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La insignia
1 de junio del 2005


A fuego lento

Morir no basta


Mario Roberto Morales
La Insignia*. Guatemala, junio del 2005.


Hablando acerca del temido momento de la muerte, Cicerón afirma, en su libro De la vejez, que "éste debe ser meditado desde la juventud para que no nos preocupe la muerte, sin cuya meditación nadie puede gozar de una perfecta tranquilidad de ánimo".

Antes ha afirmado que la vejez que él alaba es la "que tiene sus raíces en la juventud", pues una vejez que deba ser defendida con discursos es miserable, ya que "ni las canas ni las arrugas pueden obtener, así de repente, autoridad, mientras que la vida que se ha llevado con honestidad es la que recoge en los últimos años los frutos de la autoridad".

La estrecha relación entre una conducta moral coherente, ligada desde la juventud a la tarea de comprender y aceptar la propia muerte es lo que, según Cicerón, desemboca en una ancianidad respetable, debido a la autoridad que a ésta le otorga la experiencia de una vida ejemplar, la cual, precisamente por serlo, alcanza la saciedad de todos sus deseos, incluido el de seguir viviendo. En cambio, considera miserable la senectud que apela a argumentos moralistas para requerir respeto y reconocimiento de autoridad. Peor aun, pienso, si se victimiza recurriendo al chantaje de la indefensión, la debilidad y "el peso de los años" para exigir tardíamente el respeto, la autoridad y las consideraciones que no supo ganarse a lo largo de su juventud y madurez.

De la enseñanza de Cicerón se infiere que el respeto y la autoridad se forjan en la práctica, y devienen de una actitud moral ante la vida y ante la muerte. De nuevo, la praxis como originadora del ser humano demuestra su vigencia, ya que de lo que Cicerón habla en última instancia es de que somos nosotros los constructores responsables no sólo de nuestra vida y destino, sino también de nuestra muerte. Quizá a esto se refería Sartre cuando afirmó (o citó, no recuerdo) que "morir no basta, hay que saber morir".

¿Por qué entonces encarar la muerte como excepcionalidad cuando lloramos o nos sorprendemos de que alguien fallezca, si se trata de la cosa más natural del mundo? A los niños no se les habla de la muerte sino como algo turbio que no tiene nada que ver con ellos. Por eso, los adolescentes viven como si no fueran a morir nunca, y a los adultos les gusta pensar que no envejecerán jamás. Por su parte, muchos ancianos se amargan miserablemente ante la vejez (no lean a Cioran al respecto) y llegan a desear la muerte como un escape al miedo de morir.

Haría falta instituir una educación para la vida que incluyera una educación para la muerte, cuyo objetivo sería quebrar la relación, que tenemos profundamente interiorizada, entre vida y muerte como bipolaridades ante las cuales se opta por la primera como si la segunda no fuera su condición de existencia. Este desvarío es el que origina el miedo a morir y también a vivir. Y es tan absurdo como el que postula hacer el bien y evitar el mal, como si uno pudiese existir sin el otro.

No hay duda de que estas bipolaridades deben ser remontadas por la toma de conciencia acerca de la naturaleza interdependiente de la vida y la muerte, situando nuestro punto de vista mucho más allá del bien y del mal, del temor y el temblor, y de todo moralismo bipolar y bienpensante. La conciencia de lo real tal como es y no como quisiéramos que fuera, asusta. Asusta porque es neutra, y lo neutro está vacío de contenidos ideológicos, de adjetivos. Es lo que es. Quizás por eso el cristianismo, en su fase anterior a su conversión en un sistema de poder político, postuló que había que buscar la verdad porque la verdad nos haría libres, ya que si admitimos que la única libertad posible es la de la comprensión de lo que no oscila entre polaridades moralistas, es decir, de lo que es neutro porque simplemente es, entonces la verdad de la libertad radica en esa toma de conciencia. En otras palabras, la verdad es nada porque es todo. Comprender esto y aceptarlo es comprender y aceptar la vida y la muerte como nuestra responsabilidad, como una construcción de la cual nosotros somos los arquitectos. Y esta es una verdad que de verdad nos hace libres.


(*) También publicado en A fuego lento



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