Mapa del sitio Portada Redacción Colabora Enlaces Buscador Correo
La insignia
20 de febrero del 2004


Introducción: Izquierda y nacionalismo

Contra la resignación (I)


Jesús Gómez
La Insignia. España, febrero del 2004.


Me consta que muchos amigos, y unos cuantos millones de compatriotas, habrían preferido quedarse en la cama el miércoles pasado. La perspectiva de un tercer triunfo consecutivo de la derecha estatal (puntualización siempre necesaria: hay otras derechas) es o debería ser suficiente para amargarle el día a cualquiera que no padezca un notable grado de desinformación o tenga intereses personales, como es obvio, en la gran empresa.

No voy a perder el tiempo con referencias a la marrullería y la falta de ética del Partido Popular. Sus años de gobierno se encuentran entre los más negros de la historia democrática de España, por decirlo suavemente: bajo su aprovechamiento de la propaganda, facilitado por el penoso estado de la izquierda, no hay más que un plan de destrucción sistemática de los derechos sociales y laborales y una gestión económica que oscila entre la incompetencia y el latrocinio. Cómo sorprenderse entonces de que llegado el caso sean capaces de aprovechar cualquier resquicio -comunicados de ETA incluidos- para mantenerse en el poder a toda costa.

Antes de continuar, ruego un poco de paciencia a los lectores americanos. Este texto no es una invitación a zambullirse en los cenagales de la política nacional española, sino una aproximación a cuestiones de carácter tan universal como la crisis de la izquierda, que en mi opinión oculta -y a su vez, también provoca- una crisis de la razón, de los valores y conquistas que alguna vez nos alejaron de la barbarie.

De organizaciones como el Partido Popular se pueden decir muchas cosas. A mí sólo me interesa una: representa y defiende los intereses económicos de una determinada clase social, labor que desarrolla con gran dedicación y sin otra cobertura ideológica que la necesaria, en cada momento, para garantizar la continuidad de una estafa. Hay más, pero conviene recordar que el resto de sus propuestas, sean cuales sean, están supeditadas al cumplimiento de ese fin o son vulgares juegos de espejos que no deberían deslumbrarnos con tanta facilidad.

En España, ese tipo de organizaciones se enfrentan a obstáculos más importantes de lo que parece a simple vista. Por ejemplo, la relativa fortaleza de un Estado de Derecho que por supuesto se debe en gran medida a la existencia previa de una izquierda política y sindical fuerte, hasta el punto de que la segunda ha bastado para salvarnos de caer aún más bajo cuando la primera se descompuso. Sin esas condiciones, a las que cabría añadir determinadas circunstancias de carácter internacional, tendríamos un país tan desestructurado en lo político como la mayoría de los países de nuestra América. No estamos hablando, por tanto, de un punto de partida especialmente desfavorable. Entonces, ¿qué falla?

En la política latinoamericana hay un factor que llama la atención en cuanto se dejan a un lado los prejuicios ideológicos y las frases hechas: el enemigo está siempre afuera. La pobreza, el subdesarrollo e incluso cuestiones menores que apenas llegan a la categoría de lo folclórico se achacan con una asombrosa facilidad a la supuesta existencia de una confabulación externa. La culpa la tiene el malvado norte, la culpa la tiene el país vecino o -en el colmo de la necedad- 1492. Todo es válido con tal de que no se hable de mercado interior, de políticas fiscales, de extensión de los derechos, de sindicalismo libre, de Seguridad Social, de desarrollo de infraestructuras; es decir, de la responsabilidad directa, por acción u omisión, de la pandilla de oligarcas que dirigen el continente. Pero lo peor, con todo, es que un sector muy extendido de la izquierda latinoamericana ha mordido el anzuelo.

En cierto sentido, España sufre el proceso contrario: el enemigo está siempre dentro. Llevamos décadas enfrascados en una guerra de quintacolumnismos y banderías que parece inevitable en la vida política, que la vacía de contenido real y que, a veces, la domina; pero el proceso es el mismo y obedece a las mismas razones, con el agravante de que el nacionalismo en mi país es multicéfalo. Tenemos toda una gama de señoritos feudales dispuestos a utilizar el disfraz que más convenga para perpetuarse en el poder, y al igual que en América Latina, nuestra izquierda política ha cometido el grave error de dejarse embaucar.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción | Proyecto