Javier López: España: Pancarteros contra la pobreza

En el año 2000, los jefes de Estado y de Gobierno de 189 países acordaron abordar ocho Objetivos de Desarrollo del Milenio en el horizonte del año 2015. Cinco años después, esos objetivos se encuentran muy lejos de cumplirse, especialmente el objetivo prioritario de erradicar la pobreza en el mundo.

Los retos del milenio implican una serie de compromisos, ante los cuales nuestro país tiene una especial responsabilidad, si tenemos en cuenta su papel en la construcción europea, sus vinculaciones con el mundo árabe y mediterráneo, y la estrecha relación e influencia que mantenemos con América Latina.

Cuantos salgamos a las calles de Madrid el próximo domingo y otras muchas personas en esta Comunidad, reivindicaremos que se haga realidad la Ayuda Oficial al Desarrollo hasta alcanzar el 0,7 por ciento del Producto Interior Bruto, desligando esta ayuda de intereses económicos y comerciales.

La financiación del desarrollo debe reforzarse con impuestos justos y con impuestos globales, aboliendo la totalidad de la deuda externa bilateral de los países menos avanzados. Cuando hablamos de deuda externa debemos exigir responsabilidades sobre las deudas ilegítimas generadas por gobiernos corruptos o antidemocráticos, así como la deuda ecológica generada por empresas transnacionales. Debemos convertir deuda externa en compromisos de inversión que no produzcan más deuda y que contribuyan a eliminar la necesidad de la ayuda externa.

El desarrollo de los países nuevos avanzados exige normas de comercio internacional que fomenten su autonomía para emprender caminos de desarrollo, lucha contra la pobreza y protección de su medio ambiente. Deberían, por ejemplo, eliminarse las subvenciones a la exportación que permiten vender en países pobres por debajo del coste de producción y compitiendo deslealmente con los productos locales.

El empleo digno y con derechos es una herramienta esencial para construir igualdad, erradicar la pobreza, equiparar a hombres y mujeres. Las multinacionales no pueden seguir despreciando las normas internacionales de trabajo y los convenios de la Organización Internacional del Trabajo en los países menos avanzados.

Los servicios públicos son esenciales para la cohesión social y el desarrollo económico. Los procesos de privatización y liberalización de servicios públicos terminan por impedir el ejercicio de derechos básicos, como la educación o la sanidad, y en algunos países hasta el elemental derecho al agua potable.

Los mercados financieros globalizados han creado los llamados paraísos fiscales, que fuerzan una disminución de la recaudación fiscal de todos los países pero, sobre todo, de los menos avanzados, en los cuales se estima que se pueden estar perdiendo más de 50.000 millones de dólares anuales en ingresos fiscales.

Por cosas como éstas, sensatas, razonables, asumibles por mucha gente en este país, saldremos a la calle el 26 de junio. No seremos un millón, como en otras manifestaciones recientes, entre otras cosas porque no nos contará el famoso helicóptero de los bomberos.

Hay pancarteros sobrevenidos, de nuevo cuño, como los obispos o algunos dirigentes del PP; hay otros con oficio, raigambre y convicción. No es malo que quienes tienen algo que proponer se apunten a la pancarta y paseen pacíficamente las calles.

Ahora que algunos le han cogido el gusto, por más que crea que le han perdido el respeto a salir a la calle con una pancarta, aquí tienen una en la que exigiremos POBREZA CERO, SIN EXCUSAS, para millones de personas, familias y matrimonios en todo el planeta. Obispos sin fronteras, dirigentes del PP, están ustedes invitados, de buena fe, codo con codo, por una causa justa en la que no nos jugamos el cielo, es cierto. Sólo nos jugamos... la vida misma.

(*) Secretario general de CCOO de Madrid.