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La insignia
7 de septiembre del 2004


A fuego lento

Verdades y mentiras en el periodismo


Mario Roberto Morales
La Insignia*. Guatemala, septiembre del 2004.


Es un lugar común decir que los peores crímenes se cometen en nombre de los más elevados valores humanos, pero no por común debe dejar de ser repetida esta verdad, sobre todo en estos dorados tiempos en que se impone la necesidad de democratizar la democracia, ya que en su nombre se perpetran crímenes tan graves como los genocidios, las guerras preventivas, la censura a la libertad de expresión, la tortura, el asesinato y el intelicidio de la humanidad por medio del insuflamiento machacante de la liviandad, la banalidad y el hedonismo que corre a cargo de la publicidad y el mercadeo.

Hasta que se demuestre lo contrario, el único criterio de verdad sigue siendo el hecho factual, histórico, aunque su recreación, análisis e interpretación no sea sino eso: una interpretación. Lo que suele olvidarse a menudo es que la validez de la interpretación sólo puede provenir de su referencia al carácter concreto del hecho factual. En este sentido, lo que ocurre en la realidad es lo que más importa a la hora de establecer una o varias verdades, y no tanto la forma en que esas verdades puedan formularse. Ocurre a menudo que en sociedades en que el poder estatal u oligárquico es represivo, las verdades circulen como rumores y que adopten la modalidad de mensajes anónimos. También, que estas formas de decir la verdad provengan de grupos sociales corruptos que las esgrimen para perjudicar a otros grupos rivales igualmente corruptos. Quien busca establecer verdades -por ejemplo los periodistas independientes- tienen que analizar todas las fuentes y no desechar ninguna sólo porque no cumple con las formalidades que ciertos convencionalismos otorgan a la veracidad y a la verdad, a saber: la "firma responsable". En una democracia que necesita democratizarse, el anónimo y el rumor, así como otras fuentes no convencionales de posibles hechos verdaderos, deben tomarse en cuenta para evaluar el grado de veracidad de sus contenidos, pues, independientemente de que estas fuentes sean o no ética y moralmente inmaculadas, de hecho pueden contener en sí mismas verdades que conviene que la opinión pública sepa, y esto no puede soslayarse en aras del cumplimiento de requisitos formales. También puede ser que sus contenidos sean del todo falsos, en cuyo caso la necesidad de establecer esta verdad mediante pruebas concretas hace aun más apremiante su discusión abierta y libre, y su investigación exhaustiva.

Quizá en esto pensaba, al menos en parte, Cioran cuando escribió el siguiente aforismo en su libro Del inconveniente de haber nacido:

"No siempre perseguimos la Verdad; pero cuando la buscamos con sed, con violencia, detestamos todo lo que es expresión, lo que tiene que ver con palabras y con formas, todas las mentiras nobles, mucho más alejadas de la verdad que las mentiras vulgares" (p.162).

Esta pieza contiene, en su explosiva brevedad, una intransigente postura en contra del fariseísmo formalista que busca evadir los contenidos concretos de los hechos y sus consecuencias sociales, en aras del cumplimiento vacío de requisitos convencionales. Las "mentiras nobles" a las que Cioran se refiere tienen que ver, entre otras, con toda suerte de "altruismos" burocráticos de poder, de esos que en nombre de los más elevados valores de la humanidad perpetran crímenes contra ella, como por ejemplo la censura a la libre expresión del pensamiento amparada en el carácter privado y "democrático" de ciertos medios de comunicación. La censura velada es una de las muchas formas en que se concretiza el intelicidio que diversos medios viabilizan haciendo llegar hasta los consumidores de noticias sus formalismos encubridores de contenidos verdaderos. No siempre, como dice Cioran, buscamos la verdad, pero si la buscamos con radicalismo (es decir, yendo a la raíz de los problemas), los formalismos nos habrán de salir sobrando.

Una ética periodística verdaderamente independiente tiene que guiarse por este principio: son los hechos factuales los que constituyen el único criterio de verdad y veracidad, y no el cumplimiento de formalidades hipócritas que encubren verdades que a ciertos sectores de poder conviene mantener en secreto para evitar reacciones de parte de la opinión pública. Esta ética marca la diferencia entre un periodista independiente y uno que alquila su conciencia y su pluma para servir a intereses económicos cuya perpetuación depende de que ciertas falsedades y mentiras aparezcan como verdades irrebatibles a los ojos de la colectividad.

Develar hechos y no encubrirlos es la tarea del periodista que ejerce su criterio con responsabilidad. Y es la observancia de este principio moral lo que lo diferencia de los escribanos a sueldo y de los mercaderes de la palabra.


Guatemala, 5 de septiembre del 2004.


(*) También publicado en A fuego lento



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