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La insignia
14 de octubre del 2003


De cómo cierta izquierda se confunde con la derecha


Xavier Caño Tamayo
CCS. España, octubre del 2003.


Tensiones en los gobiernos de presunta izquierda de Alemania y Reino Unido. En Alemania, Gerard Schröeder, flamante líder socialdemócrata, amenaza por séptima vez con dimitir, si sus compañeros de partido y coalición no aprueban su reforma de la sanidad pública y de la seguridad social. Más recortes a un sistema de reequilibrio social y de redistribución más equitativa de la renta nacional. En Gran Bretaña, Toni Blair, aunque aclamado inicialmente por los delegados laboristas, ve rechazado su plan de privatizar la gestión de la salud pública que, sin duda, es el paso previo para privatizar todo o parte del sistema de sanidad de todos los británicos.

Privatizar lo que es de todos y retroceder en los logros sociales que hicieron a la vieja Europa un poco más justa son los nuevos ídolos ante los que se inclinan sin concesiones los dirigentes de la izquierda moderada europea. Parece lógico y coherente que Berlusconi (exponente de una derecha que apuesta por controlar medios de comunicación como herramienta más eficaz de dominio que los camisas negras y la represión física) pretenda recortar el sistema italiano de pensiones y provoque la ira de los sindicatos y una huelga, pero no lo es tanto que quienes dirigen la socialdemocracia abran las puertas de la ciudad sitiada a los que la asedian. Si la llamada izquierda moderada aboga por recortar los logros sociales, reducir los sistemas de seguridad social, disminuir los presupuestos de las partidas que beneficían a la mayoría, privatizar lo público y apoyar a los que más tienen ¿qué diferencia a esa pretendida izquierda de la derecha? Y, por favor, no insulten nuestra inteligencia con la basura dialéctica de que la evolución y los avances han desdibujado, diluido o suprimido las diferencias entre derecha e izquierda.

No se trata de resucitar lenguajes y recetarios de revolucionarios de manual, leninistas rancios o anarquistoides iluminados. Mientras los tozudos hechos nos digan una y otra vez que una inmensa mayoría de ciudadanos de esta castigada Tierra vive mal, pasa hambre, sufre, muere por enfermedades curables, no tiene acceso a agua potable, no puede siquiera estudiar enseñanza primaria y ve violados sus derechos económicos y sociales más elementales, en tanto que una obscena minoría acumula indecentemente riqueza insolidaria y hace gala de un despilfarro ofensivo, no podemos permitirnos el lujo de decir que ya no hay -o no debe haber- izquierda y derecha. La realidad es más sencilla. Como al campesino de la comedia de Molière (que no sabía que hablaba en prosa), aún sin ser conscientes, ha de haber izquierda. Por lo menos mientras desigualdad e injusticia campen libremente. Hay muchas cosas que cambiar y necesidad de que haya personas y grupos interesados en cambiarlas. Otra cosa es que esa izquierda (querer cambiar las cosas) esté o no en algunos partidos políticos.

¿La izquierda, por tanto, necesidad del Tercer Mundo? Incluso en la próspera Europa y en los ricos EEUU hay mucha gente (¡demasiada!) que sufre, soporta injusticias y ve menoscabados sistemáticamente sus derechos sociales y económicos. El último censo de EEUU, por ejemplo, indica que en 2002 el número de pobres aumentó en 1.700.000. Las cifras siempre son frías, pero, si pensamos que es un número de personas concretas equivalente a la mitad de los habitantes de Uruguay, quizás nos percatemos de la gravedad. En los desarrollados EEUU hay casi 35 millones de pobres (12 de cada cien ciudadanos), que es casi la población de España, y en la Unión Europea, los pobres suman 56 millones (un 15% de la población), tantos como habitantes tiene Italia.

¡Claro que hay cosas que cambiar! porque la pobreza, la desigualdad, el hambre y las otras lacras no son una fatalidad inevitable ni un castigo merecido. Tienen causas concretas, tan concretas que, como decía cierto político español de izquierda, incluso tienen nombre y apellidos.

La diferencia definitoria entre izquierda y derecha es que ésta quiere que todo continúe como está o, si acaso -como propugnan los más inteligentes- que algo cambie para que todo continúe igual. Pero la izquierda tiene su razón de ser en intentar cambiar las cosas para acabar con la injusticia, la desigualdad y la eterna minoría de edad en la que los poderes fácticos del planeta quieren mantener a los ciudadanos per secula seculorum.

Si la pretendida izquierda renuncia a querer cambiar las cosas, deberá cambiar también de nombre y ubicación en el arco político. Y acabaremos como en algunas repúblicas latinoamericanas de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado en las que las únicas diferencias entre partidos eran emocionales y sentimentales, pero no de contenido político ni de intenciones ni de programa.



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