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La insignia
3 de junio del 2005


Castillos de naipes


Fragmento de la entrevista concedida
por Al Capone a Cornelius Vanderbilt Jr.
Liberty. EEUU, 17 de octubre de 1931.

Edición en Internet: La Insignia. España, junio del 2005.


(…) Durante la entrevista, Capone me planteó una pregunta que me hizo abandonar mis conjeturas.

-Usted mantiene conversaciones con hombres importantes de todo el mundo -comento-. ¿Qué ofrecen ellos para solucionar la depresión?

-Francamente, he oído tantas propuestas que me da la impresión de que ninguno sabe realmente lo que pasa -repuse-. Creo que están aturdidos y atascados.

-De aturdidos, nada (…) El mundo se ha capitalizado a base de papel. Cada vez que alguien tenía una idea nueva, ampliaba el capital, asignando para sí cierta cantidad de pasta y a sus accionistas cierta cantidad de papeles. Los ricos se hacían más ricos; los accionistas especulaban con el papel. Alguien descubrió que era rentable disponer de una fábrica de rumores. Otro consiguió interesar a las mujeres para que apostaran en la gran mesa de juego. El mundo se había vuelto loco. Se produjeron fusiones. Cuanta mayor facilidad mostraba alguien para transformar el papel en dinero, mayores iban haciéndose sus opciones a la vicepresidencia. Muchos jóvenes que deberían estar entre rejas por robar papel accedieron al mundo de la prosperidad de la noche a la mañana. Todas nuestras perspectivas vitales estaban trastocadas. Los banqueros corruptos que aceptan el dinero de sus clientes, ganado con el sudor de su frente, a cambio de acciones que saben que no tienen valor, serían inquilinos más adecuados de las instituciones penitenciarias que el pobre hombre que roba para dar de comer a su mujer y a sus hijos. Durante el año que viví en Florida conocí a un individuo poco de fiar, amigo de un editor, que estaba a cargo de un banco. Había vendido un montón de papeles sin valor a personas que no sospechaban nada. Un día, su banco se vino abajo. Yo estaba agradeciéndole al cielo que hubiera recibido su merecido cuando me enteré de otro de sus negocios, al lado del cual volar cajas fuertes parece tan inofensivo como el minigolf. El editor corrupto y el banquero animaban a los impositores en bancarrota, que recibían treinta centavos por dólar, a que depositaran su dinero en el banco de otro amigo. Muchos siguieron su consejo, y unos sesenta días más tarde, el banco en cuestión también se hundió como un castillo de naipes. ¿Cree que los banqueros fueron a la cárcel? Nada de eso. Se encuentran entre los ciudadanos más relevantes de Florida. ¡Son tan aborrecibles como los políticos corruptos! ¡Si lo sabré yo! Llevo mucho tiempo alimentándolos y vistiéndolos.



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