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La insignia
29 de diciembre del 2005


Los economistas mancos


Javier Ponce
El Universo, diciembre del 2005.


¿Será posible pedirles a los economistas que anuncian los desastres, que bajen la guardia en el 2006? ¿Que abandonen sus agoreros anuncios cada vez que la realidad no coincide con sus fórmulas? ¿O con los intereses que encarnan?

Finalmente, cuanto profetizan, solo se vuelve contra ellos. Y cada vez que escandalizan con el riesgo país, el riesgo país se vuelve como un bumerán contra sus propios negocios.

¿Será posible, por ejemplo, pensar que los cálculos matemáticos con que uno de ellos, César Robalino, predice el futuro, ocurran independientemente de su condición de representante de la banca privada?

¿Es posible aparecer como analistas independientes, fríos, pragmáticos, libres de toda culpa, si su práctica cotidiana depende del estrecho círculo del negocio financiero? ¿Robalino ha perdido la memoria? ¿No fue acaso ministro de una dictadura que inició el despilfarro del petróleo, y luego ministro de finanzas por dos ocasiones, una de ellas en un gobierno surgido del populismo que hoy condena?

De tanto ser pragmáticos y fieles a sus cálculos, han caído en la abstracción, y sus predicciones obedecen más a sus teorías que a los procesos reales.

Me imagino cuánta nostalgia o amargura acuñarán, al ver que toda su teoría depende de un juego político que malentienden o que los rebasa. Que todos sus cálculos solo pueden existir "si es que…". Ese condicionante que repiten incansables, que pesa sobre ellos como una maldición. Recuerdo al ministro de finanzas que anunció la dolarización repitiéndonos en sus declaraciones de prensa que la dolarización sería un existo "si es que…".

Sus vidas se reparten entre los breves paréntesis en que ejercen el "ministerio del ramo" y en los que intentan vanamente diseñar el paraíso, hasta que sus progenitores políticos no pueden sostenerlos o ellos mismos acaban desmoronándose; y aquellos tiempos en los que se pasan anunciando catástrofes.

Uno de ellos, Mauricio Pozo, al parecer, cree que el Apocalipsis arrancó con su salida del ministerio y con la disolución del Feirep. Todos sus análisis no tienen otro referente que el día en que se disolvió ese mecanismo, mantenido entre las sombras, para asegurar a los tenedores de deuda sus intereses.

Pozo acusa del desastre a los analistas que "escriben con la izquierda y comen con la derecha". Pero también existen los analistas que escriben y comen con la derecha. Los economistas mancos.

Un escritor inglés afirmaba que la diferencia entre el animal y el hombre es que el primero solo conoce códigos congelados, repetitivos, para comunicar el hambre, el dolor, el frío o el cariño; mientras el segundo cuenta con un lenguaje vivo, que se desenvuelve y se construye en el diálogo, en la relación con el otro. Y esa economía que, de tan pragmática, acaba convertida en fórmulas abstractas, parece manejar únicamente códigos. Palabras convertidas en mitos congelados en el vacío: competitividad, estabilidad política, seguridad jurídica, inversión externa, austeridad fiscal. Son apenas códigos que no participan del lenguaje vivo, que se manejan como principios congelados en el tiempo, irreversibles, indiscutibles. Tan indiscutibles, que ni siquiera admiten diálogo, lecturas vivas, distintas. Y cuando estas aparecen, ellos anuncian la catástrofe.



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