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La insignia
21 de diciembre del 2003


El fútbol de la periferia


Rocío Silva Santisteban
La Insignia. EEUU, diciembre del 2003.


Cienciano, un equipo pequeño del Cusco, le ganó por 1 a 0 la Copa Sudamericana al River Plate, agrupación que no había perdido un partido internacional en 27 años. Es la primera vez en la historia que un equipo peruano gana una copa sudamericana.

«Un equipo de cuarta»: de esta manera algunos hinchas argentinos calificaron al Cienciano del Cusco, pero en realidad se trata, como señalaron los periodistas deportivos de El Comercio, más que de un equipo de "baja división", uno de perdedores: casi todos los jugadores llegaron al equipo andino con más deméritos que méritos. Al margen de algunos futbolistas locales, los demás recalaron en el Cienciano para purgar culpas por falta de rendimiento o disciplina o por pura necesidad de supervivencia; sin embargo, gracias a esas cosas del fútbol, consiguieron un segunda oportunidad. Oscar Ibáñez, por ejemplo, arquero argentino nacionalizado peruano, formaba parte del Universitario de Deportes pero, debido a una crisis en el club deportivo, tuvieron que darle de baja. El Cienciano lo llamó a engrosar sus filas y ayer 19 de diciembre se convirtió en el hombre de la cancha pues tapó varios cañonazos que hubieran podido arrancarle al Cienciano el ansiado título. Cienciano jugó con nueve hombres pero, es cierto, con la altura a su favor porque el Estadio Monumental de la ciudad de Arequipa se encuentra a 2300 metros sobre el nivel del mar. El gol anotado por el jugador paraguayo Carlos Lugo a los 33 minutos del segundo tiempo puso finalmente las cartas sobre la mesa.

River Plate perdió ante la necesidad tenaz de una victoria. No hay equipo menor, ni rival pequeño y eso lo aprendieron los rioplatenses con esta derrota. Es cierto que en el fútbol, así como en casi todos los negocios contemporáneos, los hilos del poder se manejan de manera sutil y el «poderoso caballero» es quien le da medida a todas las cosas; pero en la cancha la tenacidad pudo más que las decenas de millones de dólares en que se cotizan las piernas de los once jugadores argentinos. El «humilde Cienciano» logró un mérito por el cual equipos con mucho más recursos, como Universitario o Alianza Lima sólo por mencionar a dos peruanos, han perseguido inútilmente durante años. Por eso esta victoria también se saborea como la venganza de los pequeños o la revancha de los periféricos.

El fútbol, debido precisamente a ese sabor de tesón y empeño, es el deporte de las multitudes también en países como Marruecos o Perú, pues al margen de las estrategias y las tácticas, o la especialización de sus profesionales, lo que se pone en juego durante los 90 minutos de un partido es una especial y difícilmente definible necesidad de «lograrlo». Pundonor es una palabra demasiado grandilocuente pero lo suficientemente expresiva para calificar al sentimiento que se saca a flote cuando se suda la camiseta. Este logro, que puede ser una victoria o tal vez sólo un empate, se vive como la consolidación del orgullo de la tribu y su consecuente cohesión.

La borrachera del triunfo se ha gastado muchas veces en fiestas efímeras para paliar las carencias como en el caso del uso político de los triunfos futbolísticos por los diversos dictadores latinoamericanos y africanos. Quizá el caso ejemplar sea el del general Videla y su manejo "político" del Mundial 78 en Argentina. Pero también puede tener otros réditos en el sentido más amplio de la palabra política y en el más laxo de la palabra resistencia.

Más allá de estos tejes y manejes para aliviar las tensiones de los pueblos, una victoria futbolística puede poner en circulación dentro de nuestros imaginarios una necesaria afirmación de nuestra alicaída autoestima. Por eso es muy representativo el grito que se dejó escuchar en el estadio de Arequipa o en las calles empedradas del Cusco, "sí se puede, sí se puede", pues fue un clamor moderno ante ese desasosiego premoderno de sentencias como "los peruanos somos perdedores". El destino, con sus Parcas negras y sus Erinias imperturbables, tiene que dejar de ser el monstruo que rija nuestros empeños. Cuando un país está no sólo malherido si no casi excoriado y moribundo, como es el caso del Perú, la necesidad de una victoria simbólica puede volver a poner en marcha un básico principio de realidad: nada está escrito. Por eso es que este "equipo de perdedores" se ha ganado el respeto de una hinchada ávida de entender que las cosas sí pueden cambiar. ¡Kausachun Cienciano!



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