios culturales no deben ser a priori rechazados, porque pueden marcar una evolución en la mentalidad de una sociedad. Un ejemplo es el rechazo generalizado que actualmente suscitan las corridas de toros entre los limeños (las tres cuartas partes las rechazan y el porcentaje es más elevado entre los jóvenes).

En la relación con los difuntos, también pueden ser sorprendentes los cambios. Hace noventa años, José Carlos Mariátegui y varios amigos suyos fueron detenidos por llevar a una bailarina a la medianoche al cementerio Presbítero Maestro a danzar una melodía de Chopin. Actualmente, la Beneficencia de Lima organiza visitas nocturnas a ese mismo cementerio, para conocer las tumbas de muchos peruanos célebres, entre ellos, el propio Mariátegui, luego de lo cual se ofrece una exhibición de valses y marineras. Quizás algún día se permita acudir con danzan tes de tijeras a Campofé o se establezca una sección para pachamancas en el Parque del Recuerdo.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción | Proyecto