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19 de abril del 2008

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Iberoamérica
Argentina

Enseñanzas del paro agropecuario


Luis Alberto Romero
Club de Cultura Socialista / La Insignia*. Argentina, abril del 2008.

 

La crisis política desencadenada por el paro agropecuario alcanzó una gravedad que no conviene subestimar. Es fundamental, por ello, que la tregua abierta con la suspensión de la protesta sea correctamente aprovechada por todos los actores involucrados.

Los productores deben aceptar que, más allá de la justicia de sus reclamos, la acción directa como mecanismo sistemático de defensa de intereses sectoriales debilita la convivencia democrática. Por ello, cortes de ruta como los protagonizados en las últimas semanas no deben repetirse. El sector tiene suficientes recursos materiales y simbólicos como para ensayar otras formas de hacerse escuchar.

El gobierno, por su parte, debe reconocer que en su inmensa mayoría quienes protestan no son oligarcas ni, mucho menos esconden propósitos golpistas. Más aún, debe comprender que, en verdad, fue el ejecutivo quien desencadenó el conflicto a partir de una error de cálculo monumental.

El aumento de la presión tributaria que soporta el campo, motorizado por la adopción de un esquema de retenciones móviles impuesto sorpresivamente aprovechando la vigencia de la ley de emergencia económica, cuya persistencia es inadmisible, fue percibido como una provocación. No sólo por el momento elegido, cuando las decisiones de producción de la actual campaña ya eran irreversibles. También por aparecer como una medida aislada sin que, como contrapeso, el gobierno la acompañara con la implementación de algunas de las múltiples promesas realizadas al sector que viene repitiendo desde hace tiempo y nunca concreta.

Así, de un plumazo el gobierno logró unificar en su contra un frente común de intereses muy heterogéneos.

Queda incluso la sensación de que la medida fue improvisada. En particular, fijar la tasa marginal máxima en 95% fue una equivocación grosera, que en la práctica significó anunciar un precio máximo y firmar el certificado de defunción del mercado futuro. Con más elaboración y menos apresuramiento, que ningún acontecimiento dramático forzaba, semejante desacierto seguramente se hubiera evitado. Es difícil imaginar una mejor manera de desacreditar una buena idea, como en verdad lo es la movilidad del tributo, por lo menos en tanto se mantengan las retenciones.

Pero la virulencia del conflicto no debe ocultarnos una serie de cuestiones de fondo que no afloran en el debate.

En primer lugar, es cierto que está plenamente justificado gravar y redistribuir las rentas extraordinarias derivadas de la explotación de recursos naturales, como también lo está la intención de neutralizar el impacto de las alzas de precios de los alimentos sobre el nivel de vida de los sectores sociales más humildes.

Pero es igualmente cierto que, más allá de una situación de emergencia, como lo fue el período de salida de la convertibilidad, las retenciones no son, por múltiples razones, el mecanismo apropiado. Por el lado de los productores, premian la ociosidad y desalientan la utilización productiva de la tierra, se desentienden del impacto negativo que pueden tener los aumentos de costos sobre la rentabilidad y afectan regresivamente a los productores más pequeños, especialmente a los que trabajan las tierras menos productivas y más distantes. Por el lado de los consumidores, la cuña impuesta por las retenciones entre los precios externos e internos favorece indiscriminadamente a todos los consumidores, pobres o ricos.

Un fondo estabilizador y subsidios directos a las familias de menores ingresos, financiados con impuestos a la tierra y las ganancias es, indudablemente, un mecanismo muy superior para redistribuir las rentas extraordinarias y garantizar la alimentación de la población más vulnerable.

Es verdad que para la administración tributaria el cobro de retenciones es muy simple y difícil de evadir. Pero superada la emergencia no hay excusas para no avanzar por la otra vía, mucho más eficiente y equitativa. Con la tecnología informática hoy disponible la restricción no es administrativa sino política. Si el gobierno no la ensaya es porque prefiere evitar la confrontación con los grupos económicos más concentrados y no quiere coparticipar los aumentos de recaudación con las provincias.

Es evidente que la centralización de recursos concentra poder en el ejecutivo nacional. Pero hay otro motivo menos visible e igualmente importante: la acumulación de reservas necesaria para sostener el régimen cambiario que es la piedra angular del modelo K no puede seguir exclusivamente a cargo del BCRA. Si no se quiere correr el riesgo de alimentar la estampida inflacionaria con una emisión desmesurada, habida cuenta que la intervención esterilizada del Central en el mercado de cambios no puede ampliarse ilimitadamente, el Tesoro necesita más superávit para complementar con sus compras la tarea de mantener devaluada la moneda nacional, hasta ahora casi exclusivamente a cargo de la autoridad monetaria.

¿Tiene sentido seguir atados al dólar y profundizar contra viento y marea la devaluación contra el resto de nuestros socios comerciales? El contexto internacional le plantea a nuestros vecinos de Brasil y Uruguay desafíos semejantes a los que nosotros enfrentamos y ambos parecen estar resolviéndolos con menos conflicto social, menos inflación, monedas menos devaluadas y sin apelar a las retenciones.

Para enfrentar con éxito la amenaza inflacionaria, llevar adelante en serio una política progresiva en materia distributiva, atender las necesidades regionales e impulsar decididamente el crecimiento sostenible de la productividad, objetivo para el cual el complejo agroindustrial tiene una centralidad indudable, hacen falta cambios de fondo en la actual estrategia económica.

No cabe ninguna duda de que la señora presidenta terminará su mandato con absoluta normalidad. La inmensa mayoría de los ciudadanos comparte y apoya esa certeza. Sería deseable para ella y el país que, además, lo culminara exitosamente. Reconocer errores, promover consensos y adoptar las correcciones de política necesarias harán más probable el éxito de su gestión, posibilitando que la Argentina no deje pasar una vez más, como tantas veces lo hizo en el pasado, el tren del desarrollo.

(*) Economista. Ex secretario PYME. Profesor de la UBA y UNSAM.
Artículo publicado originalmente en el diario Clarín, de Argentina.

 

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