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La insignia
18 de junio del 2005


A fuego lento

Verdades insoportables


Mario Roberto Morales
La Insignia*. Guatemala, junio del 2005.


Cuando por casualidad contemplo cómo viven muchos de quienes conocí a lo largo de mi militancia de 25 años, entiendo por qué a menudo se me pregunta lo que he hecho para no descalabrarme después de la derrota de la izquierda y de la lucha revolucionaria. Es pasmosa la cantidad de gente que vive en la penumbra del anonimato desvelado, de la soledad paranoica, de la ilusoria esperanza en un socialismo color de rosa, y en las brumas de una nostalgia iracunda que se regodea en los laberintos existenciales de la Nueva Trova, en las confituras melosas de Benedetti y en los hemoglobínicos juicios de Galeano.

Fuera del intenso cotilleo resentido de la intimidad de la célula guerrillera, el comité, la comisión o el grupo de estudio, y de la aplicada promiscuidad políticamente correcta de la militancia suicida, la gente de izquierda no encuentra un lugar cómodo, ni en el tiempo ni en el espacio, para seguir viviendo, y se aferra -según su propio decir- a unos sacrificados "principios" revolucionarios que, en la práctica, se reducen a las conductas arriba descritas, las cuales funcionan como el perenne distractor de una verdad que resulta imposible de aceptar y digerir: la verdad de una derrota propiciada no sólo por el enemigo sino -sobre todo- por los propios dirigentes corrompidos y traidores que entregaron el movimiento emancipador a los designios del sistema que dijeron combatir, sacrificando en su criminal empresa a generaciones enteras de ilusionados jóvenes bienintencionados.

Lo verdaderamente insoportable de esta verdad no es tanto su contenido cuanto la ausencia de esperanza que su rotundidad implica, sobre todo ante el boom del "pensamiento único" y del pueril triunfalismo neoliberal. Es en esta encrucijada que los revolucionarios necesitan reinventarse para volver a nacer y volver a luchar. No como un acto de necedad sino de consecuencia dialéctica con el carácter cambiante de la historia y la realidad. Tampoco se trata de insistir en un socialismo de ensueño que brotará por arte de magia de las entrañas de una antojadiza "necesidad histórica", sino más bien de entender a cabalidad el momento que les tocó vivir para poder así comprender la etapa subsiguiente, en la cual necesitan rebelarse ante la posibilidad de convertirse en un nostálgico peso muerto para la sociedad.

Dice Cioran que:

"Se puede soportar cualquier verdad, por muy destructiva que sea, a condición de que sea total, que lleve en sí tanta vitalidad como la esperanza a la que ha sustituido".

A pocas verdades en la historia se les puede adjudicar tanta totalidad (valga la contradicción) que a la verdad de la derrota del socialismo real y de los movimientos de izquierda, asunto que por cierto no equivale a proclamar su extinción ni mucho menos su supuesta "equivocación". Equivale, sí, a aceptar la necesidad de replantear la utopía del bienestar colectivo y los mecanismos de superación de la ideología de mercado como rectora de la vida espiritual de los seres humanos.

En tal sentido, esta verdad lleva en sí, como quiere Cioran, "tanta vitalidad como la esperanza a la que ha sustituido". Basta ya entonces de aferrarse neciamente a la esperanza de que vendrán nuevos demiurgos (nuevos guerrilleros) a hacerles su revolución socialista a quienes agónicamente esperan el cambio social negándose a disfrutar plenamente de la vida mientras llega ese momento. Es mucho más útil y sensato abocarse a la tarea de hacer total la verdad de la derrota y el colapso de una lucha, aceptándolo todo con realismo y espíritu práctico, para, de allí, empezar a reconstruir los principios y mecanismos que habrán de regir la lucha por una sociedad en la que los seres humanos se relacionen entre sí a partir de valores como la solidaridad y el afecto, y no el interés y la competencia.

Esta es la condición para lidiar la verdad. Si no se la acepta, no se la podrá soportar. Y si no se la soporta, el balsámico autoengaño del aferramiento infantil a los "principios" seguirá rigiendo las insulsas vidas de quienes transitan por las calles creyéndose héroes incomprendidos, cuando en realidad son fantasmas atormentados por un pasado que les resulta tanto más pesado cuanto menos lo aceptan como lo que es, e insisten en verlo como lo que quisieron que fuera o -como dice el bolero- como "lo que pudo haber sido y no fue".

Las únicas verdades insoportables son las que nuestra cobardía ha convertido en inaceptables.

Es esta terquedad, y no la voceada "invalidez" del pensamiento marxista lo que mantiene a la izquierda como un cascarón de huevo fosilizado. La responsabilidad de esto recae en los mismos dirigentes que traicionaron a sus militancias insuflándoles la nostalgia estúpida en que viven sumidas, y que ahora comparten el poder con quienes en el pasado proclamaron como sus enemigos. Por eso, ahora que éstos los están eliminando uno a uno mediante inexplicables paros cardíacos (como quien barre la inútil resaca de un vendaval), no se puede menos que reflexionar sobre estas (y tantas otras) verdades insoportables.


(*) También publicado en A fuego lento



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