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La insignia
1 de junio del 2005


De la Unión Europea a la eternidad


Luis Peraza Parga
La Insignia. México, junio del 2005.


El experimento europeo de integración total no puede morir. Es eterno como las naciones estado. Es insustituible. Pero puede cambiar de rumbo. En este momento, no es una mera posibilidad siempre presente sino un imperativo categórico. Francia, creadora de la idea de presentar ante una Alta Autoridad las producciones francesa y alemana de los dos elementos esenciales de la segunda posguerra mundial (carbón y acero), no puede asesinar el eterno proyecto de una Europa intrínsecamente unida y respetuosa, a la vez, de las particularidades locales, estatales y regionales. Algunos dirán Francia no, pero el pueblo francés , y de hecho lo acaba de hacer al acudir a votar masivamente primero y en contra abrumadoramente después de una Constitución para Europa.

Ya en un artículo de mi autoría del 30 de octubre del 2004, escrito con motivo de la firma en Roma de la Constitución ahora rechazada por los franceses, advertía, sin querer dármelas de futurólogo: "lo cierto es que, ya fuera por temor o por apatía del pueblo, las calles aledañas al majestuoso palacio que albergó la ceremonia lucían desiertas. ¿Quien dice que el Estado-nación está muerto? En la ceremonia de la firma se mostró más vivo que nunca. Ni la sociedad civil organizada ni el pueblo se manifestaron, ni fueron invitados. La política se sigue haciendo entre Estados y por cauces diplomáticos."

El electorado francés ha conseguido varios puntos positivos: otorgar sangre nueva a las siempre remotas, en la mente de los ciudadanos, elecciones europeas; y decir a Europa que la voz del pueblo debe contar en las deliberaciones de las leyes europeas.

Por otro lado, Giscard d'Estaing, el siempre astuto, maquiavélico e incombustible ex presidente francés y padre fundador de la Constitución Europea como dirigente del órgano que la elaboró, la llamada Convención Europea, atina al señalar que el electorado francés ha pensado que se encontraba ante un plebiscito que sólo se podía perder, cuando en realidad era un referéndum que podría haberse ganado. Es decir, optó por castigar los resultados negativos de la política francesa, alejándose de Europa, y convertir una consulta popular cotidiana, pero importante, en una pregunta de todo o nada. En esta misma mecánica plebiscitaria, la única forma digna de "escuchar" a los franceses sería la renuncia del presidente Chirac y la convocatoria de elecciones presidenciales, de donde saldría un gobierno de nuevo cuño que renegociase aspectos parciales de la nueva Constitución Europea y sometiera otra vez a referéndum la Carta Magna. Ya existieron precedentes de rechazo de tratados comunitarios en Irlanda y Dinamarca, que si bien no tienen el peso político actual y originario francés, supusieron, en su momento, un obstáculo salvable en la construcción comunitaria.

Sin embargo, el secreto del éxito de la Comunidad Europea es que nadie puede definir taxativamente su naturaleza ni sus objetivos. Es un extraño animal que se va metamorfoseando en función de la voluntad política de los dirigentes, las circunstancias históricas y desde ahora, del deseo del cada vez más materializado pueblo europeo.



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