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La insignia
1 de julio del 2003


El incierto rumbo de las bitácoras


Pedro de Alzaga
Libro de estilo / La Insignia. España, 1 de julio.


Un amigo mío dice que los medios tradicionales deberían temer a Internet porque supone «la mayor amenaza para su negocio de toda la vida». Probablemente, tiene razón. Acto seguido, asegura que las bitácoras (diarios personales; weblogs o blogs, en inglés) acabarán con el periodismo tal y como lo conocemos hoy, pues convertirán la Red en una «galaxia repleta de especialistas» capaces de dar una información mucho más amplia, precisa y democrática que la que proporciona un periódico, «obligado a informar de todo, conozcan o no sus redactores los asuntos sobre los que informan». A riesgo de que me llamen corporativista, veo al menos tres peligros en este planteamiento: consigue que la forma sea más importante que el fondo, confunde la parte con el todo y convierte a una magnífica galaxia en un cuantioso puñado de estrellas.

Leer el periódico es un ritual breve, que nos lleva por la actualidad a través de sus secciones. Esta liturgia diaria deja en nuestra cabeza una fotografía más o menos fiel, más o menos manipulada, de lo que sucede en este planeta (o de lo que los redactores creen que sucede). Incluso cuando un lector se salta las secciones para leer la información deportiva o la cartelera de televisión, no puede evitar echar un vistazo a la portada y descubrir allí un caso de corrupción en la Asamblea de Madrid, una matanza en Ruanda o el resultado de las elecciones en Argentina. Al final del ritual, los lectores se reconocen en la sociedad en la que viven y en la época que les ha tocado vivir.

Especializar la información que aparece en un periódico y repartirla en un puñado de publicaciones supone transformar a un gigante en muchos enanos, fragmentar la fotografía que el lector se lleva en su memoria cuando deja el periódico sobre la mesa y convertir la información general en sectorial, más apta para los especialistas que para las personas, para las tuercas que para las máquinas.

Es cierto que el futuro no parece apostar por las grandes redacciones que hemos conocido hasta ahora, sino por un montón de redacciones de guerrilla, pequeñas, especializadas y capaces de cubrir en profundidad asuntos muy concretos. Pero también creo que la información que salga de estas redacciones sólo servirá para cubrir un segmento muy reducido de la información que necesita la sociedad, precisamente cuando más necesario sea un periodismo general y plural en todos los sentidos.


Democracia participativa

Las bitácoras no necesitan argumentos gratuitos para defender su existencia. Uno de los más habituales parte del carácter participativo de estas publicaciones para trasladarlas a un terreno bastante más delicado, el de una supuesta democracia de la información. «En los weblogs los usuarios deciden qué información es importante», dicen algunos de sus defensores.

Personalmente, nunca me fiaría de un periódico que sólo publicara lo que quiero leer. Tampoco confío en los sistemas asamblearios para decidir la información que se publica en un diario; ni siquiera en sus secciones. Siempre que pienso en ello me imagino a los tripulantes de un velero decidiendo si deben arriar la mayor ante la llegada inminente de una tormenta (una práctica que suele terminar con el naufragio del barco y sus tripulantes practicando la natación). No obstante, sí creo que la democracia debe aplicarse para decidir quién dirige el periódico o sus secciones. Pero éste es otro tema.


Forma y fondo

Las bitácoras se han convertido por méritos propios en un formato perfectamente válido para hacer periodismo. Pero ningún formato por sí mismo garantiza la información que contiene, sino el trabajo de las personas que elaboran la información y los criterios periodísticos que usan para tratarla. De otro modo, deberíamos admitir que unas hipotéticas bitácoras de Microsoft, el Partido Popular o el Ministerio del Interior son medios periodísticos porque disponen de una información «mucho más amplia y precisa» que el resto de los mortales, aunque la manejen con criterios muy distintos a los que se podrían considerar como informativos. O que Eduardo Tamayo es un magnífico periodista porque maneja una información «mucho más amplia y precisa» de lo que sucedió en la Asamblea de Madrid hace tres semanas, aunque en mi pueblo esta persona sea una fuente y no un medio de comunicación, por mucho que el diputado se empeñe en publicar su información en una bitácora.

En este contexto, la prensa tradicional debería estar tranquila. Internet es información, y si los responsables de los medios y los periodistas que trabajan en ellos son capaces de dejar a un lado la cicatería económica y los recelos corporativistas, podrán reclamar con todo derecho su papel de obreros de la información, un «negocio» en el que están desde hace mucho tiempo. Si deciden no hacerlo, deberían preocuparse, porque ya hay bitácoras que utilizan criterios estrictamente periodísticos para publicar información, y en muchos casos lo hacen con menos intereses ajenos que los medios tradicionales. En definitiva, lo más curioso de este asunto es que a estas alturas tengamos que plantearnos que lo más importante de la comunicación es la información, y no el formato con el que se publica. No entender esto constituye la verdadera amenaza para los medios, nuevos o tradicionales.



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