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La insignia
30 de junio del 2005


Reflexiones peruanas (XLIX)

Sobre indios, cholos, serranos y mestizos


Wilfredo Ardito Vega.
La Insignia. Perú, junio del 2005.


Para quienes provienen de países como Ecuador, Chile o Colombia, donde la capital se encuentra entre montañas, resulta sorprendente el carácter despectivo que en el Perú posee la palabra serrano. Si tiene usted alguna duda, imagínese que estando en Arequipa, Huancayo o Cajamarca, declara sentirse muy feliz por encontrarse rodeado por "amigos serranos"... Es posible que sus amigos no estén muy felices con la expresión.

De igual manera, quienes poco a poco se van familiarizando con el castellano de Perú (por ser extranjeros o niños que están aprendiendo a afrontar el mundo), muchas veces quedan desconcertados ante la palabra cholo. "¿Es un insulto o no?" Algunos padres de familia pretenden salir del paso diciendo a sus hijos que "todos somos cholos" o que cholo es un sinónimo de peruano. Sin embargo, normalmente, cuando los niños o los extranjeros preguntan, ya han escuchado la palabra como insulto en el colegio, la calle o algún medio de comunicación.

Igual asombro genera entre los extranjeros el tabú que rodea a los términos indio e indígena. "Les dije que quería conocer su espiritualidad indígena y me miraron como si los hubiera insultado", recuerda un teólogo holandés que acaba de hacer una visita a Ayacucho.

Evidentemente, no se trata sólo de aquello que las palabras definen, sino de lo que connotan en determinadas circunstancias. Serrano, por ejemplo, no tiene en Perú una connotación geográfica, sino cultural: alude a un ser primitivo, sucio e ignorante. Es la expresión despectiva usada por los habitantes de la costa cuando, en los años cuarenta, comenzó la gran migración andina y se encontraron abruptamente con ese sector mayoritario de la población que tanto habían querido negar. En la propia sierra era un término usado por los habitantes de las ciudades, que pretendían afirmar su ascendencia europea frente a los campesinos, los "oriundos". También en la selva, la palabra serrano se emplea con el mismo desprecio, tanto en las ciudades como entre los propios nativos.

La misma carga peyorativa tienen palabras como indio, que alude simplemente a ser descendiente de los primeros habitantes del Perú, o cholo, que se refiere a la persona de rasgos físicos andinos, que ha roto con su ubicación tradicional (tanto en términos geográficos, como en cuanto a la jerarquía social).

El empleo predominantemente ofensivo de estas expresiones revela nuestras dificultades para construir una sociedad incluyente. Un mecanismo reciente para afrontar esta problemática ha sido la afirmación de que somos un país mestizo. Muchas personas prefieren ahora asumir esta identidad: al fin y al cabo, mestizo es un término ambiguo, frente al que no es posible trazar estereotipos. Se suele repetir la frase de Ricardo Palma "el que no tiene de inga tiene de mandinga", para dar a entender que todos los peruanos tenemos ancestros diferentes.

Sin embargo, el hecho de que efectivamente existan muchos mestizos (y de que en algunos lugares sean probablemente el sector mayoritario) no generaliza esa característica a toda la población. La frase de Palma fue pronunciada antes de la inmigración europea y asiática del siglo XIX. Muchos descendientes de los inmigrantes no son mestizos, porque sus antepasados prefirieron relacionarse con personas de su propio grupo. Con igual razón, carece de sentido calificar de mestizos a los millones de indígenas que habitan las zonas rurales de Apurímac, Puno y Cuzco o a los nativos amazónicos.

Generalizar el mestizaje implica el peligro de invisibilizar las diferencias reales entre los peruanos y sus efectos concretos. En otros países, al estudiar fenómenos como el rendimiento escolar, la maternidad precoz, el grado de desempleo o la esperanza de vida, suele tomarse en cuenta la pertenencia a un determinado grupo étnico, social, etc. De esta forma, se pueden proponer determinadas políticas sociales que atiendan a aquellos grupos con necesidades específicas.

En el Perú, si comparamos los mencionados indicadores entre los descendientes de inmigrantes europeos, los mestizos y los indígenas, podríamos apreciar que la brecha entre los primeros y los segundos es cada vez más pequeña, pero que los indígenas siguen viviendo en condiciones lamentables. A pesar de ello, todavía es difícil de admitir el componente étnico cuando se proponen políticas públicas, desde las reparaciones y las víctimas de la violencia política hasta la indocumentación.

En la práctica, si no se aborda el problema, las políticas estatales continuarán teniendo efectos negativos hacia los sectores tradicionalmente discriminados. Es comprensible que subsista el temor de que cualquier alusión a blancos, serranos o indígenas sea en sí misma otra forma de racismo. Sin embargo, precisamente un primer paso para afrontar el racismo podría ser aprender a usar con seriedad ciertos conceptos, dejando de lado sus connotaciones despectivas. Al fin y al cabo, se trata de reconocer a los diversos peruanos como realmente son, aunque todavía haya algunos a quienes les cueste admitirlo.



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