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La insignia
24 de agosto del 2005


Brasil

PT: ¿La hora de la verdad? (I)


Marc Saint-Upéry
La Insignia, agosto del 2005.


Era el mayor partido de izquerda de las Américas, y probablemente también el más grande del planeta (1). Surgido de la convergencia entre luchas obreras, movimientos sociales, comunidades de base cristianas e intelectualidad crítica, con más de 800.000 afiliados y millones de simpatizantes, representó durante 25 años no sólo la esperanza de un vasto sector de la sociedad brasileña, sino la de amplias camadas de militantes y luchadores sociales en el mundo. En unos meses, en unas pocas semanas, tal vez, su cuarto de siglo de vida podría acabar en una desastrosa implosión o en una vergonzosa autocastración política, ideológica y moral.

Aunque todavía no haya pruebas jurídicamente válidas, la avalancha de revelaciones acumuladas desde la mitad de mayo de este año demuestra claramente que importantes dirigentes del PT estaban involucrados en complejos esquemas de financiamento paralelo y, posiblemente, de compra de votos, con o sin enriquecimiento personal de algunos de los actores implicados. Lo que es inadmisible en general se vuelve desastroso para un partido de izquierda que siempre enarboló su capital ético como eje esencial de su patrimonio de valores (2). Desgraciadamente, tampoco es muy sorprendente en vista de la perversidad estructural del sistema de financiación y de manejo mediático de las campañas electorales en la casi totalidad de los regímenes democrático-liberales. En los últimos 20 años, por ejemplo, varios partidos socialistas y comunistas europeos estuvieron sacudidos por escándalos locales o nacionales vinculados a "cajas negras" de campaña y al "dinero fácil" de los financistas privados y públicos. Según el testimonio del economista César Benjamin, alejado del PT desde el 1995, sectores informales del aparato dirigente petista manejaban "recursos paralelos" al menos desde el 1994.

Los que habían concluido desde hace al menos dos años que el PT había traicionado su proyecto histórico consideran que los hechos de los últimos tres meses confirman ampliamente su pronóstico. La mayoría de la militancia y de los simpatizantes, que aceptaba a regañadientes la justificación de la política restrictiva de Antonio Palocci (ministro de Hacienda) y Henrique Meirelles (Banco Central) por la "herencia maldita" de Fernando Henrique Cardoso (FHC), la fragilidad externa del país y los peligros de desestabilización macroeconómica (3), se sienten hoy profundamente defraudados, al mismo tiempo que angustiados por el futuro del partido y la posible dilapidación de todo lo acumulado en 25 años. Muchos, y mucho más allá de la izquierda petista tradicional, reclaman una refundación radical del partido y un nuevo rumbo político y económico del gobierno (4).

Por otro lado, aun reclamando transparencia ética y castigo de los culpables, varios exponentes del PT, pero también de los movimientos sociales autónomos del partido y muy críticos de la ortodoxia oficialista, como el MST, hablan de un intento de "golpe" de las élites. Es claro que para la derecha, lo poco que ha hecho el gobierno Lula para cambiar Brasil es ya demasiado. La perspectiva de una consolidación social y electoral a largo plazo de un proyecto de transformación de las estructuras políticas, económicas y sociales del país, aunque fuese en una versión moderada y conciliadora, es una pesadilla para los grupos dominantes tradicionales. Sin olvidar el disgusto de Washington frente a la estabilización de una alianza politico-ecónomica mutuamente provechosa entre Caracas y Brasilia, cimentada en la integración económica regional -comenzando por los países de la fachada atalántica-, la construcción masiva de infraestructuas multiplicadoras de desarrollo, la formación de cadenas productivas transnacionales y la consolidación de estrategias politico-comerciales convergentes.

Así que el objetivo mínimo es sangrar Lula hasta las elecciones y sobre todo aniquilar la legitimidad y la potencialidad del proyecto partidario del PT como proyecto de izquierda o de centro-izquierda. De ahí la instrumentalización sensacionalista del escándalo de corrupción (5), como explicó el jurista Dalmo Dallari a la revista Fórum: "Veo hechos que ocurrieron en el gobierno de Fernando Henrique y de los que se informó sin que fueran considerados una tragedia nacional. Cuando se dan en el gobierno de Lula, aparecen como si fueran el fin del mundo". Es cierto que hay algo obsceno en el espectáculo de viejos tiburones de la política "fisiológica" (6), sobrevivientes de escándalos de corrupción mucho mayores, posando ahora de paladines de la moralidad republicana. Sin embargo, la mala fe descarada y el carácter claramente conspirativo de los intentos de desestabilización propugnados por la derecha y los medios de comunicación hegemónicos no exime de su responsabilidad a los miembros del núcleo dirigente que ahondaron el PT en este río de lodo. Denunciando el secuestro del partido por un aparato paralelo desprovisto de cualquier brújula ética, el tercer vicepresidente nacional del PT, Valter Pomar (también animador de la tendencia "Articulación de Izquierda") señalaba hace poco que, en ausencia de una reacción vigorosa y adecuada, "podemos ser apartados del gobierno de forma tan desmoralizante que la izquierda brasileña podría ser neutralizada, como fuerza activa de transformación, durante varias décadas".

Por el momento, la actuación del grupo dirigente petista en los ámbitos del gobierno y del partido dan señales parcialmente contradictorias. Por un lado, los nuevos nombramientos ministeriales no apuntan hacia un nuevo rumbo de la política económica; más bien, algunos de ellos parecen responder a la exigencia de acuerdos "fisiológicos" con los partidos aliados, como para calmar sus veleidades de entrar en el baile golpista. Por otro lado, Lula apuesta con fuerza a su carisma popular y a la enorme simpatia de la que sigue gozando entre las masas más humildes del país. La derecha se da cuenta de esto y está dividida sobre un posible impeachment (juicio político y destitución de Lula). Anticipa que el tiro le podría salir por la culata si, en lugar del esperado "clamor de la calle" a favor de la destitución de Lula, surgiera una movilización popular en apoyo al presidente obrero acosado por las élites facciosas. Tampoco está segura de hacer mejor negocio con un José Alencar (el actual vicepresidente) poco previsible y sin mucha legitimidad ni base de apoyo confiable que con un Lula debilitado que encabece un gobierno posiblemente aun más sometido a los intereses conservadores.

Del lado del partido, el nombramiento como presidente de una personalidad con cierto prestigio histórico, intelectual y moral y no estrictamente vinculada al núcleo dirigente del "campo mayoritario", el ex alcalde de Porto Alegre y ministro de Educación Tarso Genro, parece demostrar una real voluntad de saldar las cuentas y transparentar el proceso partidario con miras a las elecciones internas directas de septiembre y octubre (primera y segunda vuelta). Pocos días ante de ser nombrado, Genro escribía en un artículo de opinión publicado por un diario de San Pablo que el PT no tenía una "agenda necesaria que pudiese contribuir con el gobierno en lo que se refiere a las propuestas de transformación de la realidad brasileña. (…) No conseguimos una alternativa que despertase los mejores sentimientos de solidaridad y humanismo, vetados por el economicismo neoliberal. Avanzamos, pero quedamos parados a mitad de camino: no entre el progresismo y la socialdemocracia, sino entre el progresismo moderado y el neoliberalismo dotado de falsa modernidad". Por esas razones, el PT habría sometido su programa "al relativismo del mercado financiero". De ahí vendrían los problemas y la crisis actual, y concluía: "El PT debe reformarse profundamente, investigando [lo ocurrido] por medio de sus instancias internas (…). Necesitamos, en el PT, de una reforma política, programática y de métodos de dirección para reasumir las responsabilidades con Brasil y con la democracia". Sin embargo, la izquierda petista reprocha a Genro haber sido nombrado bajo presión del Planalto y pasando por encima del reglamento partidario, que prevé la asunción de uno de los vice-presidentes, mientras muchos de los exponentes de esta tendencia tienen recelos ideológicos hacia un dirigente e intelectual que, a partir de su experiencia de gestión participativa en Porto Alegre, lleva desde hace años una reflexión teórica autocrítica sobre lo que él percibe como impases y aporías del ideario marxista radical en su versión clásica.


Notas

(*) Una versión más breve de este artículo salió en la revista Entre Voces (Quito, agosto del 2005).
(1) Si se excluye el Partido Comunista Chino, en el que la afiliación responde obviamente a parámetros políticos y sociológicos muy distintos e incompatibles con un proyecto progresista democrático.
(2) La cuestión de si Lula "sabía", aunque moral y jurídicamente pertinente, es políticamente frívola: si sabía, es cómplice; si no, su credibilidad de dirigente está en los suelos.
(3) La idea que, por la gestión desastrosa de FHC, Brasil estaba en el 2002 a la víspera de una crisis catastrófica de tipo argentino, era compartida y defendida con argumentos de peso por varios expertos y exponentes no sólo del PT, sino de su aliado el PCdoB (Partido Comunista). Por supuesto, la nítida recuperación del crecimiento y del empleo, los éxitos de programas sociales como Beca Familia -que alcanza a más de 8 millones de familias pobres- y la política internacional progresista del régimen son otros factores que influyeron en la aceptación de las limitaciones impuestas por la ortodoxia económica.
(4) Ver las contribuciones al debate abierto por la revista del PT, Teoría e Debate, en:
http://www.fpabramo.org.br/especiais/tdurgente/especial_td.htm
(5) Que tiene sin embargo sus límites en la medida en que, muy rápidamente, todos los partidos de oposición comenzaron también a estar salpicados por un escándalo que revela el carácter sistémico de los esquemas de corrupción. De ahí que no se excluye la posibilidad de un acuerdo final espúreo entre gobierno y oposición para "limitar los daños".
(6) Los brasileños llaman "fisiológicos" a los partidos sin proyecto ni definición ideológica muy clara que viven esencialmente del parasitaje del aparato de Estado, del clientelismo y de la venta de su cuota de poder y de representación al mejor postor.



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