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La insignia
22 de abril del 2004


Cómo crear un disco de éxito


Ignacio Escolar
La Insignia. España, abril del 2004.


¿Qué diferencia hay entre el "Aserejé" de Las Ketchup o el "Macarena" de Los del Río y el resto de las canciones? ¿Cómo es posible que sigamos silbando melodías de The Beatles treinta años después de ser compuestas? Sólo hay siete notas y las canciones pop no suelen ser mucho más complejas que meras combinaciones de acordes: variaciones de siete elementos tomados de tres en tres. A simple vista no parece un problema matemático muy complicado pero, ¿por qué algunas canciones son pegadizas y otras no?

El genial escritor Arthur C. Clarke se inspiró en esta pregunta para escribir uno de sus relatos cortos más logrados, "La melodía ideal", publicado en 1957 dentro de sus "Cuentos de la taberna del ciervo blanco". En este relato, C. Clarke plantea que la respuesta al enigma de las melodías pegadizas está en que estas canciones se asemejan a las frecuencias de las ondas cerebrales. En "La melodía ideal", un científico conecta un piano a unos electrodos colocados sobre su cabeza y así consigue la canción perfecta. Lamentablemente, no es tan sencillo crear un gran éxito en ventas. No existe aún un ordenador capaz de componer melodías pegadizas y tampoco basta con bombardear desde la televisión y las radios para que un estribillo se pegue en nuestro cerebro como un chicle al zapato. La prueba es que no todo el mundo lo consigue. Los hermanos Ten pueden presumir de que ellos sí saben cómo crear una canción superventas.

Los top Ten

Toni Ten y Xasqui Ten son perfectos desconocidos. Viven en Tarragona y pueden coger el autobús sin miedo a ser abordados por los fans. Sin embargo, están entre los músicos que han compuesto más canciones superventas de los últimos años; desde el "Europe´s living a celebration" con el que Rosa concursó en Eurovisión hasta el "Yo quiero bailar" (toda la noche) de las neumáticas Sonia y Selena pasando por el "Duro de Pelar" de Rebeca.

Los hermanos Ten son músicos de formación clásica. Estudiaron en el Conservatorio de Barcelona y, como muchos otros comenzaron su carrera en bandas de carretera. "Empezamos en los años 80 siendo músicos de la BBC: Bodas, Bautizos y Comuniones", bromea Toni. De ahí pasaron a producir casetes de flamenco y rumbas de gasolinera, y después música disco y remixes hasta que a finales de los 90 llegaron a lo más alto de las listas. Primero con varios artistas de la discográfica Vale Music; más tarde, con el programa Operación Triunfo. Ahora se encuentran entre los productores más cotizados en España y han trabajado con solistas superventas como David Civera, Coyote Dax, Rosa o Bustamante, aunque siguen siendo personas anónimas. "El productor es alguien que está detrás, por eso nuestro nombre sale en los créditos con letra pequeña. Lo importante es el artista", asegura Toni Ten.

Para ellos la receta del "hit" perfecto no existe, aunque tampoco es una cosa fácil. Toni recuerda lo que les costó el "Yo quiero bailar toda la noche" de Sonia y Selena. "Aunque no lo parezca, es una canción complicada de componer. Queríamos hacer un éxito, una melodía tan sencilla y tan simple que fuese fácil de asimilar, que bastase escucharla dos veces para quedarse con ella en la cabeza". Toni y Xasqui, sin embargo, creen en la inspiración y en el trabajo, aunque recientes estudios científicos -sin quitarles mérito- están intentando explicar por qué estas melodías pegajosas son tan difíciles de olvidar.

No me puedo sacar esa canción de la cabeza

James Kellaris es, además de músico, profesor de la Universidad de Cincinnati. Lleva 15 años estudiando la relación entre la música y las listas de ventas, un trabajo de especial importancia tanto para discográficas como para agencias de publicidad. Su última teoría es que esas canciones que se quedan fijas en la memoria producen una especie de "comezón cerebral" que sólo puede aliviarse mediante la repetición mental de la melodía una y otra y otra vez. Tararear las canciones es, según James Kellaris, como rascarse cuando te pica la nariz. "Una 'picazón cognitiva' es una metáfora que explica cómo estas canciones se nos quedan grabadas", afirma Kellaris en una reciente entrevista publicada por la BBC (la de verdad, no la de los hermanos Ten). "La clave está en la repetición", dice el compositor de música para publicidad Chris Smith, que colabora con Kellaris en esta investigación. "Si una canción tiene muchos elementos musicales y variaciones, no se asimila fácilmente".

"Entre un 97% y un 99% de la población es susceptible a este fenómeno, pero alguna gente es más proclive que otra. A las mujeres les sucede más que a los hombres y también es más frecuente en los músicos", explica Kellaris. Según esta teoría, cuanto mayor es el talento musical, más molestas resultan para el cerebro las canciones pegadizas. Al parecer Mozart no podía soportar que sus hijos tocasen una canción en el piano sin terminarla. Si la dejaban a medias, el músico bajaba de su habitación, se sentaba ante el piano y no podía levantarse hasta interpretar la canción completa.

Sin embargo, hay quien defiende que el hecho de que una canción sea pegadiza no es sinónimo de éxito en ventas "Una cosa es que la canción se te quede trabada en el cerebro y otra es que te guste", afirma Luis Carlos Esteban, ex teclista de "Olé Olé" y productor de grupos como Astrud o Ellos. "Hay que diferenciar entre esos dos factores. En publicidad antes se usaba el `jingle´, la melodía fácil y pegajosa. Con el paso del tiempo se ha visto que es más efectiva la comunicación por connotaciones culturales. Para vender es más útil emplear una música que guste al sector al que quieres llegar aunque sea menos pegadiza", recalca Luis Carlos.

Matemáticas para la melodía ideal

Las investigaciones de Kellaris y Smith no son las primeras que abordan esta pregunta desde el punto de vista científico. Durante la primera mitad del siglo XX, el pianista y matemático ruso Joseph Schillinger elaboró una compleja teoría musical sobre este campo. Según Schillinger, se podrían componer canciones pegadizas combinando parámetros de anteriores canciones de éxito. En los años 50, Harry Olsen y Hebert Belar, dos ingenieros electrónicos estadounidenses, intentaron llevar sus teorías a la práctica y construyeron un enorme instrumento automatizado, el RCA Music Synthetiser, que funcionaba por medio de tarjetas perforadas y válvulas de vacío. El sintetizador RCA no consiguió su objetivo, jamás compuso una sola canción de éxito, pero ha pasado a la historia de la música como uno de los primeros instrumentos electrónicos.

Las teorías de Schillinger todavía tienen seguidores. Una empresa catalana, Polyphonic HMI, ha creado un software que intenta aplicar las matemáticas a la caza del "hit" perfecto. Su programa informático cuenta con una base de datos de 3,5 millones de canciones -las más vendidas de las últimas décadas-. Analizando determinados parámetros, como el ritmo o el orden de los acordes, Polyphonic HMI asegura que su software puede predecir si una canción tendrá éxito o no. Por unos 10.000 euros, Polyphonic HMI elabora un informe que detalla incluso el número mínimo de copias que venderá una determinada canción. ¿Acabará este programa con la función del "cazatalentos". Polyphonic HMI en su página web dice que no: "Es sólo una herramienta más para que los ejecutivos de las discográficas realicen mejor su trabajo; nuestra tecnología es para la música como los rayos X para la medicina". Su programa se llama "Hit Song Science" y ya lo usan grandes discográficas como Sony, Warner o Universal para elegir un single o ver si merece la pena invertir en la promoción de un determinado artista. Para los sellos, acertar con estas decisiones es básico.

Las discográficas, esclavas del hit parade

En España, para que un lanzamiento de una multinacional sea rentable tiene que vender al menos 50.000 copias, algo que sólo consiguen un pequeño porcentaje de los grupos. Con cada artista que factura medio millón de discos, se pagan los números rojos de todos aquellos que se han quedado en 20.000 unidades. Para las discográficas, la caza del hit es vital.

El problema al final está en cómo repartir los recursos de la discográfica entre los distintos discos que salen al mercado. "No es una ciencia exacta, no sabemos hasta que punto importa la inversión en publicidad porque hay veces que ni gastando mucho dinero se vende mucho y hay grupos que arrasan con presupuestos mínimos", reconoce el responsable de márketing de uno de los principales sellos españoles, que prefiere no dar su nombre.

Aunque la promoción no garantiza resultados y hay excepciones que triunfan sin gastar apenas en ella, siempre hace falta un mínimo para poder ascender en las listas de éxitos. Por eso la mayoría de los discos son deficitarios. Según un estudio publicado por la revista Salon.com, en Estados Unidos es prácticamente imposible que el público conozca una canción sin destinar al menos 100.000 dólares en sobornos a las radiofórmulas. Ése es el precio necesario para que una canción aparezca en la lista de las emisoras de Clear Channel Radio (la radiofórmula más popular en Estados Unidos) durante sólo una semana. Esta inversión no garantiza el éxito, pero sin ella es como si el disco no existiese.

Estos sobornos se conocen como "payolas". Según Salon.com, el método que utilizan las discográficas para pagar consiste en contratar a unos intermediarios conocidos como "promotores independientes" que se ocupan a su vez de comprar a las emisoras para que la canción se repita en la radio una y otra vez. En España, aunque muchos reconocen que existen prácticas similares, nadie quiere hablar de ellas.

Este modelo de negocio es, en opinión de muchos, uno de los factores claves en la actual crisis que atraviesa la industria musical. "Las discográficas tienen hoy unos gastos que pertenecen a los años dorados, ha habido una recesión en ventas pero no se han recortado los gastos", asegura Luis Carlos Esteban. Este productor encuentra en la caza del "hit" otro de los culpables de la caída en ventas: "Se está exigiendo tanta comercialidad a cualquiera de los productos de la industria que lleva a utilizar unos patrones muy reducidos de comportamiento musical. Así llegas a un cansancio, fatiga, reiteración, no existe la sorpresa, la novedad. Aburres a la gente".

Sin embargo, la llegada de Internet -que tantos apuros provoca a los sellos por el auge de la piratería- también supone el fin del monopolio para las radiofórmulas, los grandes intermediarios culturales entre los creadores y el público. La red abre nuevas posibilidades de promoción: el boca oreja de los chats, los foros digitales o los programas de intercambio de canciones por Internet permiten que grupos sin el apoyo de los medios lleguen a un gran número de personas. En España está el caso de los asturianos Stormy Mondays, el único grupo español que ha tocado en el festival de Woodstock, que consiguió su fama desde el portal de descargas Mp3.com.

La tecnología democratiza el acceso a la creación. Hoy cualquiera puede grabar un disco sólo con un ordenador y, frente a la uniformidad de los lanzamientos comerciales de las multinacionales, están saliendo a la luz a través de Internet otros trabajos que antes habrían resultado demasiado arriesgados. Tal vez en el futuro, el éxito musical sólo dependerá del talento. Puede que dentro de unos años se diseñe un ordenador capaz de crear canciones perfectas, como en el relato de Arthur C. Clarke. Aunque el final de ese cuento no es feliz. La maquina logra su objetivo, pero la melodía ideal se asemeja tanto a los ritmos cerebrales que el protagonista del cuento se vuelve loco, ya que no puede sacarse de la cabeza esa canción. Casi lo mismo que nos pasa a muchos con el "Aserejé".



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