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La insignia
17 de marzo del 2005


España-Francia

La playa de Argeles Sur Mer


Alberto Arce
La Insignia. España, marzo del 2005.


En los meses de enero y febrero de 1939 cientos de miles de españoles cruzaron a pie la frontera que separa Francia de la provincia de Gerona, dejando para la historia imágenes que todavía hoy, 60 años después, son poco conocidas en nuestro país. Nos solidarizamos con las historias actuales de refugiados kosovares, ruandeses y palestinos, pero en nuestro país sucedió exactamente lo mismo y el olvido aún lastra esa parte de nuestra historia. Parece que, avergonzados, no queremos reconocer que cientos de miles de compatriotas fueron encerrados durante meses, en condiciones infrahumanas, en improvisados campos de concentración en las playas del sur de Francia sin que la mayoría de nosotros sepa lo que allí sucedió y sin que los poderes públicos hayan decidido tomar alguna iniciativa de resarcimiento y reconocimiento. Tan sólo recuerdo, en tal sentido, la iniciativa de la Fundación Pablo Iglesias, promotora de una exposición y un documental bajo el título genérico de "Exilio" que tuve la oportunidad de visitar y ver en el parque del Retiro de Madrid hace un par años.

Sí, nos sucedió a nosotros. Los españoles también escaparon formando columnas interminables de personas que se arrastraban por las carreteras y llevaban consigo las pocas pertenencias que habían podido salvar. Un colchón, una manta o una maleta que cotenía una vida entera. La II República española comenzaba a extinguirse bajo el fuego de aviones que perseguían a sus supervivientes para atacarles incluso en la retirada, en los pasos fronterizos y campos de refugiados y retención en los que morían como moscas ante la pasividad de quienes debían ayudarles. Frío, nieve, miedo, derrota, incertidumbre, recuerdo de todo lo vivido a lo largo de tres años de guerra. Duras sensaciones las de aquellos republicanos que terminaron en siendo encerrados en Le Perthus, Portbou, Cerbere, Colliure, Argeles Sur Mer o Sant Cyprien. Nombres de los escenarios de la derrota y el adiós definitivo a su país de tantos hombres, mujeres, ancianos y niños que, muertos de miedo, no encontraron otra salida que buscar refugio en Francia de lo que se les venía encima con la ocupación franquista de Cataluña.

Acabo de recorrer esos pueblos junto a mi compañera. Caminando, con una mochila, una cámara y unos bocadillos, en lo que constituye un pequeño homenaje privado a esos republicanos de los que tan poca gente se acuerda y que hoy se nos mueren en silencio, llevándose consigo una parte vital de la historia de nuestro país. Varios días después de mi regreso a Barcelona escribo estas palabras para reclamar que se rompa de una vez por todas con el silencio que envuelve a la retirada hacia Francia de nuestros refugiados republicanos y se señale y recuerde su particular camino de la dignidad. El único recuerdo físico de lo que sucedió en aquellos lugares y puede encontrarse a lo largo del camino es una pequeña placa transparente pegada en una piedra que a su vez está colocada en un recodo de la carretera que une Portbou con Cerbere. Medio metro cuadrado en una esquina de una carretera comarcal. Nada más. Ni un museo, ni un monumento, ni actos públicos, ni alcaldes ni concejales ni diputados que tengan el detalle de reunirse para recordar el horror que aquellos pueblos y playas vivieron en 1939.

Cerbere, Portbou, Colliure y Argeles son hoy pueblos que se dedican al "turismo de calidad". Un turismo de gentes que pueden permitirse pagar buenas sumas de dinero por escapar del bullicio de la gran ciudad y descansar en la naturaleza de las rutinas de la vida diaria. Especialmente Argeles Sur Mer se ha convertido en una gran concentración turística del sur de Francia construida en torno a su inmensa playa mediterránea. Varios kilómetros de finas arenas blancas y vientos permanentes donde se practica el windsurf o el paseo con perro sin que nada indique ni recuerde lo que allí sucedió. Y es necesario reclamar algo, ante la ausencia de memoria histórica, que recuerde a quienes allí cayeron y sufrieron. Un museo, probablemente, sería lo más adecuado. Un museo fotográfico, por ejemplo, en el que se mostrasen las imágenes y la historia de bonitas playas que en su día fueron campo de concentración y hoy son centros de ocio. Un museo en el que depositar las entrevistas con los supervivientes, los relatos de lo que allí sucedió y que hoy sólo se recogen en un puñado de libros de poca difusión y difícil localización. Entrevistas que nos relaten la dignidad con la que esperaron nuestros republicanos a que comenzase la guerra mundial para pasar, en muchos casos, a formar parte de la resistencia anti-nazi, terminando algunos miles de ellos en los campos de concentración de Dachau, Buchenwald y Mathausen.

Por dignidad y por decencia. Porque les debemos mucho: los españoles les debemos la República y el ejemplo que nos dejaron y los franceses no deberían olvidar que les deben, en gran parte, el germen de su resistencia contra la invasión nazi.

A modo de homenaje, merece la pena recordar el relato de lo sucedido en Argeles Sur Mer, tal y como nos cuenta el militar republicano Juan Carrasco en el magnífico libro de obligada lectura "La odisea de los republicanos españoles en Francia":

"Antes de poder dar a esta concentración humana la fisonomía de un pueblo -de un pueblo de siniestrado, se entiende- pasaron varios días. En Argeles, miles de extraños albergues brotaron de la arena: chozas construidas con cualquier cosa, cañas, mantas, chapas, paracaídas, toldos, papel. Todo era bueno para procurarse un aparente refugio. Las chozas eran más o menos grandes según el número de personas que las ocupaban. En el campo no faltaban los refugios individuales: eran unas zanjas donde el refugiado se deslizaba como un gusano. Esas zanjas recibieron el nombre de conejeras y su construcción era simple y barata: con algunas cañas, cuerdas y una manta cada uno podría construir su casita propia. Va de suyo que estos refugios resistían muy mal a las inclemencias del tiempo. La lluvia entraba por todas partes y la violencia de la tramontana derribaba las chabolas.

Las condiciones de vida en este campo eran precarias, el espacio vital, mínimo y la promiscuidad hacía irascibles a las gentes. Ya se puede imaginar el lugar destinado a la satisfacción de las necesidades fisiológicas: éste era un cerco próximo al agua donde los refugiados fueran hombres, mujeres o niños convergían para defecar. No se podía entrar en semejante estercolero sin pisar excrementos y el espacio era tan reducido que las gentes en cuclillas se tocaban constantemente."

Juan Carrasco relata en el mismo libro una triste anécdota. Cuenta que "uno de los hombres que allí estaba prisionero avanzó mar adentro, con sus maletas en la mano, gritando `me voy a México´ mientras el mar le engullía para devolver un rato después su maletas ya abiertas". Y a mí sólo me queda escribir que nuestros viejos republicanos se merecen el más sincero y solemne de los homenajes. Lucharon por nosotros y no es justo que el silencio y el olvido reinen en Argeles Sur Mer.



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