Colabora Portada Directorio Buscador Redacción Correo
La insignia
29 de junio del 2003


Revista de prensa (*)

Educar para la integración


Sami Naïr
El País. España, junio del 2003.


Nunca se insistirá lo suficiente en el papel fundamental de la escuela como vector de integración social y cultural de los hijos de emigrantes. Es el único lugar donde se produce realmente el paso de la identidad de origen, todavía favorecida por el medio familiar, hacia la identidad del país de acogida. En este sentido, el reciente informe del Defensor del Pueblo sobre la escolarización de los hijos de inmigrantes en España es bienvenido: es un excelente trabajo descriptivo que adelanta propuestas que merecen ser debatidas. Sin embargo, la cuestión de la escolarización no es nueva. Ha figurado en el centro de los debates relativos a los hijos de emigrantes en Europa desde hace más de 20 años. Frente al aumento del paro en los años setenta, los grandes países receptores de inmigración trataron de poner en marcha unas políticas que en realidad estaban dirigidas menos a integrar a los hijos de extranjeros que a incitar a la vuelta a los países de origen de los padres. Por ello, favorecieron la enseñanza de las llamadas lenguas y culturas de origen. No obstante, esta actitud era contraria al desarrollo de la inmigración familiar, que conducía al establecimiento definitivo de los inmigrantes en el país de acogida. Desde 1975, las experiencias más importantes se han realizado en Francia. Han desembocado en un fracaso y han favorecido el aumento del comunitarismo y el retraso escolar de los alumnos extranjeros y han hecho que los medios religiosos se encarguen de la "formación" de estos jóvenes en los suburbios pobres.

En algunos países europeos, como Holanda, que de forma deliberada pusieron el acento en un planteamiento exclusivamente culturalista y diferenciador de la integración, el fracaso es todavía más flagrante: aislamiento, conflictos intercomunitarios, aumento del racismo y marginalización social creciente de las poblaciones inmigrantes. Consciente del problema, el Gobierno holandés está reconsiderando su política de integración: los extranjeros están ahora obligados a asistir a clases de neerlandés y de historia del país para poder establecerse de forma permanente en Holanda. Así, la "asimilación" a los valores comunes de la sociedad de acogida es reconocida como un elemento central en la integración de los extranjeros.

En la actualidad, España se encuentra más o menos en la misma situación que Francia en 1975. Debe hacer frente a la escolarización cada vez más numerosa de hijos de emigrantes de primera generación. Según el informe del Defensor del Pueblo, 124.340 niños extranjeros estaban escolarizados en 2001 (el 28% en Madrid, el 18,6% en Cataluña, el 11,2 en Andalucía, el 7,8% en Canarias y el 7,4% en la Comunidad Valenciana). Entre ellos, más de un tercio procede de Latinoamérica y el Caribe (el 33,7%); otro tercio, de África (de ellos, el 26% del Magreb), y el 17,7%, de los países de la Unión Europea. El balance global de la educación en España es positivo. La escuela, aunque en unas condiciones a veces difíciles, desarrolla su función integradora. Sin embargo, el informe plantea un problema importante: en cuanto hay más del 30% de alumnos extranjeros en una clase, las dificultades de escolarización aumentan de forma considerable. Y esto es válido para cualquier comunidad en España. Se sabe que el problema está directamente relacionado con la formación de guetos en la distribución de la inmigración. Por tanto, es necesaria una política de vivienda diferente para reducir las lógicas de aislamiento comunitario.

El informe formula asimismo una propuesta sobre el modelo educativo que debería aplicarse a los jóvenes extranjeros. Se trata de fomentar la integración en los valores de la sociedad española, pero también, para respetar las diferencias culturales, de valorar positivamente las culturas de origen favoreciendo la enseñanza de la lengua de dichos países. Estamos ante un problema muy complicado. Se puede fácilmente caer en la apología de la diferenciación que, en realidad, penaliza la integración social de los hijos de inmigrantes. Al reforzar los comportamientos de doble identidad, se hace que se vuelvan menos sensibles a los valores de la sociedad de acogida, menos productivos en el plano escolar y, más tarde, menos competitivos en el ámbito socioprofesional. Como demuestra la historia de los países que desde hace más tiempo reciben inmigración y, en especial, de Francia, Holanda, pero también de Alemania o Inglaterra, las políticas basadas en esta diferenciación terminan siempre por producir la marginalidad. Y la transformación de los problemas de integración social en problemas de identidad irreconciliables.

España debe evitar repetir estos errores. Por el contrario, conviene poner en marcha una verdadera política de integración cultural en la escuela: porque se trata del futuro de estos jóvenes en la sociedad española. De su devenir como futuros ciudadanos de España. Todo el mundo sabe que cuando los niños se crían en un país, éste se convierte en su país y, por tanto, deben dominar todos los "códigos" culturales, políticos y de identidad del mismo. Nada sería más peligroso que favorecer la enseñanza de las lenguas de origen con la perspectiva del regreso al país de sus padres: para ellos éste es un país querido, pero, en realidad, extranjero. La experiencia intentada en Francia de enseñar las lenguas y culturas de origen para estimular a los jóvenes a "regresar" al país de sus padres ha desembocado en un fracaso monumental: en la actualidad, ¡sólo dos de cada 1.000 alumnos estudian árabe o portugués!

La política de integración educativa debe proyectarse hacia el futuro. Hay que clarificar sus objetivos pedagógicos: el joven extranjero no está en la escuela para volver a sumergirse en su cultura, sino para poder seguir, lo más rápido posible, una escolaridad comparable a la de cualquier niño español. Por tanto, hay que poner el acento en la enseñanza del castellano, incluyendo, si es necesario, clases de apoyo específicas. También hay que convertir en obligatoria la enseñanza intensiva de la lengua de la respectiva comunidad autónoma: para un joven marroquí, el mejor modo de integrarse en Cataluña es aprender no sólo el castellano, sino también el catalán. De este modo, puede convertirse en ciudadano de pleno derecho de la cultura del país de acogida. La lengua de "origen" del joven alumno extranjero puede ser objeto de un aprendizaje especial, pero como lengua extranjera accesible, de modo idéntico, para todos aquellos alumnos que lo deseen, tanto en la educación primaria como en la secundaria. Por último, los alumnos extranjeros deben poder contar, durante los primeros años de escolaridad, de un programa pedagógico específico, que favorezca la adaptación a los valores de la sociedad de acogida (clases de historia, de educación cívica, etc.). Estos programas deben elaborarse en función de la edad y el nivel de los niños.

Esta política de integración cultural no está reñida con el respeto de los valores específicos de los extranjeros. Porque el respeto de la diversidad cultural no debe significar el rechazo de los valores comunes de la sociedad de acogida. Toda sociedad es, al mismo tiempo, profundamente diversa y necesariamente homogénea a la hora de compartir los valores e instrumentos de comunicación, sobre todo la lengua, que sirven de vínculo entre los individuos. Pero las políticas diferenciadoras son perversas porque retrasan que el joven adquiera los instrumentos culturales de esta integración. En cambio, la escuela tiene como objetivo formar a los ciudadanos del mañana, permitiéndoles acceder a la identidad cultural común de la sociedad de acogida. El "multiculturalismo" no debe servir de excusa para formar unos grupos culturales "tolerados" y con tendencia a ser estigmatizados. El objetivo fundamental de la escuela es la identidad ciudadana, construida no a partir de una política de reconocimiento de las especificidades, sino de una concepción de la transmisión de los valores de razón, igualdad y tolerancia. La escuela debe difundir unos saberes para una identidad compartida. Cualquier experiencia de la inmigración en Europa demuestra que lo que desean los hijos de inmigrantes es aprender y aprender, ya que saben que para ellos es el medio de tener éxito en la sociedad de acogida. La escuela tiene como primera función garantizar la igualdad de posibilidades a todos. Es su misión sagrada al servicio de la humanidad civilizada.


(*) Artículo aparecido el 29 de junio en El País, de España. La redacción de este diario recuerda a sus lectores que en nuestras páginas sólo tienen cabida los textos externos que cuenten con los debidos permisos de reproducción de autores y/o publicaciones. Cualquier excepción, como la actual, se hace siempre en virtud del carácter no lucrativo de La Insignia, ante situaciones de evidente interés informativo o social y a condición de no provocar perjuicio alguno a la fuente de origen.



Portada | Iberoamérica | Internacional | Derechos Humanos | Cultura | Ecología | Economía | Sociedad Ciencia y tecnología | Diálogos | Especiales | Álbum | Cartas | Directorio | Redacción | Proyecto