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La insignia
5 de julio del 2005


Bibliálogos: Entrevista con Luis Mariano Acévez

La sexualidad como liberación personal


Ariel Ruiz Mondragón
La Insignia. México, julio del 2005.


La sexualidad y el erotismo son dos asuntos tan vinculados como difíciles de tratar, al menos de forma abierta, en buena parte de nuestras sociedades. Pese a la gran cantidad de información que existe y que se ofrece a través de diversos medios, siguen predominando la ignorancia, los prejuicios y la falta de formación.

Como contribución para intentar comprenderlos, Luis Marino Acévez acaba de publicar su libro Erotismo en las cuatro estaciones. El ciclo del placer y la sexualidad en la vida (México, Paidós, 2005), en el que, desde una perspectiva distinta a las habituales, explica las distintas etapas del periplo sexual.

En nuestra conversación con el autor tratamos, entre otros, las siguientes cuestiones: la opresión sexual y sus causas culturales, la información y la educación sexual, la libertad, la responsabilidad y las restricciones que existen, la necesidad de cambiar su situación actual, la liberación masculina y la búsqueda de una nueva cultura sexual.

Acévez es arquitecto, e imparte cursos y talleres sobre sexualidad, además de tener otros dos libros publicados.


Ariel Ruiz (AR): ¿Por qué escribir y publicar un libro como el suyo?

Luis Mariano Acévez (LMA): Esa es una pregunta que me hice desde el principio cuando me invitaron a escribirlo y publicarlo. Me preguntaba yo: ¿Otro libro? Qué flojera, ¿otro libro sobre el tema? ¿Hay algo nuevo sobre el tema? Se ha escrito tanto sobre sexualidad y erotismo, ¿qué es lo que puedo hacer? Cuando me invitó Paidós, dije "órale, me encanta la idea", porque publicar un libro siempre es muy atractivo. Pero sí hubo un rato en el que me estuve cuestionando si realmente tenía yo algo que decir.

Cuando me llegó la repuesta, fue por el lado de decir las cosas de una manera diferente, y pensando en mi nieta, que es a la que le dedico el libro. ¿Qué le podría yo decir a esta criatura, ya que algún día lo va a leer -va a cumplir tres años- y que yo ya no voy a estar cuando lo haga? ¿Qué me gustaría decirle? Bueno, me gustaría decirle lo que yo he aprendido, y no de los libros, sino de mi propia experiencia: qué me ha ido pasando a lo largo de las cuatro estaciones de mi vida -este es un libro escrito en el invierno de ella-, qué me ha ido pasando adentro y qué me ha ido pasando afuera. Eso es lo que yo le puedo dar; lo demás ya está escrito, ya está hecho, en su vida lo va a encontrar, la van a obligar a leer muchas cosas en la escuela y en la universidad.

¿Por qué el tema? Porque para mí fue motivo de muchísimo sufrimiento en mi juventud, hubo momentos en que fue un infierno, y que gracias al haberme encontrado con algunas personas pude recuperar una manera distinta de ver las cosas.

AR: Me parece que el libro es un relato de la opresión social, de la opresión cultural que se han ejercido sobre la sexualidad. ¿Cuáles son los principales aspectos que usted destacaría de esa opresión?

LMA: A mí me parece que el signo constante, permanente, es el silencio impuesto: "tú te callas, de eso no se habla aquí ni allá, ni se habla con nadie. Se habla con el ginecólogo, con el cura -si te vas a confesar alguna vez-, con el sicólogo o con el siquiatra, pero entre la familia, entre nosotros, el tema no se trata."

Es un silencio que viene cargado de culpa, por supuesto. Porque, ¿qué hago yo con las cosas que siento, con las cosas que deseo, si está impuesto el silencio? ¿Dónde lo pongo y qué hago con él? Me siento muy culpable de estar sintiendo cosas que no debo sentir, de pensar cosas que no debo pensar. Entonces, el silencio va de la mano de la culpa. Ese es el signo de la opresión a la que te refieres.

AR: ¿De dónde viene ese silencio? ¿De nuestra tradición judeo-cristiana?

LMA: En una parte muy importante, sí. Es un silencio que fue impuesto a partir de prohibiciones. En parte habrá que culpar a la tradición cristiana, pero no solamente a ella. Creo que también hay otras culturas en las que también hay un silencio alrededor de estos temas. A lo mejor tiene que ver con el enorme misterio que hay alrededor del origen de la vida, porque la sexualidad está ligada al hecho milagroso y misterioso de la reproducción. Entonces de eso no hablamos porque no sabemos cómo hablarlo, cómo se toca.

AR: Como usted anota, desde la niñez se empieza a dar una confrontación entre un cuerpo que quiere expresarse y sentir, con toda naturalidad y sin ninguna carga negativa -por decirlo así- por parte de los niños, y la moral y las buenas costumbres. ¿Esto cómo debe cambiar? ¿Debe permitirse a lis niños jugar con sus genitales, por ejemplo?

LMA: Esa es una pregunta inquietante. Cuando piensa uno en los chiquitos y cómo educarlos, cómo no bloquearles la libertad y al mismo tiempo darles un marco de referencia para que puedan convivir en una sociedad que está exigiendo, que está juzgando y que está poniendo una serie de limitaciones, es un problema.

Hay muchos libros sobre la educación sexual de los niños. Yo diría que poniendo mucha atención y dejando que los niños se expresen con absoluta libertad sobre lo que ellos sienten, a lo que a ellos les sucede. Porque no es nada más aprender determinadas conductas -puedes tocarte o no te puedes tocar, o en qué situaciones sí lo puedes hacer y en cuáles no, a qué edad, etc.-.

¿A ti que te pasa adentro? ¿Qué sucede dentro de ti? Por ejemplo, puedo imaginarme un niño que se masturbe mucho y que sus padres se den cuenta. A mi no me preocuparía tanto la conducta , sino qué le está sucediendo a ese chavito adentro: ¿Qué lo lleva a eso? ¿qué está necesitando? ¿Cómo puedo yo participar en ese crecimiento?

Pero hay una cosa todavía más importante: yo no voy a poder educar a mis hijos si yo mismo no tengo resueltas algunas cosas. Si traigo culpas, broncas, otras cuestiones cargando, lo que voy a transmitir es eso, aunque me aprenda fórmulas o métodos de educación sexual.

¿Qué capté en mi vida cuando era niño? Pues lo que veía en mi mamá y mi papá; a veces no me decían nada, nunca nos dijeron nada. Eran cosas que se percibían , que se sentían, que estaban en el ambiente, y eso es lo que me fue quedando; no lo que me decían, ya que los niños no se fijan en esas cosas, sino en lo que haces.

AR: ¿Cómo se puede cambiar esta situación? Esa cultura la vamos heredando. ¿Cómo podemos revertir esa situación? Hay una parte del libro en la que usted dice que como ya hay más información, parecería que la situación ha cambiado, pero el núcleo personal no ha sido transformado. Ha habido más información que formación, por así decirlo.

LMA: A mí me ha impresionado mucho ver que en los cursos y los talleres que he dado sobre sexualidad, a diferentes tipos de gente, de diversa edad -parejas jóvenes, adultas, solteros, hombres, mujeres, estudiante universitarios, monjas, etc., y siempre empiezo pidiendo que en una tarjetita me pongan las dos preguntas que les vengan a la cabeza sobre el tema. Tengo cientos de preguntas acumuladas, y son tan parecidas. Es muy impresionante como un matrimonio de cincuenta años, un chavo de veinte o una monja de cuarenta y cinco, tienen el mismo tipo de inquietudes.

Entonces dices: ¿qué pasa? Son las mismas inquietudes que tuve yo, en un México en el que no había nada de acceso a información sexual. Cuando yo fui adolescente, no había nada. Ahora la encuentras en cualquier librería, internet, en televisión, en películas. Pero qué dramático que siga habiendo las mismas inquietudes, las mismas preocupaciones, y que las respuestas, al parecer, no se encuentran en la información; porque falta esta parte interna, este darse cuenta.

¿Cuál es el primer paso para cambiar esta situación? Lo primero es darnos cuenta, y una vez hecho esto, hay que hablarlo. Pero has dificultades para esto; la misma dificultad, por ejemplo, que yo tengo de hablar del libro con mis hijos -que no viven aquí-, que son unos señores de cuarenta años. Pero allí está, desde siempre, esta inquietud. ¿Qué van a pensar de mí mis hijos cuando lean esto?

AR: Podríamos hablar también de la relación que hay entre los impulsos eróticos naturales, y la cultura heredada, que en general es de confrontación. ¿Hay algún momento en que llegan a ser armónicos ambos aspectos?

LMA: A mí me gustaría pensar que es un reto para nuestra creatividad, para ir encontrando cómo ser. La cultura no se cambia en un día, aquí está, y tiene cosas padrísimas; ¿cómo poder armonizar estas dos partes? A ratos me encuentro que no hay más remedio que la confrontación; pero hay muchas otras partes en donde sí podemos hacerlo.

Yo creo que nuestra cultura también tiene muchos elementos eróticos fuertes, que también tiene un gusto enorme por la vida, y una fascinación curiosa por la muerte. El erotismo se mueve allí, entre esos polos. Tenemos testimonios prodigiosos de gentes que han tratado el tema, como Octavio Paz en La llama doble, y tantos otros, como los pintores, en la poesía. Allí habría mucho donde refugiarse, donde encontrarnos.

AR: El erotismo también significa un amor por la vida; los sexuales Son actos vitales, por excelencia. ¿Por qué, entonces, se le liga a la culpa? ¿No termina siendo, en cierto sentido, manifestándose en eso un rechazo a la vida?

LMA: Creo que precisamente por eso causa tanto dolor el asunto; porque el erotismo es la vocación por la vida, y por el placer derivado de ello; pero el placer está tachado en nuestra cultura occidental, y lo está incluso desde antes del cristianismo. Se ve el placer como propio de los bajos instintos; todo lo que sucede de la cintura para abajo, cuidado, porque la razón, la intelectualidad es lo que cuenta.

Es una disociación brutal que nos hace muchísimo daño. A todo lo que suena a placer, si es comer, placer sexual o descanso, le tenemos desconfianza. Me parece que debemos tener una actitud distinta y encontrar en el placer la posibilidad, incluso, de un desarrollo espiritual; esto parecería contradictorio, que no puede ser, porque el espíritu exige sacrificio y martirio. Pero creo que no: en el placer está también la posibilidad de un encuentro con uno mismo.

Entonces como lo erótico está muy ligado al placer, y le ponemos su tache, pues la culpa viene inmediatamente.

AR: Otro tema que está planteado en el libro es el de la educación sexual. Hay una parte donde usted dice: esa tarea la escuela se la deja a la familia, y la familia la deposita en la escuela. ¿Cuál de las dos instituciones debe asumir una mayor responsabilidad -no la única- en el tema de la educación sexual?

LMA: Si vemos la educación como lo que yo creo que es -facilitar el florecimiento de la otra persona, facilitar su desarrollo, estimular su crecimiento-, para mí lo es la familia, o el padre cuando sólo son él y el hijo -porque no tiene que ser forzosamente la familia tradicional-.

AR: O la madre y el hijo, que yo creo hay muchos más casos.

LMA: Mucho más, sin duda. Si pensamos que la educación es instrucción, pues entonces sería la escuela, pero nos quedamos muy cortos. Yo creo que es una combinación de las dos partes. Yo encontraría más en la escuela la capacidad de la información y la instrucción; pero es en el ámbito familiar donde se ven las conductas, el manejo de las emociones.

¿De qué serviría una escuela muy capaz de educar e instruir, si en la familia el niño es abusado, maltratado, silenciado? Entonces no sé si el peso se pueda poner de un lado o de otro; pero lo que sí sé es que nadie lo quiere.

Pero me parece que si entendemos la educación como ese proceso de desarrollo personal integral, no sólo de lo que yo aprendo, sino de qué hago con mis emociones, cómo las manejo, cómo me comunico, la familia tiene un papel fundamental.

AR: El libro también trata acerca de la necesidad de libertad en el ámbito de la sexualidad, por un lado, y por el otro, de una mayor transparencia, de hacer más públicos estos temas. ¿Cómo podemos ampliar la libertad en el ámbito de la sexualidad?

LMA: Lo primero que yo trataría por todos los medios es de garantizar el derecho a la palabra en los niños, las niñas, los adolescente, en los adultos, para que podamos hablarlo. Quitar este sello de silencio que es tan perjudicial, que es el que trae la culpa.

Si yo puedo hablar, por lo menos tengo la posibilidad de que me escuches, pero también de escucharme a mí mismo, de poner en palabras lo que me está pasando. Ese es un ejercicio de salud enorme.

Entonces, lo primero que yo votaría, es por ese derecho a la palabra. A partir de eso, si somos capaces de hablar las cosas, nos damos cuenta de qué está pasando; entonces, ya veré qué hago, o doy un paso adelante o digo "así me quiero quedar".

Pero lo primero que tengo que hacer es darme cuenta, y lo hago como lo estamos haciendo ahora, a través de la conversación, publicando, diciendo, en un proceso que se va a llevar mucho tiempo. Ojalá fura para el mes que entra; pero ya sabemos que no, que el proceso cultural es lento.

Yo aspiraría a que mis hijos fueran un poco más libres que yo, y me encantaría que mi nieta fuera mucho más libre que sus papás.

AR: Hay también algunas partes muy fuertes, cuando menos para la cultura dominante: por ejemplo, donde se trata la diversidad sexual, la homosexualidad en especial, o donde habla de los swingers, estas personas que practican el intercambio de parejas. ¿Cómo y cuál es la responsabilidad que debemos asumir en este tema? La responsabilidad debe limitar la libertad que nos podemos dar? ¿Cómo debe ser esa combinación?

LMA: Me refiero a eso en un capítulo donde hablo de una película, Emmanuelle, que causaba un tumulto en los cines, porque en aquella no había ninguna otra película de ese tipo. En ella lo que se planteaba era una pareja en la que uno le decía al otro: "tú ve y coge con quien quieras, revuélcate con él, pero luego vienes y me platicas." Ese era el pacto que tenían. Todo era precioso, todo era placer, y Emmanuelle se la pasaba a todo dar.

Está también este tema de los swingers, estas parejas que intercambian, o de las parejas que invitan a alguien a su relación. Yo creo que todas estas búsquedas están manifestando una necesidad que no está siendo atendida con esas formas; esas búsquedas de cómo le hacemos afuera están sustituyendo al cómo le hacemos acá, "como lo hacemos tú y yo, pareja, que ya estamos aburridos, que ya estamos cansados, que ya nos conocemos, que ya sabemos cómo vamos a reaccionar desde el punto de vista sexual. ¿Qué hacemos? A lo mejor tenemos que cortar." Bueno, pues tenemos que aceptar que la vida va a tener etapas de aburrimiento necesarias para consolidar muchas cosas. A lo mejor tenemos que aceptar que ahora nuestra atención tiene que estar puesta en otra parte, como los hijos o en otro proyecto.

Por allí es donde va la responsabilidad. A mí no me parece que nos una el poner prohibiciones. Adentro, ¿qué pasa con mis necesidades, qué es lo que me está llevando a esto? De hecho, cuando esto a mí me sucedió con la pareja que tenía en ese momento, salí corriendo, porque le dije: "si tú quieres seguir viviendo eso, hazlo tú, yo no puedo." Me dí cuenta de que yo tenía límites.

Pero el desarrollo hace que vayamos siendo diferentes cada vez, y que tengamos la capacidad de saber en qué punto de la vida vamos, qué necesitamos, qué queremos.

AR: ¿No le parece que, como en prácticamente todos los ámbitos de la vida social, también debe haber ciertas prohibiciones, restricciones en el ámbito sexual? Si así fuera, ¿de qué tipo serían?

LMA: Creo que hay cosas que son delitos, y no hay la menor duda. Por ejemplo, el tráfico de menores o la pornografía infantil. Allí no hay la menor duda de que eso no solamente debe estar prohibido, sino castigado con toda la energía del mundo. Lo que implica un daño o una imposición a determinados grupos. A mí me parece que tiene que estar prohibido.

Tiene que estar prohibido no que se casen los homosexuales, sino que los agredamos y que les hagamos imposible la vida. Así con muchas otras actitudes de discriminación que se dan alrededor, que se dan incluso con las mismas mujeres. No necesitamos meternos en tantos problemas: en este país las mujeres siguen siendo muy lastimadas y muy sometidas.

También tiene que haber reglas de convivencia -que a lo mejor no prohibiciones-; por ejemplo, qué es lo que sí se vale o no se vale en la escuela o en determinadas situaciones. Pero a veces esas reglas están ocultando cosas que no queremos ver que están atrás. Es más fácil decir: "te prohíbo esto", que decir: "a ver, siéntate conmigo y dime qué te está pasando."

A nivel social hay cosas no solamente prohibidas, sino que deberían estar mucho más castigadas. Por ejemplo, todo esto de la iglesia católica y de los curas pederastas. ¿Qué para allí? ¿Por qué allí sí nos hacemos tontos, comenzando por el Papa? ¿Allí sí conviene? ¿Qué está sucediendo? Eso debería estar castigadísimo, por las mismas palabras de Jesucristo que dijo que el peor de los escándalos es el que se comete con un niño.

No hay duda de que hay algunas cosas que deben estar muy prohibidas y penadísimas, que se necesitan reglas de convivencia, porque. también sería criminal lanzar a los niños, en un espíritu de libertad, a un medio donde no van a ser entendidos. Entonces sí hay que ir viendo muy claramente los extremos de lo que sí se vale y lo que no se vale nunca; esto depende mucho de cada grupo y de cada familia.

AR: Hay también una parte dedicada al asunto del feminismo y la liberación femenina. Usted se pronuncia por un proceso similar, pero en el caso del hombre. ¿Cómo sería ese proceso de liberación del hombre en materia de sexualidad?

LMA: Me está pasando algo muy interesante con el libro, y que no me imaginé, con las gentes cercanas, a los que se los he regalado, o que sé que lo están leyendo: les está costando más trabajo a los hombres. A mi me parece que la revolución que tendríamos que hacer los hombres es mucho más difícil que la de las mujeres, porque éstas tuvieron una ventaja: podían identificar afuera al enemigo, que eran el machismo, la opresión, la injusticia, la discriminación, y tenían rostro: el marido, el padre.

En cambio, nosotros tenemos que ir contra lo que traemos adentro, contra nuestra propia formación; revisar qué hemos hecho con nuestro lado femenino, y cómo hacer para rescatar esa parte. Pero primero debemos entender que es necesaria, que para un crecimiento integral es necesario incorporar esa parte que nos estamos perdiendo de la vida -como somos muy machos, aquí no cabe la lágrima, ni la ternura, ni la fragilidad-.

En ese sentido es una revolución muy difícil; por eso digo que necesitaríamos junto a una mujer que nos ayudara. Entiendo que las mujeres están muy ocupadas en su propia lucha, pero las necesitamos.

Se necesita mucho valor en un hombre, primero para aceptar que nos estamos perdiendo la mitad de la vida, muchas cosas. Habría que verlo con los niños, con los hijos, quienes todavía no tienen tan arraigado esta visión del rol y todo eso.

Pero sí creo que es una revolución urgente, pero sumamente difícil.

AR: Habla usted de una nueva cultura de la sexualidad humana. A grandes rasgos, ¿cómo piensa usted que debería ser esa nueva cultura?

LMA: El que la sexualidad fuera un vehículo de liberación personal; que el ejercicio de la sexualidad tuviera menos limitaciones; que el placer se viviera no como algo prohibido, sino como algo a lo que tenemos derecho; el que las relaciones fueran mucho más parejas, entre iguales; que el ejercicio de la sexualidad y el erotismo fueran como el fundamento de un desarrollo espiritual.

Soñar no cuesta, y por allí es por donde estaría el camino hacia esa posibilidad de cultura. Allí el silencio será un silencio elegido, no impuesto, en donde me calle porque ya no necesite hablar.



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