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La insignia
24 de diciembre del 2005


Evo no es Rigoberta


Mario Roberto Morales
La Insignia*. Guatemala, diciembre del 2005.


Entre las malas costumbres de los neoliberales destaca la de explicar los fenómenos sociales mediante bipolaridades irreconciliables, de modo que perciben el dilema político actual de América Latina como una lucha entre lo que ellos llaman liberalismo (pero que en realidad es neoliberalismo, es decir, la doctrina del control de la política y el Estado por la iniciativa privada) y lo que perciben como populismo, lo cual en realidad constituye un amplio espectro de movimientos sociales derivados directamente del fracaso de la puesta en práctica de políticas neoliberales desde la altura de los gobiernos.

Esta lógica lleva a los neoliberales a meter en su saco populista a los gobiernos de Brasil, Argentina, Uruguay, Venezuela, Cuba y, ahora, Bolivia, luego del atronador triunfo del indígena Evo Morales, quien ha arrollado en las elecciones presidenciales de su país respetando todos los requisitos de la democracia que las oligarquías, los intelectuales neoliberales y el republicanismo reaccionario que tiene tomada la Casa Blanca anteponen para aceptar o bien imponer poderes constituidos en cualquier parte del mundo. Se cuidan de decir que el triunfo de Morales es resultado del fracaso de las políticas neoliberales en Bolivia. Tampoco dicen que la probable victoria de López Obrador en México obedecerá a similar razón, y mucho menos que ese ha sido el caso de Argentina, Uruguay, Venezuela y Brasil. El caso cubano resulta, como se sabe, de otras causas históricas.

Por su parte, las izquierdas trasnochadas creen ver una conspiración del espíritu fatal de la historia triunfando en Sudamérica, y han empezado a soñar con una hegemonía del sur sobre el norte en el corto plazo. Quienes sustituyen el "populismo" neoliberal por la "izquierda como necesidad histórica" ven asimismo en el triunfo de Morales un augurio de dominación étnica en América Latina, y sueñan con que Rigoberta Menchú llegue a ser presidenta de Guatemala, sobre todo porque Morales declaró que admira la lucha (loable, por cierto) de la mencionada empresaria farmacéutica (conocida con el nombre comercial de "Doctora Simi") para enjuiciar a algunos de los criminales militares y civiles de la contrainsurgencia en su país.

Quienes así sueñan no toman en cuenta que Menchú trabaja actualmente para un gobierno neoliberal que se ha dedicado a preparar el terreno para que la oligarquía guatemalteca tome de nuevo las riendas del Estado, dándole así continuidad el interrumpido proyecto de privatizaciones que el viejo Partido de Avanzada Nacional tuvo que truncar cuando Ríos Montt ganó las elecciones que llevaron a su testaferro Portillo a la presidencia. Una movida iniciada con el asesinato del obispo Gerardi y seguida con la puesta en escena que los portillistas enquistados en la Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado perpetraron para simular que se hacía justicia encarcelando a temibles chivos expiatorios y dejando en libertad a los culpables directos, ya que éstos eran también los artífices de la victoria electoral de esta derecha militar y delincuente.

Igualar a Rigoberta Menchú con Evo Morales, sólo porque los dos son indígenas, equivale a equivocar un símbolo etnocultural en Europa y Estados Unidos -pero que carece de representatividad en su país-, con un líder político que ha paralizado el suyo con movilizaciones masivas y que ha ganado unas elecciones con la representatividad concedida por una afluencia sin precedentes a las urnas. Aunque Menchú pueda montarse en la ola étnica levantada por Morales, la equiparación de ambos es improcedente, sin que eso implique que aquélla no pueda llegar a capitalizar popularidad internacional e incluso nacional a partir del triunfo de éste.

Lo que está ocurriendo en América Latina es, sí, un desarrollo en el que diversas posturas de izquierda toman cuerpo gracias al rotundo fracaso de las políticas neoliberales de corruptos gobiernos anteriores. Y es, sin duda, un desarrollo alentador, en especial por las iniciativas de Kirchner, Lula, Chávez y, ahora, por los planes que Morales ha hecho públicos en cuanto a la nacionalización de recursos naturales y en cuanto al referendo para definir las autonomías regionales indígenas. Pero no se puede percibir este fenómeno como un triunfo de "la izquierda", si entendemos por izquierda esa fuerza dogmática, autoritaria y militarista que también fracasó con el mismo estrépito con que lo hizo el neoliberalismo. Además, falta todavía ver los desenlaces a mediano plazo de este interesante cambio en el sur de América para poder establecer su sentido histórico.

Explicarse el fenómeno arguyendo que no se trata sino de irracionales rebrotes de un populismo irredento que responde a cierta idiotez constitutiva de los latinoamericanos -como hacen los neoliberales- implica descalificar lo que no se comprende ni se acepta sólo porque expresa con gran contundencia el fracaso de las propias ideas y políticas. Y ver en este giro político una "necesidad histórica" que confirma que los izquierdistas trasnochados siempre tuvieron razón, implica -para el caso de Guatemala- no sólo justificar las sangrientas ligrezas cometidas por los komandantes de (hoteles de) cinco estrellas, sino también exculparlos de su responsabilidad en las masacres de indígenas civiles, un hecho histórico al que por cierto contribuyó Menchú con las inexactitudes que deliberadamente y por órdenes de su organización guerrillera, vertiera en su célebre testimonio escrito por Elizabeth Burgos.

Lo que ocurre en América del Sur es alentador porque confirma que las movilizaciones populares siguen siendo el motor de los cambios históricos, y porque corrobora que los aspavientos neoliberales están quedando en efecto enterrados luego de toda la miseria que causaron. Pero la necesidad del "análisis concreto de la situación concreta" obliga a esperar a que algunos desarrollos tengan desenlaces definitorios como para poder caracterizar con alguna pertinencia el sentido histórico de estos cambios políticos.

De lo que sí se puede estar seguro ahora mismo, es de que Evo Morales no es igual que Rigoberta Menchú, y de que el hecho de que Morales padezca la misma desinformación que suscita la adoración que los fans de aquélla le profesan, sólo confirma que la estrategia de la victimización "políticamente correcta", basada en su condición de mujer, indígena y "perseguida", le ha sido fructífera no sólo para azuzar las cristianísimas culpas que están en la base de la exaltación del buen salvaje, sino también para crear leyendas basadas en las necesidades emocionales de la gente a contrapelo de los hechos concretos. También prueba que convertirse en un símbolo culturalista es producto sobre todo de estrategias mediáticas, y que ser un líder político es resultado de la capacidad de movilizar masas mediante la hábil combinación de ideas y prácticas dirigidas a cambiar las condiciones sociales en que viven los seres humanos. Esta y no otra es la diferencia fundamental entre un producto culturalista cuya vigencia se nutre de los financiamientos de la cooperación internacional, como Rigoberta Menchú, y un producto político que resulta de las luchas populares en las que toma parte activa protagonizándolas, como Evo Morales.

Ni los izquierdistas de oenegé ni los neoliberales de cartilla logran explicarse lo que está ocurriendo en América Latina, por la sencilla razón de que unos están atrapados por su pasado guerrillero irresponsable y por su presente de farsa oenegista "políticamente correcta", y los otros por su impotente arrogancia y sus fallidas ínfulas oligarquizantes. De entre la maraña creada por los erráticos discursos de ambos, brota en Bolivia la fuerza del pueblo organizado sumiendo de nuevo en la incertidumbre a quienes creyeron que habían arribado al "fin de la historia" y a los que todavían creen que la historia es una fatalidad inapelable.


Charlotte (EEUU), 22 de diciembre del 2005.


(*) También publicado en A fuego lento



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