Mapa del sitio Portada Redacción Colabora Enlaces Buscador Correo
La insignia
11 de junio del 2005


A fuego lento

La menor importancia


Mario Roberto Morales
La Insignia*. Guatemala, junio del 2005.


El ensimismamiento en el que viven los países que, como habría dicho Arturo de Córdova, "no tienen la menor importancia" en el concierto internacional de naciones, a no ser como plantas maquiladoras y paraísos fiscales, es una fuente perenne de dolor, frustración y amargura para muchos de sus sentimentales ciudadanos. Es el caso de las parcelitas que integran esa frágil cinta volcánica llamada Centroamérica. Mientras más pequeña sea su geografía y más cruel su historia, estos países soñados agrandan su ensimismamiento y sus intelectuales dedican mucho más papel del conveniente a teorizar sobre la "esencia" de su identidad nacional, es decir, sobre la verdadera "guatemalidad", hondureñidad" o "salvadoreñidad", como si las diferencias entre estos pueblos fueran abismales e insondables.

Es el veneno del nacionalismo oligárquico, insuflado a las masas por el sistema educativo, el que causa en estas ciudadanías la obsesión por sí mismas, la enfermiza necesidad de autodefinirse según una anhelada "diferencia esencial" sólo porque el supuesto "otro" se halla a doscientos kilómetros de distancia, a partir de un lugar en el que existe una frontera, y porque la gente allí habla con ligeras variantes de acento el castellano heredado de los conquistadores.

Ya lo decía Rubén Darío: "Cuando la patria es chica, uno grande la sueña". Y es ese sueño el que dispara el ensimismamiento "filosófico", identitario, metafísico, acerca de nuestras ilusorias "esencias" diferenciadoras. Es ese sueño el que aflora en todo su opaco esplendor en algunos lectores cuando uno comenta, con el distanciamiento que posibilita la ironía, las mentalidades nacionalistas y etnocéntricas que se activan hibridizándose a la hora en que una selección nacional de futbol juega un partido en contra de otra selección nacional. Eso ocurrió con mi artículo anterior.

Todos los comentarios negativos y coléricos que recibí (los hubo favorables también) pueden resumirse en el reclamo de mi falta de nacionalismo frente a los mexicanos y los costarricenses. Se arguye que debo apoyar a "nuestra" selección nacional y se insinúa que el nacionalismo mexicano y el costarricense no me ofenden. Yo respondo que así es. Lo que sí hacen, cuando su repetitividad no me irrita, es divertirme, al igual que el nacionalismo futbolístico guatemalteco. También me divierten los fervores que desencadenan los edulcorados y grandilocuentes himnos nacionales centroamericanos, cuyos versos contrastan de manera tragicómica con las realidades absurdas en las que sus elites criollas, sus ejércitos y sus clases políticas han sumido a sus países, al extremo de haber ubicado la autoestima ciudadana a ras del suelo.

Precisamente para elevar ilusoriamente esa autoestima, se crea la empresa futbolística por parte de quienes sueñan con que el Estado se constituya asimismo en una empresa, pero esta vez para ejercer "la majestad de la ley" que ampare los intereses de los empresarios. En otras palabras, sueñan con poder contratar y despedir presidentes de la república igual que contratan o despiden a entrenadores de las selecciones de futbol. Pero la masa nacionalista y fanática de su "esencia" nacional, representada, según ellos, por un equipo de futbol (no por otro tipo de deportistas y menos aun por artistas, intelectuales o escritores), no se detiene a pensar en esto y se deja llevar alegre o tristemente por su pasión "patriótica", la cual expresa de maneras abiertamente risibles. Es el caso del costarricense que, abrazando a un espectador guatemalteco del partido entre las selecciones nacionales de Guatemala y Costa Rica el pasado miércoles, y fingiendo una "hermandad centroamericanista" que no existe en la ex "Suiza centroamericana", ostentaba un traje de payaso con un letrero en el pecho que decía "Tico hasta la muerte". Hay otras frases igualmente cómicas como "Yo soy el hombre más nicaragüense del mundo".

En medio de este universo cultural, es comprensible que quienes reducen su imaginario nacional a frases como estas, se ofendan cuando uno opina que esos sentimientos "patrióticos", al igual que los paísitos que los producen, no tienen, como de nuevo diría Arturo de Córdova, la menor importancia. Bueno, a no ser como chistes. Porque no debemos olvidar que la comicidad radica en que el cómico toma en serio lo que es a todas luces idiota.


(*) También publicado en A fuego lento



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción | Proyecto