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La insignia
20 de diciembre del 2005


Reflexiones peruanas

Descontento en el Estado Surperuano


Wilfredo Ardito Vega
La Insignia. Perú, diciembre del 2005.


La mayoría de limeños no conocieron imágenes de Andahuaylas hasta la sublevación de Antauro Humala, la noche de Año Nuevo. De esa manera, no pudieron ver, unos meses antes, a los millares de andahuaylinos desfilando para rendir homenaje a los restos de José María Arguedas. A nadie parecía importarle que el cuerpo del escritor hubiera sido exhumando de manera casi clandestina del cementerio El Ángel y trasladado a Andahuaylas violando varios procedimientos legales. Lo único importante era que Arguedas por fin descansaba en su tierra natal y no en la lejana Lima, tan altiva frente al mundo andino que él había celebrado.

Cuando muchos de esos mismos andahuaylinos apoyaron a Humala, no tenían mucha claridad sobre por qué se estaba sublevando, sino contra qué deseaban protestar ellos: el centralismo y la postergación que padecían. Esos sentimientos no son de ninguna manera privativos de Andahuaylas, sino que se extienden por amplias zonas del país.

En Ecuador y Bolivia, se admite normalmente que las tensiones sociales tienen elementos geográficos: la rivalidad de las regiones de mayor desarrollo económico con la zona andina, donde se encuentra la capital. En el Perú, ninguna otra región puede rivalizar con Lima, cuyo centralismo equivale al de Quito y Guayaquil juntas, pero puede percibirse que la sensación de exclusión está más presente en determinadas regiones.

Una muestra de ello es el respaldo hacia Ollanta Humala, que no se debe tanto a lo que él pueda proponer, sino a que la población siente que los demás políticos ignoran sus demandas. Es interesante advertir que el territorio donde el nombre de Humala no causa angustia, sino simpatía, coincide con el que allá por 1836, durante la Confederación Perú-Boliviana, fue denominado Estado Sur-Peruano.

Mediante la confederación, Santa Cruz buscaba superar la artificial separación entre Bolivia y el sur del Perú. Durante los dos años siguientes, la bandera rojiblanca quedó reservada para el Estado Nor-Peruano, mientras una asamblea reunida bajo su propia bandera en Sicuani debía dirigir el Estado Sur-Peruano. Sin embargo, la experiencia fue efímera, debido al rechazo de Lima y el norte del Perú a la pérdida de su hegemonía y, especialmente, a las expediciones chilenas que lograron reconducir la situación peruana al habitual estado en aquellos años (anarquía, caudillismo, guerras civiles, etcétera).

Santa Cruz no tuvo tiempo ni aliados para consolidar una identidad particular en el Estado Sur-Peruano, pero, siglo y medio después de su fugaz experimento, es posible percibir rasgos comunes en dicho territorio: son provincias donde la extrema pobreza es mayoritaria, donde surgió la violencia terrorista y la represión fue más indiscriminada, sobre todo durante los crueles días de Fernando Belaúnde.

Es también la región donde el porcentaje de población indígena es más elevado: la semana pasada, en Ayacucho, un debate entre autoridades locales sobre justicia comunal y derechos humanos solamente despegó cuando los participantes pasaron del castellano al quechua, traduciendo cortésmente a quienes teníamos dificultades para comprender a cabalidad la discusión. Las diferencias étnicas, junto con las geográficas, son muy importantes para analizar los conflictos sociales en Bolivia y Ecuador, pero en el Perú suelen encubrirse bajo términos como "campesino" y "mestizo".

Curiosamente, la mayoría de los turistas restringen sus visitas al antiguo Estado Sur-Peruano (salvo una escala técnica en Lima). Aunque llegan atraídos por las obras de los antiguos peruanos, los descendientes de éstos reciben muy pocos beneficios de sus visitas. Todo este panorama anterior hace bastante comprensible que "la ruta gringa" sea frecuente escenario de protestas sociales, desde los bloqueos de las vías a Macchu Picchu hasta las protestas que este año mantuvieron a Arequipa dos semanas paralizada.

Algunos sectores conservadores son conscientes del fuerte descontento social en esta región, que según ellos no concuerda con "las prioridades del país". Este año, prudentemente, Arturo Woodman llevó hacia el norte todos los partidos del Mundial Sub-17, para evitar las protestas y los estadios parcialmente vacíos que habían afectado a la Copa América en Arequipa, Cusco y Tacna. Desde Correo, Andrés Bedoya suele aseverar que puneños, bolivianos y, en general los indios, no son personas.

Las recientes experiencias de nuestra historia nos deberían recordar hasta qué punto pueden ser movilizados y manipulados los sentimientos de postergación. Ignorar las diferencias étnicas y geográficas, como hacen la mayoría de políticos, puede ser cómodo, pero no soluciona los problemas reales. Les sería muy útil revisar las obras de Arguedas, antes de que el voto por Ollanta Humala termine siendo la expresión más inocua de la frustración existente en lo que alguna vez fue el Estado Sur-Peruano.



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