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La insignia
1 de junio del 2005


Reflexiones peruanas (XLIV)

Cuarenta años: ¿Y los cuarenta siguientes?


Wilfredo Ardito Vega
La Insignia. Perú, junio del 2005.


Cumplir cuarenta años puede sonar contundente a algunos oídos juveniles o que pretenden serlo. Es probable, como decía Dante en La Divina Comedia, que ya me encuentre nel mezzo del camin di nostra vita (a la mitad del camino de mi vida). Quizás podría ser aún más optimista, dados los antecedentes familiares: a los 92 años, mi abuelita vive sola, le encanta ensayar nuevas recetas, ir al cine y salir de compras... acompañada, claro está. En todo caso, me pregunto ahora, ¿cómo será el Perú que encontraré en el 2045?

En 1965 habría parecido delirante pensar en colegios con piscina en Comas o supermercados en San Juan de Lurigancho. Nadie podía imaginar que cuatro años después dejaría de azotarse a los campesinos en las haciendas serranas o que apellidos de origen quechua llegarían a las universidades limeñas. Pero tampoco era imaginable un conflicto armado con setenta mil muertos o que el sistema de transporte público, con paraderos, horarios y planos de rutas, sería abolido por algún corrupto gobernante.

En aquellos años, Oeschle, Monterrey o Scala se veían tan inquebrantables como ahora parecen Wong o Ripley. La vida de los niños de clase media era muy inocente: a las 8 de la noche un muñequito anunciaba en televisión que debíamos irnos a acostar... y todos obedecíamos. Los niños de entonces no imaginábamos un mundo en que los niños pudieran sugerir (o exigir) dónde comer o qué comprar.

Para el año 2045, todos los hijos de mis hermanos y mis amigos, incluyendo aquellos que he sostenido en brazos con bastante nerviosismo, tendrán entre cuarenta y cincuenta años. Me pregunto si a esa edad serán personas comprometidas con su país, como sus padres desean serlo, o si estarán mas bien desesperanzados y frustrados.

En 1965, muchas personas se sentían impulsadas a promover la justicia social. Ahora, aún los jóvenes parecen derrotados antes de tiempo y terminan convirtiendo las formas de evasión en fines en sí mismos, siendo el consumismo el más suave de todos. A menudo, además, se trata a los jóvenes como a los niños (de esta época): no se les puede exigir ni siquiera que lleguen temprano a sus propios exámenes.

Sin embargo, yo estoy convencido que los cambios positivos para el Perú en los próximos cuarenta años dependerán de los propios ciudadanos. Como van las cosas, pareciera que el país no saldrá adelante gracias a los gobernantes sino a pesar de ellos. Por eso, me parece que los peruanos les damos todavía excesiva atención a quienes no lo merecen. Yo llevo casi doce años alejado de los noticieros y pienso seguir así unos cuarenta más. No comprendo a mis compatriotas que empiezan y terminan el día atormentándose con políticos cínicos y sus escándalos efímeros, que a los quince días todo el mundo ha olvidado. Algunas personas sostienen que deben ver los noticieros "para informarse", como si no hubiera otra manera. Además, la manera de difundir las "noticias" contribuye mas bien a desinformar sobre problemas de fondo como el racismo, el analfabetismo, el tráfico y la indocumentación.

Una sociedad menos racista, por ejemplo, generaría individuos más seguros de sí mismos, que podrían contribuir mejor al desarrollo nacional. ¿En cuarenta años, seguiremos asociando status o belleza a determinados rasgos físicos? ¿Seguirán mestizos, andinos o negros siendo maltratados en una ventanilla bancaria o en una librería? ¿Seguirán los problemas de los campesinos andinos ocupando la última prioridad para los gobiernos?

Un reto simultáneo es "deslimeñizar" la percepción del Perú. ¿Dónde queda Condorcanqui? La abrumadora mayoría de limeños no lo sabe, a pesar de todos los acontecimientos que han ocurrido allí. ¿Lo sabrán en cuarenta años gracias a los libros de historia? ¿O seguirá la historia oficial reproduciendo una versión sobre la Independencia, la guerra con Chile o "la peruanidad", que no irrite a quienes tienen el poder?

Creo también que tenemos una opinión de nosotros mismos mucho peor que la realidad. Enseñar a personas muy distintas en casi todo el Perú (me faltan Pasco, Moquegua y Huánuco) me ha permitido conocer mucha gente valiosa, que desearía involucrarse en una sociedad más justa y más humana... pero todavía los paraliza la desconfianza en el prójimo. Barreras geográficas, lingüísticas, culturales, inclusive entre egresados de diversas universidades, separan a los peruanos entre sí, los hacen verse con sospecha unos hacia otros (y los mencionados noticieros contribuyen bastante a dañar la autoestima colectiva).

Hace poco mi amiga Nicole, dejó nuevamente Bruselas para pasar un mes en Lima, Cusco y Arequipa. El pequeño detalle es que ya tiene ochenta años y yo espero llegar a esa edad con su entusiasmo, su vitalidad, y su capacidad de indignación frente a la injusticia. En los próximos cuarenta años yo confío que podré seguir contribuyendo a un país mejor desde lo que hago y lo que escribo..., pero no lo podré hacer sin la ayuda de todos aquellos que comparten conmigo su ejemplo y sus reflexiones. A todos ellos dirijo mi gratitud, a pocas horas de llegar a la mitad del camino de mi vida.



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