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La insignia
23 de abril del 2005


La historiografía en el siglo XX (III)*


Carlos Antonio Aguirre Rojas
La Insignia. México, abril del 2005.


Capítulo I

Si analizamos ahora, desde este mismo punto de vista, la suerte de estas dos variantes modernas del discurso sobre la historia, podemos observar que el siglo XIX representa para ambas, dentro del ámbito de la cultura europea, una clara suerte de momento de máximo auge y de culminación. Porque es bien sabido que con la filosofía hegeliana de la historia, el pensamiento moderno-burgués llega a la más alta, compleja y sutil elaboración de la que es capaz dentro de este mismo camino de edificación de modelos globales y omnicomprensivos del conjunto diverso de la masa enorme de hechos y procesos humanos históricos. Con lo cual, las célebres Lecciones sobre la filosofía de la historia universal (14) van a representar el más logrado y el más rico de esos modelos de filosofía de la historia, que concebidos siempre como construcciones a priori, fruto de la genialidad de un gran pensador, van a "utilizar" a los hechos históricos como simple base factual de legitimación de su validez, y como simple "ilustración" de la vigencia de los principios generales que organizan a dichas filosofías, principios siempre supuestamente universales, eternos y atemporales sobre los que se organiza el correspondiente sistema de explicación universal.

Filosofía hegeliana de la historia que estará sin duda muy por encima de los posteriores y ya muy limitados intentos realizados por autores como Oswald Spengler o Arnold Toynbee. Porque es claro que a partir de la segunda mitad del siglo XIX, la filosofía de la historia entró en un proceso creciente de descrédito y de evidente decadencia en tanto modalidad de explicación de las realidades históricas, refugiándose a partir de estas fechas, sea como línea marginal y muy poco frecuentada del propio campo más vasto de la filosofía en general, sea como reminiscencia sobreviviente, con cierta extraña perdurabilidad en algún ámbito cultural nacional específico, como por ejemplo el ámbito inglés.

Por otra parte, y de modo paralelo a esta máxima expansión y luego decadencia del discurso filosófico-histórico moderno, acontecida en el siglo XIX, se ha dado también la culminación y luego estancamiento del género de la historia objetivista y empirista antes referida. Y aquí, el rol fundamental lo ha tenido la Revolución Francesa. Pues es justamente esta última la que, al eliminar el poder real y monárquico del antiguo régimen, ha provocado también una verdadera revolución en cuanto al acceso de la información por parte de los historiadores eruditos, al convertir los antiguos archivos de la realeza y de las monarquías en toda Europa, en archivos públicos y no privados, democratizando el acceso a los documentos y proveyendo a los historiadores objetivistas y empiristas de una masa realmente monumental de nuevas fuentes primarias disponibles para su consulta y utilización.

Con lo cual, no es una casualidad que esta historia erudita promueva, a lo largo de ese siglo XIX, proyectos como el de Agustín Thierry de compilar absolutamente todos los documentos sobre los orígenes, la formación y la evolución del 'Tercer estado', o también como el proyecto de los Monumentae germaniae historicae, a la vez que codifica también la forma más acabada y lograda de esta historia objetiva, rigurosa, empirista y erudita con el proyecto del positivismo rankeano que se convertirá en ampliamente dominante a nivel del conjunto de las universidades europeas justamente durante el último tercio de ese mismo siglo XIX.

Un proceso que, desplegado en ese siglo XIX que no casualmente fue llamado "el siglo de la historia" (15), puede considerarse también para esta historia erudita y objetivista, como una verdadera culminación de su curva de desarrollo general. Pues es claro que si bien esta historia erudita y positivista ha sobrevivido hasta el presente, atravesando todo el siglo XX, también es fácil comprobar que durante los últimos cien años no ha conocido prácticamente ni un sólo progreso cualitativo digno de mención, reproduciéndose casi sin cambios bajo el mismo modelo y bajo los mismos cánones que alcanzó con ese proyecto del positivismo germano de la segunda mitad del siglo XIX.

Doble culminación, tanto del discurso filosófico como del discurso erudito sobre la historia, cumplida en el siglo XIX, que a su vez expresa también de modo mediado y complejo pero igualmente claro y sintomático, al subyacente movimiento también de llegada a su punto histórico de clímax de la propia modernidad capitalista, dentro de los límites del pequeño continente europeo. Ya que recorriendo una vez más con las botas de siete leguas de la larga duración, a la historia de esta modernidad, es posible registrar el hecho de que, dentro de Europa --pero sólo dentro de este espacio europeo, y no a nivel planetario--, dicha modernidad ha alcanzado igualmente su punto de culminación y de más alto desarrollo precisamente durante ese rico y complejo siglo XIX de su historia.

Culminación que abarca lo mismo el plano geográfico, cuando el mercado mundial capitalista logra envolver en su red al planeta entero, que el plano cultural, cuando con la Enciclopedia y el iluminismo, el sistema entero de los conocimientos, de los saberes y de las ciencias en general, es recodificado según los parámetros y la lógica de la razón burguesa moderna (16), y pasando sin duda por el plano económico, que consolida el modo de producción capitalista con la revolución industrial, por el plano social que constituye a la estructura definitiva de las clases de la sociedad moderna, y al mundo diverso y multifacético de la moderna sociedad civil, y por el plano político, que con la Revolución Francesa crea finalmente la figura acabada del Estado moderno y el espacio global de las relaciones políticas que le corresponden. Y todo ello, justamente, durante ese siglo XIX, que también y no por casualidad, será a su vez el siglo del nacimiento y afirmación inicial del pensamiento crítico y de la concepción global de Carlos Marx.

Nacimiento del marxismo en la segunda mitad del siglo XIX, y con él de todo el horizonte de la vasta familia de expresiones del pensamiento crítico contemporáneo, que como bien ha apuntado ya Federico Engels (17), sólo podía surgir en el momento en que la modernidad burguesa y capitalista hubiese agotado su ciclo ascendente, desplegando todo el conjunto de aportes, elementos y contribuciones que constituyen su herencia histórico-civilizatoria. Y dicho agotamiento se ha cumplido, con los aportes rápidamente enunciados más arriba, justamente hacia esa primera mitad del siglo XIX que constituye entonces el punto de clímax de la curva vital general de esa misma modernidad.

Marxismo que entonces va a constituirse en la expresión intelectual principal del lado "malo" o negativo de esa misma modernidad, en la expresión de la negación intrínseca y más profunda que esa modernidad lleva dentro de sus propias entrañas, y que está llamada a desconstruirla y a disolverla desde su propio interior, para luego superarla y trascenderla radicalmente.

Con lo cual, y puesto que el marxismo es necesariamente esa crítica desconstructora de todos los discursos positivos de la modernidad burguesa, es lógico que en el campo de la historia se haya constituido también como una doble crítica y desconstrucción frontal y radical tanto del discurso moderno erudito como del discurso filosófico moderno sobre la historia que le han antecedido (18). Doble crítica que se explicita ya desde el temprano texto de La ideología alemana, para reivindicar frente a esa historia erudita y objetivista que es "sólo una colección de hechos muertos", a una historia necesariamente interpretativa y explicativa de los complejos hechos humanos, historia que se pregunta por las causas de los hechos históricos y por el sentido general mismo del largo periplo de la historia de los hombres. Pero también y frente a la filosofía hegeliana de la historia, o frente a cualquier posible filosofía de la historia, que se constituyen como construcciones siempre a priori, y que sólo "dan rienda suelta al potro de la especulación", Marx va a defender en cambio un análisis crítico y riguroso de los "hechos empíricos comprobables", análisis que mediante un proceso complejo de comparación, de generalización epistemológica y de síntesis dialéctica vaya elaborando justamente esas "abstracciones generales" o modelos globales de explicación y de interpretación de dicha historia social de los hombres.

Y mientras que este discurso marxista sobre la historia se ha desarrollado, reciclado, profundizado, debatido y también deformado, vulgarizado y simplificado durante los últimos ciento cincuenta años, pero manteniéndose siempre vivo y presente dentro de los más diversos y heterogéneos paisajes de las historiografías nacionales de todo el planeta hasta el día de hoy, los dos tipos de discursos historiográficos que la modernidad creó e impulsó a partir del siglo XVII y hasta el siglo XIX, en cambio, o han entrado en un claro proceso de decadencia y marginación, como en el caso del discurso filosófico, o simplemente se han estancado, limitándose a reproducirse sin ninguna innovación o modificación esencial, como en la variante erudita y positivista de ese mismo discurso (19).

***

Este proceso que hemos registrado claramente en el ámbito de los discursos históricos modernos, y que para su explicación nos ha remitido a la curva más general de la propia modernidad, se ha proyectado también en todo el ámbito de la "cultura" o del sistema de los saberes sobre lo social del cual forman parte esos mismos discursos historiográficos. Y es dicho proceso más general, el que en nuestra opinión, abre el espacio para la configuración del "episteme" segmentado y autonomizado de las ciencias sociales contemporáneas, desarrollado a partir de la segunda mitad del siglo XIX.

Porque lo que las diversas filosofías de la historia expresaron, fue justamente el lado "universalista-abstracto" de la modernidad, lado que apoyado en la lógica y naturaleza igualmente universales y abstractas del valor, se hizo valer como progreso histórico-civilizatorio frente al localismo, particularidad y aislamiento de las distintas historias de los pueblos y sociedades precapitalistas. Pero con el siglo XIX, la colonización y conquista de todo el planeta por parte del capital, cuya resultante principal es la creación del mercado mundial capitalista llegó a su fin. Y con ellas, también ese proceso histórico-progresivo de universalización histórica cumplido por la modernidad.

Por eso, a partir del último tercio del siglo XIX ya no existen más "Américas por descubrir" para el capital, y entonces lo único que queda es una lucha puramente material y hasta descarnada por la redistribución de los espacios ya conocidos de ese mismo y ahora terriblemente finito planeta tierra. Y es aquí donde se acaba la "función histórico progresiva" de la modernidad, cerrando el ciclo de su curva ascendente de desarrollo y abriendo la rama descendente de su decadencia, en la cual hemos vivido durante los últimos ciento cincuenta años.

Pero entonces, si se acaba el proceso de universalización histórica y la tarea civilizatoria de la modernidad alcanza su punto de culminación, entonces la burguesía deja de poder reivindicar ese "universalismo" --aún bajo su figura abstracta y antitética que fue vigente durante varios siglos-- que la caracterizó en su etapa ascendente de desarrollo, universalismo que a partir de ese momento se traslada, necesariamente, al campo del pensamiento negativo o pensamiento crítico de esa misma modernidad.

Y es eso justamente lo que explica el nacimiento y desarrollo de las ciencias sociales contemporáneas, ciencias que relegando a un plano siempre secundario y a veces hasta inexistente, a ese universalismo antiguamente reivindicado, van a construirse ahora como el simple cultivo virtuoso de la especialización del objeto de estudio claramente acotado, de los métodos exclusivos e intransferibles, de las técnicas únicas y particulares, y hasta del lenguaje, los términos, los conceptos y las teorías sólo correspondientes a tal o cual ámbito bien delimitado de lo social.

Proceso de segmentación, especialización, particularización y autonomización de las diferentes ciencias sociales, que al mismo tiempo que le vuelve la espalda a las visiones más universalistas, vastas y globales sobre lo social, continua cultivando y reproduciendo por el contrario, el segundo trazo que caracteriza a la modernidad y que antes hemos evocado como el fundamento general del proyecto de la ciencia experimental. Porque a diferencia del "universalismo burgués" que se vincula a la tarea progresista de la modernidad, el proyecto de dominio y explotación de la naturaleza a través de los resultados de la aproximación científico-experimental se conecta más bien con la necesidad reiterada y creciente de su propia y más elemental autoreproducción. Lo que significa que este proyecto no puede ser abandonado por la modernidad, ni aún durante la fase descendente de su ciclo vital, la que por el contrario lo acentúa y reactualiza permanentemente.

Y entonces, es tal vez esta reactualización permanente de esa aproximación experimental a la naturaleza y al mundo, lo que explica el hecho de que todas las "nuevas" ciencias sociales de los últimos ciento treinta años hayan "soñado", en algún momento, con ser tan "rigurosas", "objetivas", "exactas" y "precisas", es decir tan "científicas" como las propias ciencias naturales, o duras, o exactas, cuyo modelo constituye el paradigma más o menos confeso de todo el conjunto de nuevas disciplinas o ciencias sociales hoy existentes. Un paradigma que nunca fue alcanzado, ni podía serlo, y que ahora se revela como completamente ilusorio, sobre la base del replanteamiento mismo de esas ciencias equívocamente llamadas "exactas" (20).

Reordenación entonces de la reflexión sobre lo social, desarrollada durante la segunda mitad del siglo XIX, que a la vez que marginaba y reducía cada vez más al universalismo abstracto antes cultivado, y que acentuaba el carácter más "experimental" y empírico-erudito ya conocido también anteriormente, iba edificando entonces ese "episteme" segmentado y autonomizado que fue la línea dominante dentro de las ciencias sociales de los últimos ciento treinta años.

Línea dominante que como sabemos, coexistió sin embargo todo el tiempo con varias y muy diversas expresiones de resistencia o de abierta crítica y rechazo a su sentido más general. Por ejemplo, y en primer lugar, en los múltiples autores y en las múltiples corrientes intelectuales que, más allá de ese "episteme disciplinar" fragmentado y especializado, defendieron, promovieron e incluso implementaron visiones siempre más globales, más abarcativas y más 'unidisciplinarias' de lo social. Así, desde Freud hasta Carlo Ginzburg y desde Wittgenstein hasta Immanuel Wallerstein, y pasando por Claude Levi-Strauss, Norbert Elías, Marc Bloch, Walter Benjamin, Fernand Braudel o Michel Foucault, entre tantos y tantos otros pensadores, siempre existieron autores --y con ello, a veces, hasta enteras corrientes intelectuales-- que no han respetado dicho episteme, transitando libre y críticamente por las diversas disciplinas de lo social-histórico humano.

O también, en el doble movimiento que desplegaron esas distintas ciencias sociales "sectorializadas", las que según la naturaleza de su particular "objeto de estudio" configuraron actitudes, o "imperialistas", o en otro caso "deterministas", respecto de las restantes ciencias sociales. Así, las ciencias sociales sectorializadas, que a pesar de esta especialización y fragmentación generales se veían obligadas a investigar objetos más "vastos" --como la historia, la sociología o la antropología, ocupadas respectivamente del estudio del pasado humano, de las sociedades o del propio hombre-- desplegaron siempre vocaciones "imperialistas" que intentaban englobar bajo su dominio o campo, al conjunto de las ciencias sociales, pero siempre sin renunciar a su "espacio" definido de lo social y a su óptica "especializada" singular, la que en todos los casos era reivindicada como articuladora del conjunto y como dominante de todas las demás ciencias sociales, concebidas necesariamente, dentro de este esquema, como simples ciencias "auxiliares".

Por otra parte, las ciencias sociales segmentadas y ocupadas de objetos más acotados --como la economía, la psicología, el derecho, la ciencia política o la lingüística, entre otras--, reivindicaron siempre diversos y múltiples "determinismos", donde el factor dominante, o motor, o determinante, o esencial de los procesos humanos era siempre su particular objeto de estudio. Y así, expresando por estas dos vías una inconsciente y muy deformada vocación de "globalidad" --sea imperialista, sea determinista--, las ciencias sociales parceladas mantuvieron sin embargo un mínimo resabio de la antigua y ahora casi eliminada vocación universalista.

Finalmente y como una tercera forma de rebelión contra este episteme parcelado se desarrollaron las múltiples y muy heterogéneas versiones de lo que podríamos llamar los varios y variados marxismos del siglo XX. Y aunque algunos de estos "marxistas" o "marxismos" sucumbieron a la vigencia de ese episteme, autocalificándose de "sociólogos" o "historiadores", o "filósofos", o "economistas", o "geógrafos", o etcétera "marxistas", también muchos de ellos, y desde las más distintas posiciones, reivindicaron la perspectiva profundamente globalizante, universalista y crítica que caracterizó al pensamiento y a la herencia más genuina del marxismo original.

De este modo esa línea dominante del episteme fragmentado-especializado del saber sobre lo social, sólo se afirmó en medio de todas estas líneas convergentes de oposición, a las que sin duda logró subordinar y controlar, pero sin poder nunca eliminarlas completamente. Lo que define entonces una permanente tensión dentro de este desarrollo de las ciencias sociales de las últimas trece décadas, tensión que aflorará y se liberará con todas sus consecuencias, a raíz de la revolución cultural de 1968 (21).

***

Estamos ahora, y desde hace mas de treinta y cinco años, en un complejo proceso de reorganización del entero sistema de los saberes y de los conocimientos científicos, tanto de las llamadas ciencias naturales, como de las ciencias sociales y de las humanidades. Para llevar adelante dicho proceso, tal vez sea útil tratar de recuperar y al mismo tiempo de trascender en una nueva síntesis, y dentro de una inédita configuración, tanto los aspectos positivos del universalismo abstracto como los del particularismo experimental, realizando una verdadera superación o aufhebung de ambas aproximaciones en el sentido hegeliano. ¿Será posible intentar esa síntesis, que recogiendo las visiones vastas, globales y universalistas de los últimos cuatro o cinco siglos, trate a la vez de dotarlas del fundamento derivado de la experiencia concreta de ese reconocimiento detallado y minucioso de lo múltiple, de la diferencia y la singularidad, y de la coexistencia posible de muchas lógicas y de la diversidad, para avanzar entonces en la construcción de una nueva universalidad concreta de un también necesariamente distinto y renovado sistema de los saberes y de los conocimientos humanos?

En nuestra opinión es justamente esta línea de una original y hasta ahora desconocida perspectiva de una ciencia universal concreta la que se dibuja y esboza claramente en el acto mismo del propio nacimiento del pensamiento crítico contemporáneo, en el surgimiento del marxismo original, que es al mismo tiempo y a través de la figura de Carlos Marx, un proyecto que representa el "último de los enciclopedismos universales", pero a la vez el mas riguroso y erudito de los esfuerzos intelectuales, para una comprensión realmente matizada y concreta de la realidad. Proyecto marxista crítico que, luego de la muerte de su propio artesano fundador, va a recorrer múltiples y complejos caminos, agazapado siempre en los intersticios de las líneas no dominantes del pensamiento social de los últimos ciento cincuenta años, y sobreviviendo dentro de esas obras ricas, innovadoras y heréticas de los autores genuinamente críticos que antes hemos mencionado.

Se trata en todo caso, en nuestra opinión, de una línea de exploración intelectual que, más allá de sus filiaciones culturales específicas, vale la pena de ser desarrollada y profundizada por aquellos investigadores y científicos sociales que, cada vez mas insatisfechos y descontentos con el actual sistema de los saberes y de los conocimientos en general que es todavía dominante, tratan de buscar la transformación radical de nuestro actual 'episteme' del saber, para edificar en su lugar una distinta y novedosa manera de aprehender, saber y conocer nuestro complejo mundo humano y nuestro inmenso universo natural.

Y es precisamente dentro de este marco general, de agotamiento del universalismo abstracto del pensamiento burgués, y de reafirmación de su lógica práctica empirista y experimental, junto al nacimiento del horizonte global todavía vigente del pensamiento crítico actual, representado por el proyecto crítico de Marx, el marco dentro del cual van a desplegarse los diversos periplos esenciales de la curva general de la historiografía del siglo veinte histórico, curva cuyas etapas principales, vale la pena revisar ahora con mas detenimiento.


Notas

(14) Cfr. de G. W. F. Hegel, las Lecciones sobre la filosofía de la historia universal, Ed. Revista de Occidente, Madrid, 1974.
(15) Véase sobre este punto el ensayo de Henri Pirenne, "What are historians trying to do?" en el libro Methods in Social Science, Ed. University of Chicago Press, Chicago, 1937, y tambien Carlos Antonio Aguirre Rojas, "Tesis sobre el itinerario de la historiografía del siglo XX. Una visión desde la larga duración", en El Correo del Maestro, num. 22, México, marzo de 1998.
(16) Cfr. el brillante ensayo de Carlo Ginzburg, "Indicios. Raíces de un paradigma de inferencias indiciales" en el libro Mitos, emblemas, indiciosDialéctica del iluminismo, antes citado y de Michel Foucault, "¿Qué es la crítica?. Crítica y Aufklärung" en Daimon. Revista de Filosofía, num. 11, 1995.
(17) En su texto célebre Socialismo utópico y Socialismo científico, Ed. Progreso, Moscú, 1970.
(18) Sobre este punto véase los trabajos de Bolivar Echeverría, "Discurso de la revolución, discurso crítico" en Cuadernos Políticos, num. 10, México, 1976, Las ilusiones de la modernidad, Coedición UNAM - El Equilibrista, México, 1995 y Valor de Uso y Utopía, Ed. Siglo XXI, México, 1998.
(19) Sobre este punto, véase Carlos Antonio Aguirre Rojas, "Between Marx and Braudel: making history, knowing history" ya citado y tambien Los Annales y la historiografía francesa, Ed. Quinto Sol, México, 1996 y Braudel a Debate, Coedición Fondo Editorial Tropykos - Fondo Editorial Buría, Caracas, 1998.
(20) Sobre este problema véanse los trabajos de Ilya Prigogine y de Isabelle Stengers citados anteriormente.
(21) Cfr. Immanuel Wallerstein "1968: Revolución en el sistema-mundo. Tesis e interrogantes" en Estudios Sociológicos, num. 20, México, 1989, Fernand Braudel, "Renacimiento, Reforma, 1968: revoluciones culturales de larga duración" en La Jornada Semanal, num. 226, México, octubre de 1993, Francois Dosse, "Mai 68: les effets de l'histoire sur l'Histoire" en Cahiers de l'IHTP, num. 11, Paris, 1989 y Carlos Antonio Aguirre Rojas, "1968: la gran ruptura" en La Jornada Semanal, num. 225, octubre de 1993 y "Los efectos de 1968 sobre la historiografía occidental" en revista La Vasija, num. 3, México, 1998.


(*) Fragmento del libro del autor La historiografia en el siglo XX. Historia e historiadores entre 1848 y ¿2025? Barcelona. Montesinos, 2004, 204 p. Reproducido con permiso del autor.



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