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La insignia
14 de febrero del 2004


A fuego lento: Guatemala

La dulce culturita de las buenas conciencias


Mario Roberto Morales
La Insignia*. Guatemala, febrero del 2004.


Los desarrollos vernáculos que la "corrección política" gringa tienen en el Tercer Mundo, suelen ser divertidos de observar. En Guatemala, por ejemplo, en donde la moral "políticamente correcta" cundió en toda suerte de conciencias desorientadas frente a problemáticas que les resultan inexplicables -como la discriminación interétnica, el "izquierdoderechismo", los feminismos antimasculinos y la injerencia foránea en asuntos internos por parte de la cooperación internacional-, uno de los resultados de este moralismo conductista es ese absurdo comportamiento artificial que finge no tener prejuicios étnicos, culturales ni sexuales y que santifica más allá de todo atisbo crítico a quienes han sido reconocidos por poderes fuera del estrecho ámbito nacional.

Curiosamente, esta conducta, que navega con bandera de tolerante, se torna en la más pura gendarmería ideológica cuando de fabricar santones locales se trata, de manera que uno no puede ni siquiera insinuar, por ejemplo, que algunas composiciones de Arjona se parecen demasiado a la Nueva Trova como para no resultar sinuosamente aburridas, ni tampoco atreverse a decir que lo interesante de Augusto Monterroso no es tanto su voceada "profundidad filosófica" cuanto su cinismo soterrado y oblicuo en buena hora convertido en sátira literaria, y mucho menos puede uno señalar que algunos libros de Monteforte Toledo constituyen muestra evidente de sus contradicciones ideológicas; de modo que si uno afirma que su alegato contra el Partido Guatemalteco del Trabajo (comunista) mediante la novela Una manera de morir (1957), su exégesis del ex presidente Cerezo en su libro Vinicio, y su comparación de éste y de Alfonso Portillo con Juan José Arévalo desdicen el olor de santidad izquierdosa en que murió, es suficiente para ser linchado por las "buenas conciencias" de oenegé, sección cultural, suplemento dominical y fundaciones del ramo. Tampoco se puede decir que Cardoza y Aragón cae en una cursi ingenuidad ridícula cuando idealiza a la URNG y escribe que "Rodrigo es el David de Miguel Ángel", al referirse al hijo de Miguel Ángel Asturias y a sus "virtudes" de comandante guerrillero que, por conocidas, no merecen comentario.

Algo parecido ocurre si uno dice que la incontinencia poética surrealista de Asturias es lo que los incautos suelen confundir con "el alma de la nación", "la esencia maya" y otras divertidas sandeces por el estilo. Y no digamos si uno se atreve a afirmar que Menchú fue capaz de decir una que otra mentirijilla en su conocido testimonio, grabado y escrito por Elizabeth Burgos. O que Humberto Akabal es un poeta que hábilmente y con todo derecho se mercadea montando performances en los que juega a mimetizarse con la naturaleza exótica de su tierra, ataviado con vistosas prendas coloniales y un listón ciñéndole la luenga cabellera hipi, y que lo ha hecho frente a la monarquía española que conquistó a su pueblo, a la cual curiosamente no considera racista como a Asturias. Nada de esto se puede decir sin ser tachado de malinchista, antipatriota, socavador, aguafiestas, hipercrítico, envidioso, amargado, "guanabí" y, claro, racista.

De una baja autoestima provocada por una historia de cruentos aplastamientos, frustraciones y traiciones, las "buenas conciencias" quieren brincar (sin recorrer el duro camino de la autoconstrucción conciente) a una autoestima nacional elevada por la vía estúpida de crear santones locales intocables, más allá del bien y del mal, censurando así la crítica que, como decía Martí, no es sino "el libre ejercicio del criterio". Esta forma de censura es también un subterfugio para evadir el debate intelectual responsable (ése que fundamenta lo que afirma con datos, razones, hechos, cifras y realidades) y para convertir la mentira flagrante en conveniente "verdad". Pero de esto seguiremos hablando el próximo martes.


(*) También publicado en Siglo Veintiuno



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