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La insignia
11 de junio del 2005


Panamá

De ayer, para mañana


Guillermo Castro H.
La Insignia. Panamá, junio del 2005.


Ayer, 9 de junio, la crisis por la que viene atravesando la sociedad panameña desde mediados de la década de 1980 - agudizada en esta ocasión por el conflicto en torno a las reformas al sistema de seguridad social - dio un giro inesperado con la apertura de dos diálogos simultáneos. En uno de ellos, el Gobierno pasó a negociar con los principales opositores a la reforma aquellos aspectos de la misma, como el aumento de la edad de retiro y del número de cuotas a pagar por los trabajadores, que han provocado el rechazo de la mayor parte de la población. La novedad, aquí, es que esos interlocutores no incluyen ni a la llamada "sociedad civil" ni a los partidos de oposición -que a lo largo de la crisis han pasado por representantes del interés general de la sociedad frente al Estado-, sino que están constituidos por sectores de trabajadores organizados -incluyendo a profesionales de capas medias cuyas condiciones de vida han venido acercándose cada vez más a las de los técnicos asalariados- que han demostrado una notable capacidad de convocatoria sobre otros sectores populares.

El otro diálogo fue el del presidente Martín Torrijos con su país, a través de un encuentro con cuatro periodistas invitados a Palacio, en el que estuvo dispuesto a reconocer la posibilidad de haberse equivocado en el método utilizado para la aprobación de las reformas, mediante el uso intensivo -por decirlo de algún modo- de la mayoría de que dispone su gobierno en la Asamblea de Diputados. Y esa fue apenas la primera de varias novedades que, con respecto a la cultura política dominante en Panamá, afloraron en la intervención del presidente.

Ese reconocimiento, en efecto, formó parte de un planteamiento en el que el presidente Torrijos, antes que defenderse de las críticas que ha recibido su gestión, procuró ejercerse como vocero de los principios y los valores que lo caracterizan como actor político de primer orden en la vida nacional. Al hacerlo así, además, dejó en evidencia una lección fundamental: que no se puede construir una patria nueva, como la que ofreció en su exitosa campaña electoral, con los métodos propios de la patria vieja que contribuyeron a la derrota de sus adversario en esos comicios. En este sentido, el presidente no solo tuvo razón en reconocer que los medios utilizados para lograr la reforma de la seguridad social resultaron ser inadecuados al complicar su viabilidad política, sino además en no achacar las críticas de que han sido objeto esos medios a conspiradores deshonestos o a gente incapaz de entender los fines que se ha propuesto su Gobierno.

En realidad, esos métodos han resultado equivocados en dos sentidos. En lo inmediato, por escoger los riesgos del descrédito - propios del apresuramiento y el madrugonazo - por sobre los riesgos del debate. Pero, y quizás sobre todo, por no haber vinculado esta reforma de la seguridad social a los a un proyecto integral de renovación nacional. ¡Qué distintas hubieran sido las cosas si esta reforma hubiera formado parte del pacto social que el presidente ofreció al país en la noche de su victoria electoral, y que el Gobierno que él preside parece haber dejado en el olvido!

En esa perspectiva, además, el presidente Torrijos dio muestras de un singular coraje ante una clase política que ayer apenas celebraba como muestra de "habilidad" la capacidad de su predecesora para la simulación y la manipulación. Pero además -y quizás sobre todo-, el presidente supo asumir y ejercer los valores propios de una cultura de la responsabilidad ante la cultura de la complicidad dominante en nuestra vida política, que incluye la descalificación preventiva de todo adversario, que considera a la imaginación como una muestra de debilidad, y que ha hecho del oportunismo el supremo valor del opositor, y del autoritarismo la mayor virtud del gobernante.

En suma, los diálogos iniciados ayer abren nuevamente espacio a la esperanza de que sea rescatado un proyecto político renovador, que ha estado y sigue estando en riesgo de perderse, si no se entiende el factor realmente decisivo en esta crisis: que el país ha llegado al punto en que quiere ser parte activa en la construcción de una patria nueva, y no víctima otra vez de una patria vieja mejor administrada. Aquí, parafraseando al uruguayo Artigas, habrá patria nueva para todos, o no habrá patria alguna para nadie.



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